Deja vú

Sintió como el aire congelaba sus piernas, cerró sus ojos. Le aterraban las motos, no les gustaban. Cada vez que aceleraban más, lo apretaba más con sus brazos.

La rapidez la sentía en sus pies descalzos, y su pecho como los de un colibrí golpeaban la espalda de su salvador.

—Ya puedes soltarme.—comentó la voz.

Ophelia abrió sus ojos y se percató que estaban en una gasolinera. El olor a combustible entró por sus fosas y provocaron unas nauseas incontrolables. Con desesperación, se bajó de la máquina y vomitó en el piso.

El ácido tocó su paladar, y sentía lo fuerte del alcohol salir de su boca. Tosía y la saliva salía de su boca, le faltaba aire. Arrodillada, siguió vomitando hasta que sintió unas manos en su pecho. Tomó su cabello y lo levantó.

—Es normal vomitar en estos casos.—dijo el hombre.—Es por la conmoción de todo esto. Y seguramente porque tomaste mucho alcohol.

Entre jadeos Ophelia intentó hablar.— ¿Cómo sabes que es alcohol?

—Estás ves
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