Cubierta con el neón rojo, Ophelia miraba el reflejo de su rostro. El contorno de luz con el color de su cuerpo convertía su cuerpo en el vinotinto que tanto le gustaba.
Con sus manos, peinó su larga cabellera castaña y ondulada que hacía contraste con el blanco de su rostro. Sus ojos delineados de negro que resaltaba lo verde de ellos con pequeñas pinceladas de una marrón miel que brillaba con el reflejo del sol.
—Tú eres la m*****a jefa— le susurraba con fuerza y determinación a su reflejo — Ahora sal, y cierra la m*****a venta.
Con sus dedos le dió los últimos retoques al carmesí en sus labios y salió del baño con una seguridad envidiable. El sonido de sus tacones resonaba como ecos en la inmensidad de los largos pasillos hasta llegar a una puerta negra con una manija horizontal colocada en el medio.
De pronto, el eco desapareció para sólo escucharse la suavidad de Bach en el fondo de la galería. La luz se hizo de nuevo ante ella, y caminó hasta el lugar donde se encontraba su posible comprador.
—¿Y bien?—Se acercó Ophelia.
El hombre mantenía su mirada en un renacentista verdaderamente delicado y hermoso. Cubierto por un marco de madera con pequeños toques de dorados que simulaban el oro, en el lienzo se postraba la figura de un ángel cegado por una venda cayendo del cielo mientras las plumas de sus alas se esparcían como cenizas.
—¿Sabes por qué me gusta el arte, señorita Fertinelli?—El hombre tomó un sorbo de un vino blanco en su copa.
Ella se sentó en un sillón color marrón claro, tomó el vino de la hielera, se sirvió un poco y cruzó sus piernas a la vez que tomaba un sorbo. Su rostro transmitía seguridad y osadía. Arqueó su ceja derecha y con sus dedos tocó el contorno de sus labios. — Lo escucho.
El hombre dejó de admirar la pintura y caminó hacia un sillón justo al frente de Ophelia, se sentó y cruzó sus piernas. Miró el resto de las pinturas, colocó su brazo en uno de los costados del sillón, y tocó con su dedo índice su sien. —¿Has escuchado el famoso dicho “el hombre se enamora por lo que ve y la mujer por lo que escucha”?— Había duda en su semblante.
Ophelia tomó otro sorbo de su copa, movió su cabeza en señal de aprobación y continuó escuchando atenta.
—Ambos sabemos que es una completa falacia.—El hombre extendió su copa vacía mientras Ophelia le hace señal a un personal de servicio para que se la llenara—.He escuchado millones de veces hablar sobre el arte de la guerra, pero nadie nunca me ha hablado sobre que el arte sea una.
Ambos permanecieron en silencio por unos segundos atentos al otro.
—El arte—prosiguió el hombre con un aire poético.— es la expresión del alma humana hecha tangible, Señorita Fertinelli. Y los cuadros no son más que soldados enviados a la batalla para ganar la mayor guerra de todas.
—¿Y cuál es esa guerra, Andrei?.—preguntó con curiosidad ella—. ¿Cuál cree usted que es esa guerra?—su tono se volvió frio y profundo.
—La muerte, Señorita Fertinelli—subió su manos con un tono de ironía—.La madre de todas las guerras.
Ophelia no comprendía aun lo que trataba de explicarle Andrei. Miró en el interior de sí, con la oportunidad de encontrar el sentido a sus palabras, pero sin éxitos. –Me temo que no…
—¿Que no comprendes? — la interrumpió Andrei—. Pero señorita, si es lo más obvio que puede existir—mientras la miraba con recelo inconforme con el poco compromiso que ofrecía su interlocutora—. La muerte es el motivo del arte. Porque a través de ella no existe nada más.
—Sólo lo que dejaste en vida —respondió Ophelia con amargura.
Andrei sonrió con complicidad al saber que logró expresar lo que pensaba. Sabía que hablaba con una mujer poderosa e inteligente, pero sobre todo con una furia insaciable. Apartó su vista de ella y miró nuevamente el cuadro del ángel caído. Apreciaba la delicadeza de su delineado, la técnica impecable e imaginó la soltura de aquellas manos que lo pintó. —Usted está aquí porque se ha enamorado del arte, señorita Fertinelli, no porque lo ha escuchado— El hombre se levantó del sillón y caminó hacia el cuadro nuevamente —. Me gusta esta pintura, pero me enamoré de aquella.
