La ciudad se perdía rápidamente por la ventana del auto. A toda velocidad Javi manejaba hasta donde le había indicado ella. Si quería ganar este juego, tenía que ser más rápida. Mas hábil. Mas inteligente. Por el momento le llevaban ventaja, aunque no tenía idea qué tanta. Sin embargo, suponía que no era mucha. —¿Qué hacemos aquí?.—preguntó Javi cuando se bajaron. —Siguiendo mi pista principal. Al frente del bar que visitaron la noche pasada, Ophelia pretendía averiguar qué estaba pasando. Le resultaba intrigante el contraste del lugar cuando era de día. No era tan mal después de todo, incluso le resultaba agradable. Tocaron la puerta principal de la entrada, pero nadie contestaba. Se le ocurrió abrir la puerta, y para su sorpresa, no tenía seguro. Siguiendo los caprichos y la locura de su amiga, Javi permaneció cerca de ella con todas las dudas del mundo. Bajaron por las escaleras y el bar se hizo ante sus ojos. Varios del personal de limpieza hací
2 horas más tarde. Javi y Ophelia siguieron la dirección que Helena le había dado. Efectivamente teníarazón. El taller estaba a un par de kilómetros del bar. En cierto punto, reconoció el lugardonde Polo la había dejado a su suerte. Un escalofrío rondó por su cuerpo de sólorecordarlo. Eso la hizo pensar aún más sobre los acontecimientos, no podía reconocer lo que era realo un montaje. De todas formas, estaba completamente comprometida en averiguar todo loque pasaba en su pequeño gran mundo. Llegaron al taller finalmente, la puerta era una especie de portón corredizo que secerraba hacia abajo. Javi se estacionó en todo el frente de la entrada y se bajaron. Ophelia se había cambiado también. Usaba un pantalón de vestir blanco con unassandalias negras con tiras que se extendían por toda su pierna, como los de un gladiador;sabía que unos tacones combinarían más, pero seguía su promesa de no usarlos por elmomento. Una pequeña franela negra con tiras delgadas y
El silencio se había apoderado del lugar, sólo se escuchaba la nada haciendo de la suya. Es difícil cuando tus pensamientos son más ruidosos que el mismo sonido, porque no son vibraciones emitidas desde afuera, sino desde tu mismo cerebro. No se puede escapar a esos gritos. Precisamente eso lo vivía Santino. Sin embargo, no todo estaba perdido, siempre existía algo positivo para cualquier situación, él quería creer que podía sacar provecho de eso, y tal vez tenía la razón. —El mundo seguirá girando luego de morir—pensaba. Estaba en lo correcto. —¿Qué tan sincero fuiste con la estirada?— preguntó él. Camilo, que estaba sentado en el escritorio, tomó un sorbo de otra cerveza. Adoraba el sabor a la cebada fermentada, lástima que la primera vez que la probó no pensó lo mismo. De vez en cuando, cuando tomaba una caliente, recordaba el olor a orina que sintió la primera vez. —No soy un tonto.—respondió.—Sólo dije ciertas cosas. —Lo eres si te atraparon. La
Al día siguiente Santino se despertó por el sonido de la alarma. Sus ojos estaban rojos, no había podido conciliar el sueño hasta entrada horas de la madrugada. Y cuando lo hizo, un ciclo de pesadillas revivían pequeñas imágenes de su pasado. Estuvo sentado a la orilla de la cama por varios minutos. No sabía cuánto. Sentía una pequeña punzada en su frente. Su rostro se paseaba alrededor de la habitación que apestaba a tabaco y sudor. Se desplazó hasta el lavamanos y allí miró su rostro. Apenas si tenía veintinueve años, pero parecía de más. La preocupación estaba acabando con su juventud, o tal vez era su sed por hacer pagar a los culpables. En su cabeza no había más que malestar, humedeció su rostro hinchando y lo secó. Una barba bastante tupida y desaliñada cubría la mitad de él. La podó con criterio hasta quedar sólo un poco. Como una barba de varios días. Luego de ducharse, se preparó para enfrentar su día. No sabía lo que le esperaría. De camino, ol
