Santino se estaba vistiendo, sentado a la orilla de la cama, Venecia rodeo su espalda con sus manos y se quedó en ella percibiendo la mezcla de sus olores entrelazados. Su nariz recorrió su espalda hasta llegar a su nuca. —Tenemos que irnos. —Comentó él. Con sus zapatos preparados, Santino se levantó de la cama y buscó su franela que estaba tirada a unos metros de ella. La recogió y la miró tapada con las sábanas blancas arrugadas. —¿Qué miras? —preguntó él. Los ojos de ellas denotaban tristeza y decepción, bajó su mirada y permaneció allí, sin decir más nada. La música apenas se escuchaba, el ambiente cada vez se calmaba, las luces volvieron a ser normales a los ojos de ellos y la aceptación por la realidad volvió a ser de las suyas. —Quiero quedarme. —Sabes que no puedes.—Respondió él. —Nunca puedo.—replicó ella. Sus miradas eran amenazadoras, la suavidad y la pasión que hace minutos tenía había desaparecido. Las cenizas sólo quedaban de
Sintió como el aire congelaba sus piernas, cerró sus ojos. Le aterraban las motos, no les gustaban. Cada vez que aceleraban más, lo apretaba más con sus brazos. La rapidez la sentía en sus pies descalzos, y su pecho como los de un colibrí golpeaban la espalda de su salvador. —Ya puedes soltarme.—comentó la voz. Ophelia abrió sus ojos y se percató que estaban en una gasolinera. El olor a combustible entró por sus fosas y provocaron unas nauseas incontrolables. Con desesperación, se bajó de la máquina y vomitó en el piso. El ácido tocó su paladar, y sentía lo fuerte del alcohol salir de su boca. Tosía y la saliva salía de su boca, le faltaba aire. Arrodillada, siguió vomitando hasta que sintió unas manos en su pecho. Tomó su cabello y lo levantó. —Es normal vomitar en estos casos.—dijo el hombre.—Es por la conmoción de todo esto. Y seguramente porque tomaste mucho alcohol. Entre jadeos Ophelia intentó hablar.— ¿Cómo sabes que es alcohol? —Estás ves
En la oscuridad de la noche, Ophelia se vio caminando en una calle alumbrada porpequeños focos que dejaban sus rastros en el asfalto húmedo. Estaba descalza, sus piessentían el frio con cada paso que daba. Rodeada de un bosque por ambos lados, no teníaotra opción que seguir adelante. Al final del camino, notó a una mujer de espaldas a ella con un hermoso vestido rojo deencajes, la tela se deslizaba por el camino dejando rastros de pétalos rojos. Poco tiempo transcurrió hasta que percibió a la mujer sentada en una silla en medio deun semáforo en verde. Desde la distancia, visualizó a un vehículo que venía hacia la mujera toda velocidad. —¡Hey!—gritó ella, pero no recibió ninguna respuesta. A pasos apurados, intentaba avisarle del auto. Creyendo ser más veloz, empezó a correrpara salvar a la mujer de una muerte inminente. De pronto el carro empezó a pitar. Sinreaccionar, permaneció sentada en la vía. Ophelia sentía el sonido de la bocina en su mente, com
La ciudad se perdía rápidamente por la ventana del auto. A toda velocidad Javi manejaba hasta donde le había indicado ella. Si quería ganar este juego, tenía que ser más rápida. Mas hábil. Mas inteligente. Por el momento le llevaban ventaja, aunque no tenía idea qué tanta. Sin embargo, suponía que no era mucha. —¿Qué hacemos aquí?.—preguntó Javi cuando se bajaron. —Siguiendo mi pista principal. Al frente del bar que visitaron la noche pasada, Ophelia pretendía averiguar qué estaba pasando. Le resultaba intrigante el contraste del lugar cuando era de día. No era tan mal después de todo, incluso le resultaba agradable. Tocaron la puerta principal de la entrada, pero nadie contestaba. Se le ocurrió abrir la puerta, y para su sorpresa, no tenía seguro. Siguiendo los caprichos y la locura de su amiga, Javi permaneció cerca de ella con todas las dudas del mundo. Bajaron por las escaleras y el bar se hizo ante sus ojos. Varios del personal de limpieza hací