Señalando con su copa llena de vino, se acercó a otro cuadro al costado opuesto del que estaba. Ophelia miró la pintura y un golpe de adrenalina abrazó su cuerpo blanco. Su boca se secó y su mundo casi se vino abajo cuando notó un barroco con tonos oscuros que le daban vida a una mujer en un balcón sentada fumando un cigarrillo.
Tratando de levantarse, tiró su copa al suelo y esta se rompió en la porcelana blanca. Sus manos se volvieron torpes tratando de recoger los rostros de cristales del suelo hasta que, sin percatarse, se cortó su palma derecha. Rápidamente unas de las empleadas de servicio llegaron a ayudarla. –¡Llame a Javi!.—ordena ella en un susurro lleno de demanda y furia.
—¡Oh!,¿Está usted bien señorita Fertinelli?—comentó Andrei mientras que se agacha ayudarla.—Está sangrando.
—Estoy bien.—respondió Ophelia mientras se incorpora con ayuda del mueble—.Creo que hubo un error. Ese cuadro no está a la venta—dijo.
Andrei se dio vuelta para ver el cuadro y luego se vuelve a ella. —Interesante —respondió —Su mejor soldado.
Un joven moreno de rasgos delicados y vestido con una camisa holgada de color blanca, unos pantalones vinotintos hasta sus tobillos y unos zapatos de marca del mismo color que la camisa se acercó Ophelia y su acompañante con rapidez, más atrás una empleada con un paño húmedo.
Cubrió con la toalla húmeda su mano mientras miró con furia a los ojos de Javi.—Disculpe la situación vergonzosa. Andrei.— comentó ella acercándose a Javi.
El hombre recibió una llamada celular—Excusemua— se dirigió al fondo de la galería para atender la llamada en un francés.
Javi extiendió su mano para apartar la toalla húmeda de Ophelia y notó que la herida aún seguía sangrando.—Necesitas ir al médico, Cariño. Haz presión mientras busco al chofer –Javi caminó con rapidez hasta la puerta principal.
—Disculpa por la llamada. —Regresó Andrei un poco exaltado.—Era algo importante. — Miró la toalla que se empezaba a manchar de un rojo intenso. —Deberías ir al médico. Mi chofer está esperándome al frente, si deseas te puedo llevar.
—Ya mi asistente está en eso. — Responde con frialdad. — Con respecto a la venta…
Andrei expresó una cara de asombro y con él una sonrisa de complejidad. –Vaya que es cierto lo que dicen de ti.
—¿Y qué es lo que dicen?
El hombre llevó ambas manos a su pecho—“Ophelia Fertinelli puede estar agonizando y aun así intentará cerrar un trato.”—imitó un actor de tetro con su acento galo.
—Los rumores son publicidad gratuita— Respondió ella—. Y no existe la mala publicidad.
—Mi asistente se pondrá en contacto para los preparativos. Sin más que decir, Que tenga un buen día…—caminó Andrei hasta la puerta principal, se detuvo un momento y se volteó—.Es un buen soldado el que tienes allí. — Y de pronto, se perdió por la entrada principal.
Segundos después reapareció Javi haciéndole una señal para que caminara hacia él. — Anuncia por la alta voz que la galería estará cerrada en 15 minutos. Y me esperas en la oficina hasta que vuelva.
Caminó hacia una SUV negra —Al hospital más cercano— Sentenció.
Una furia explotó en aquel lugar como la erupción de un volcán que destruye todo a su paso. Ophelia ardía, su rostro se ruborizó y la mirada se tornó llena de odio y resentimiento. — ¡¿Se puede saber qué m****a acaba de pasar allá?!—Dirigió su mirada al rostro de Javi.—¡Te asesinaré!
Javi horrorizado intentó calmarla tocando sus hombros. Rápidamente se apartó de Javi sentándose al otro costado de la puerta.
—Ophi…—intentó excusarse Javi, pero ella no lo dejó.
—No, no quiero escuchar tu voz.