A toda velocidad se marcaban las luces de la noche reflejada en lo negro de su traje y su motocicleta. Le gustaba sentir la adrenalina recorriendo por sus venas como droga que lo potenciaba y lo volvía adicto cada vez que la obtenía; La violencia del aire golpeando su cuerpo mientras, como ave, se hacía con él y lo metafísico se volvía real. El velocímetro decía 150 km/h cuando, a la distancia, se percató de un auto obstruyendo el paso. Con reflejos felinos, frenó con dureza lo suficiente para lograr llegar a sólo un par de metros de él. Su mirada se postró en el asiento del conductor cuando notó que no había nada más que la ausencia de uno. El auto permanecía encendido y la puerta del conductor estaba abierta. Observó con perspicacia alrededor del lugar, pero todo estaba oscuro. Sin acicalarse, con ayuda de sus pies, movió su motocicleta hacia un lado. La apagó y se bajó de ella. El camino de asfalto era de una sola vía, pertenecía a un circuito donde se encontraba una esp
Cuatro años después En la comodidad de una cama, dos cuerpos descansaban desnudos en el alba de una noche sin precedentes, el cuarto estaba completamente hecho un desastre, restos de ropas, que quizá fueran de aquellos cuerpos, esparcidos como estrellas en el universo. En la ventana se podía ver el cielo pintado de un naranja potente que daba lugar al día luego de que la noche cediera su puesto. Los rayos del sol empezaban a iluminar la habitación, y con ella, se apreciaba el blanco de las cuatro paredes que apreciaban historia. Fue en ese lugar donde Marco abrió sus ojos con suavidad. Procedió a sentarse a un lado de la cama cuando una fuerte migraña amenazó con fulminar su cráneo desde la sien. Colocó su mano derecha en su cabeza mientras sus ojos se rendían al malestar. —Maldita migraña— dijo entre un susurro casi entre dientes. Alargó su brazo hacia la mesita de noche color caoba. Buscó en una de las dos gavetas hasta conseguir un analgésico. Con la gargant
Cubierta con el neón rojo, Ophelia miraba el reflejo de su rostro. El contorno de luz con el color de su cuerpo convertía su cuerpo en el vinotinto que tanto le gustaba. Con sus manos, peinó su larga cabellera castaña y ondulada que hacía contraste con el blanco de su rostro. Sus ojos delineados de negro que resaltaba lo verde de ellos con pequeñas pinceladas de una marrón miel que brillaba con el reflejo del sol. —Tú eres la maldita jefa— le susurraba con fuerza y determinación a su reflejo — Ahora sal, y cierra la maldita venta. Con sus dedos le dió los últimos retoques al carmesí en sus labios y salió del baño con una seguridad envidiable. El sonido de sus tacones resonaba como ecos en la inmensidad de los largos pasillos hasta llegar a una puerta negra con una manija horizontal colocada en el medio. De pronto, el eco desapareció para sólo escucharse la suavidad de Bach en el fondo de la galería. La luz se hizo de nuevo ante ella, y caminó hasta el lugar do
El destino del vuelo era la ciudad de Caracas. Al llegar, tomó un taxi hasta la terminal de autobuses y compró un boleto a Mérida. Luego de muchas horas de camino, llegó al amanecer a su destino. Se alojó en un hotel de muy bajo perfil llamado el reposo muy cerca de la región llana de la ciudad. Tomó un autobús y se bajó en la última parada, caminó unos diez kilómetros por las montañas hasta llegar a un pequeño rancho ubicado en el medio de las montañas. Iba a ser su hogar los siguientes cuatro meses. Necesitaba desaparecer. Perder totalmente la comunicación de toda la gente que había conocido. Necesitaba dejar de existir por un tiempo en busca de esa epifanía. El rancho le pertenecía a un tío paterno que ganó en una apuesta haces años. Él lugar era completamente desolado. Las únicas personas que conocían de aquel sitio era su tío, que había fallecido hace años, y Andrés, un ex guerrillero colombiano amigo de su tío que desertó cuando su hermano fue fusilado por ayudar a