2 horas más tarde. Javi y Ophelia siguieron la dirección que Helena le había dado. Efectivamente teníarazón. El taller estaba a un par de kilómetros del bar. En cierto punto, reconoció el lugardonde Polo la había dejado a su suerte. Un escalofrío rondó por su cuerpo de sólorecordarlo. Eso la hizo pensar aún más sobre los acontecimientos, no podía reconocer lo que era realo un montaje. De todas formas, estaba completamente comprometida en averiguar todo loque pasaba en su pequeño gran mundo. Llegaron al taller finalmente, la puerta era una especie de portón corredizo que secerraba hacia abajo. Javi se estacionó en todo el frente de la entrada y se bajaron. Ophelia se había cambiado también. Usaba un pantalón de vestir blanco con unassandalias negras con tiras que se extendían por toda su pierna, como los de un gladiador;sabía que unos tacones combinarían más, pero seguía su promesa de no usarlos por elmomento. Una pequeña franela negra con tiras delgadas y
El silencio se había apoderado del lugar, sólo se escuchaba la nada haciendo de la suya. Es difícil cuando tus pensamientos son más ruidosos que el mismo sonido, porque no son vibraciones emitidas desde afuera, sino desde tu mismo cerebro. No se puede escapar a esos gritos. Precisamente eso lo vivía Santino. Sin embargo, no todo estaba perdido, siempre existía algo positivo para cualquier situación, él quería creer que podía sacar provecho de eso, y tal vez tenía la razón. —El mundo seguirá girando luego de morir—pensaba. Estaba en lo correcto. —¿Qué tan sincero fuiste con la estirada?— preguntó él. Camilo, que estaba sentado en el escritorio, tomó un sorbo de otra cerveza. Adoraba el sabor a la cebada fermentada, lástima que la primera vez que la probó no pensó lo mismo. De vez en cuando, cuando tomaba una caliente, recordaba el olor a orina que sintió la primera vez. —No soy un tonto.—respondió.—Sólo dije ciertas cosas. —Lo eres si te atraparon. La
Al día siguiente Santino se despertó por el sonido de la alarma. Sus ojos estaban rojos, no había podido conciliar el sueño hasta entrada horas de la madrugada. Y cuando lo hizo, un ciclo de pesadillas revivían pequeñas imágenes de su pasado. Estuvo sentado a la orilla de la cama por varios minutos. No sabía cuánto. Sentía una pequeña punzada en su frente. Su rostro se paseaba alrededor de la habitación que apestaba a tabaco y sudor. Se desplazó hasta el lavamanos y allí miró su rostro. Apenas si tenía veintinueve años, pero parecía de más. La preocupación estaba acabando con su juventud, o tal vez era su sed por hacer pagar a los culpables. En su cabeza no había más que malestar, humedeció su rostro hinchando y lo secó. Una barba bastante tupida y desaliñada cubría la mitad de él. La podó con criterio hasta quedar sólo un poco. Como una barba de varios días. Luego de ducharse, se preparó para enfrentar su día. No sabía lo que le esperaría. De camino, ol
A toda velocidad se marcaban las luces de la noche reflejada en lo negro de su traje y su motocicleta. Le gustaba sentir la adrenalina recorriendo por sus venas como droga que lo potenciaba y lo volvía adicto cada vez que la obtenía; La violencia del aire golpeando su cuerpo mientras, como ave, se hacía con él y lo metafísico se volvía real. El velocímetro decía 150 km/h cuando, a la distancia, se percató de un auto obstruyendo el paso. Con reflejos felinos, frenó con dureza lo suficiente para lograr llegar a sólo un par de metros de él. Su mirada se postró en el asiento del conductor cuando notó que no había nada más que la ausencia de uno. El auto permanecía encendido y la puerta del conductor estaba abierta. Observó con perspicacia alrededor del lugar, pero todo estaba oscuro. Sin acicalarse, con ayuda de sus pies, movió su motocicleta hacia un lado. La apagó y se bajó de ella. El camino de asfalto era de una sola vía, pertenecía a un circuito donde se encontraba una esp