—Me acabas de preguntar…—de nuevo intentó hablar.
—¡Ya sé que te pregunté! —se percató que estaban llegando al hospital.— sólo no quiero escuchar tu voz en este instante.
El doctor le estaba saturando la herida mientras Javi hacia el reporte de lo sucedido. Fueron 3 pequeñas suturas en su palma, no tan grave como la situación había hecho pensar. El doctor le mencionó que tal vez el ajetreo hizo que se intensificara el sangrado. —Ya estás fuera de peligro, aunque nunca lo estuviste. —Comentó el doctor luego que le sonríe con amabilidad. Se levantó de la silla y le sugirió acostarse en la camilla por un momento mientras él regresaba.
La habitación del hospital era estrecha pintada con paredes blancas y adornadas con cortinas azul cielo. La camilla estaba al lado de una mesita metálica donde pudo observar los restos de algodones manchados con su sangre. Javi estaba en el pasillo hablando con una de las enfermeras y de repente la furia se volvió tristeza.
Ophelia estaba sentada completamente desnuda, manchada de pequeñas salpicaduras de pinturas por todo su cuerpo, sus parpados ruborizados combinado con un tono oscuro por la falta de sueño. En su mirada había tristeza y llanto. Había dolor y sufrimiento. Al frente de ella, un lienzo de unos trece centímetros de ancho por unos quince de largo; en él estaba un barroco con tonos oscuros que le daban vida a una mujer fumando al borde de un balcón que daba vista a un acantilado iluminado por una muy suave luz artificial.
Golpeo con sus manos el lienzo y este cayó al suelo mientras, afligida por el dolor, resguardando un sentimiento en su pecho que se extendía como cáncer y contaminaba todo su cuerpo. Se sentó en el suelo, tomó un gran trago de un vino tinto y se acostó mientras sollozaba.
—¡Ophelia!— Fue sacada del trance al escuchar la voz de Javi.—El doctor dijo que nos podemos ir. Me dio este fuerte analgésico para calmar el dolor. — se acerca a ella con complicidad.—y creo que esta noche tendré fuertes dolores de cabeza, así que necesito que me des un par de pastillas.—Javi le guiñó un ojo.
.
.
.
—Discúlpame por no avisarte—rompió el silencio Javi mientras van en la SUV—. Iba a ser una sorpresa.
—Que sorpresa de m****a me diste—respondió ella con un tono cansado y agotado.
—Había hablado con el personal—prosiguió—. Quería que el mundo viera la verdadera Ophelia.
Ella lo observa con tranquilidad, en sus ojos no había más que arrepentimiento. Se compadeció de él, sin embargo, seguía sintiéndose traicionada—. No era una decisión que debías tomar.
—Hay algo más allá de esa pintura —un impulso de exaltación golpeó el cuerpo de Javi—. Cuando me la enseñaste la primera vez, me vi a mí mismo reflejado. —Se llevó sus manos a los ojos, unas lágrimas caían por sus mejillas—. Lo siento mucho.
Ophellia lo tomó por la cabeza con su mano buena y lo acuestó en su hombro. Acarició su rostro consolándolo. Había heredado de su madre la necesidad de empatizar con alguien que sufre, y más si es su mejor amigo quien lo hace.
—¿Cómo te fue con tu cita anoche? —preguntó ella mientras sigue acariciándolo. —¿Crees que este sea el indicado?
—Es muy temprano para saber eso. —conversaba entre mocos y sollozos. —¡Pero sus labios son arte Opheliano!
Ella lo golpea riéndose. —¿qué te dije de los besos en la primera cita?
Un par de BMW interrumpió su charla cuando se atravesaron al frente de ellos y tuvieron que frenar de repente. Cuatro hombres vestidos completamente de negro se bajaron de ambos autos. Tocaron la ventana del conductor—. Apágalo.
—¿Qué está pasando? —pregunta Javi exaltado.
—Ve a la galería y termina de cerrarla. —Ophelia abrió la puerta de su lado y se bajó. —Una de las empleadas está en la oficina esperando algo, un adelanto que le prometí. Dáselo y termina de cerrarla.
—Pero…—balbuceó javi
—Luego te explico. —Comentó tratando de tranquilizar a su amigo.
Caminó hacia uno de los autos. Unos de los hombres vestidos de negros cerraron la puerta del SUV. Ella entró a un BMW y perdió de vista a Javi.
El destino del vuelo era la ciudad de Caracas. Al llegar, tomó un taxi hasta la terminal de autobuses y compró un boleto a Mérida. Luego de muchas horas de camino, llegó al amanecer a su destino. Se alojó en un hotel de muy bajo perfil llamado el reposo muy cerca de la región llana de la ciudad. Tomó un autobús y se bajó en la última parada, caminó unos diez kilómetros por las montañas hasta llegar a un pequeño rancho ubicado en el medio de las montañas. Iba a ser su hogar los siguientes cuatro meses. Necesitaba desaparecer. Perder totalmente la comunicación de toda la gente que había conocido. Necesitaba dejar de existir por un tiempo en busca de esa epifanía. El rancho le pertenecía a un tío paterno que ganó en una apuesta haces años. Él lugar era completamente desolado. Las únicas personas que conocían de aquel sitio era su tío, que había fallecido hace años, y Andrés, un ex guerrillero colombiano amigo de su tío que desertó cuando su hermano fue fusilado por ayudar a
Marco, o mejor dicho, Santino, extendió, su pasaporte hacia el personal de emigración del aeropuerto. La mujer recibió el documento y lo inspeccionó. Lo detalló con curiosidad mientras volvía al pasaporte. Al percatarse de la escena, Santino se quitó sus anteojos de sol y sonrió. —¿Motivo por el que estuvo tanto tiempo fuera?—pregunta en un italiano muy cuidado. —Asuntos personales —respondió—. Se podría decir que negocios. —¿Se quedará? —Un par de meses a lo mucho. La mujer lo vuelve a mirar, se percata de aquel hombre por encima del metro ochenta, una curiosa barba castaña tupida, sin embargo muy cuidada. Brazos largos, el torso cubierto por una chemise blanca, un pantalón de lino marrón muy cuidado, y unos tenis blancos que le daban un fresco al estilo muy formal. Tanteó una de las hojas del pasaporte y le puso un sello —.Bienvenido a Roma señor, Santino.—le devolvió el documento sin emascularse —. ¡Siguiente! Cruzó la puerta de inmigración y
Impulsado por la nostalgia, Santino dió un paseo largo por el barrio donde creció, los ruidos de scooter abrazaban los ecos en cada vereda, sus dedos rozaban las paredes de las calles y con cada roce, nuevos recuerdos entraban a él. Las calles eran de piedras y angostas, pincelados con un tono marrón claro que le daba aspecto de antiguo. Niños corrían y él se percataba que no le robaran nada. Creció en unos de los barrios más pobre de Roma, donde el agua no llegaba a las tuberías y los huérfanos tenían que jugarse la vida para robarle a los mercantes. —¿Crees que saldremos de aquí alguna vez?— escuchó una conversación de dos niños, delgados y con mucha hambre.—te prometo que algún día saldremos de aquí. —No hagas promesas que no puedes cumplir.—le respondió al niño en su mente. Cruzó hacia la derecha y pudo ver una ventana bastante pequeña entre abierta. Apenas si cabía su cabeza, miró adentró y estaban esos niños conversando. Sus lágrimas recorrieron las mejillas d
Después de un día de mierda y algunas pastillas para dormir combinadas de un tequila barato que había comprado Javi la noche anterior, Ophelia sentía que el mundo iba a estallar, aún permanecía un poco ebria y su aliento apestaba a alcohol. Se había quedado en el apartamento de Javi, la visita del día anterior la hizo imaginar que ya no se sentía protegida en su propio hogar, y tal vez tenía razón. Su paranoia la llevaba a pensar que la observada, que la seguían, que en cada esquina un hombre vestido de negro la iba saludar con una sonrisa hipócrita. —Buenos días— dijo Javi mientras caminó hasta la cocina con un ánimo insuperable. —Iug— sólo logró decir. Se incorporó en el sofa donde pasó la noche anterior —. ¿Cómo es que te ves tan bien y yo tan..?—movió sus manos señalando la desaliñes de su aspecto. —Se llama masturbación querida — abrió la nevera y sacó un envase lleno de juego de naranja —. Deberías probarlo. Ophelia giró sus ojos y miró el hermoso d
“Hola, Conejita, porque todavía era mi conejita, ¿verdad?, yo sé que sí. Lo sé por la forma como reaccionaras cuando veas esa palabra. Sí, así es. Te conozco muy bien. Como sabrás, pronto será el día de la luna roja. Y quiero que tú seas la anfitriona esta vez. La organización estuvo encantado contigo por tu desempeño. Evidentemente le dije que tú estabas apta para desempeñar un papel tan importante de ser la reina roja. Como lo tendrás en cuenta, no es algo que puedas rechazar. Sé que serás una buena chica y no me fallaras.” Ophelia estaba abrumada y confundida por lo que acababa de leer, sabía que había algo más allá que una simple petición; era un orden. Permanecía por mucho tiempo más viendo las palabras que significaban una odisea de sensaciones de las cuales pensaba que ya no permanecían en su interior. Tomó otro cerillo y con determinación, lo llevó a la carta, pero esta vez para verla arder. Restos de papel hecho cenizas caían al suelo del baño para r
Javi cortaba en juliana unas zanahorias, su técnica con el cuchillo era implacable y delicada. El sonido producido del metal que chocaba contra el plástico de la tabla le daba un corte dramático y profesional cada vez que cocinaba. Su concentración y delicadeza por los vegetales sólo eran superadas por la manera quirúrgica como cortaba la res. —¿Entonces?.— escuchó a Ophelia.—¿Qué opinas?.— preguntó. Javi seguía concentrado en sus cortes. La tabla debía ser de plástico siempre, él pensaba que la madera dejaba trozos en la comida que influían con su sabor. O al menos desde un punto de vista de la alta cocina. Si había algo que le gustaba más que Sex and the city era la cocina. —¿Qué opino?.—Tomó los vegetales y los echó en la salten caliente.—Ahora entiendo por qué dejaste de pintar por casi un año. Tomó el mango y con una entrenada muñeca, los movía para saltearlos. —Me comprometí.—Prosiguió ella mientras comía otro helado, pero este era de frambuesa.—Di cad
Ophelia miró su reflejo en el espejo de su baño. Su piel blanca como la luna estaba cortorneado con un sin fín de pecas dibujaban un cortorno marrón claro en sus parpados y mejillas. Un tono rojiso figuraba en su nariz mientras que sus ojos se veían más miel de lo normal. Miró su mandibula, era la misma de su madre. A veces se preguntaba si su actitud también era la misma cuando tenía su edad. Veintiocho años es un mundo, pero a la vez no es nada. Mientras que para muchos ya estás mas que preparada para tener responsablidades, igual no te toman en cuenta como alguien maduro capaz de tomar sus propias decisiones. Quizás de eso se trata la famosa crisis de los treintas, el saber que tienes tanto para dar, y sin embargo, nadie te va a prestar atención. Eres un fantasma a los ojos de los hombres y mujeres que manejan el mundo. —El detalle está en no dejar que nadie maneje tu mundo. —decía siempre su madre. —Como si eso fuera tan fácil. —se respondió a sí misma. Dejó cae
Al llegar el sitio, Ophelia se percató que no era tan mal como esperaba. Incluso, mantenía su clase en vecindario. Se encontraron con una larga cola de unos cuantos metros. Mirando a su alrededor, Javi intentó encontrar a su cita, pero no lo conseguía. Estuvieron allí hasta que unas manos rodearon la cintura de Javi. —Hola precioso.—comentó un voz muy varonil y gruesa. Javi se dio la vuelta y tomó por el rostro a su cita y con toda la pasión del mundo, postró sus labios en los de él. Segundos sólo duraron hasta que ambos fueron sacados del encanto por el sonido del la musica. —Tu debes ser Ophelia.— comentó.—Estás radiante. Me llamo Esteban, es un placer.— se acercó a ella y besó ambas mejillas. Tengo varios minutos aquí. Unos amigos y yo llegamos antes. Ellos están adentro. Sólo salí para saber si habían llegado. —¿Amigos?—preguntó Javi un poco nervioso. Pero su amigo no le prestó atención, los tomó a ambos por sus manos y caminó hacia la entrada. H