Misterioso

  El destino del vuelo era la ciudad de Caracas. Al llegar, tomó un taxi hasta la terminal de autobuses y compró un boleto a Mérida. Luego de muchas horas de camino, llegó al amanecer a su destino. Se alojó en un hotel de muy bajo perfil llamado el reposo muy cerca de la región llana de la ciudad. Tomó un autobús y se bajó en la última parada, caminó unos diez kilómetros por las montañas hasta llegar a un pequeño rancho ubicado en el medio de las montañas. Iba a ser su hogar los siguientes cuatro meses. 

     Necesitaba desaparecer. Perder totalmente la comunicación de toda la gente que había conocido. Necesitaba dejar de existir por un tiempo en busca de esa epifanía.

     El rancho le pertenecía a un tío paterno que ganó en una apuesta haces años. Él lugar era completamente desolado. Las únicas personas que conocían de aquel sitio era su tío, que había fallecido hace años, y Andrés, un ex guerrillero colombiano amigo de su tío que desertó cuando su hermano fue fusilado por ayudar a escapar a una adolescente de 13 años que había sido secuestrada.

     Andrés huyó hasta las montañas y vio la oportunidad de esconderse de sus perseguidores en el rancho.

     Pasaron un par de meses hasta que su barba empezó a tupirse. Se despertaba al alba, corría unos cuarenta kilómetros a menos cinco grados. Ordeñaba a dos chivas que había comprado en el pueblo la primera semana que pasó allí. Las alimentaba y cuidaba; eran su fuente de alimento. Tomaba su lecha en conjunto con enlatados de atún y arroz. Los abría y los exprimía hasta el punto de sacarle toda la grasa para dejarlos completamente seco. 

     Su cuerpo fue cambiando a medida que pasaba el tiempo, perdió mucha grasa corporal, su pecho empezó abrirse, su torso a definirse aún más hasta que su espalda se confundía con un diamante. Era disciplina, pero sobre todo, tenía un propósito. 

     Cuando llegó el día, se despidió de las dos chivas regalándolas a unos granjeros que vivían cerca del pueblo. Marco compró unos boletos para San Cristóbal donde se iba a encontrar con un conocido. 

     X, a quien todos lo llamaban así, era un falsificador bastante famoso a quienes los inmigrantes asiáticos recurrían a él cuando necesitaban algo. Trabajaba con trata de blancas hacía Europa donde les prometían a las mujeres de la región un mejor futuro en el viejo continente. Al final, se encontraba con un golpe de realidad cuando se daban cuenta que el mejor futuro que les prometieron no era más que la venta de su integridad.  

     —¿Lo tienes? —preguntó Marco mientras permanecía sentado al frente de un hombre vestido con una camisa bastante pistoresca, un sombrero de paja y unas sandalias de cuero marrón que mostraban unas uñas cutres.  

     —Depende de lo que tengas allí, joven —respondió X. Le dio una inhalada a su cigarrillo — qué hermosas son las mujeres de esta región. ¿Sabes por qué los europeos les gustan mujeres latinas?

     Marcos lo observó con seriedad e intriga — sorpréndeme.  

     X se quitó el sombrero, se acercó a Marco como si le quisiera contar un secreto — porque les encanta que le digan papi — juntó sus manos en forma de rezo a la altura de rezo y las empezó a mover —. Es una delicia escuchar esas palabras, pero aquí entre nosotros…— se acercó aún más a Marco, observó a su alrededor con recelo — no hay nada más delicioso que un culo italiano, ¡Mama Mía! — dijo con una pésima imitación italiana.

     — ¿No tienes amigos para hablar de culos en vez de hacerme perder el tiempo?— preguntó Marco manteniendo una postura agresiva. 

     —Una buena conversación antes de una negociación nos hace diferentes al resto, joven— X se volvió a colocar sus lentes—Necesitas temple para los negocios. 

—Lo único que necesito…—entre dientes y con sus puños apretados aguantando sus ganas de golpear la mesa —. ¡Es el maldito paquete de m****a! —sus cuencas se volvieron rojas.

     X rompió en carcajadas —El ímpetu de la juventud — le sacó otro a su cigarrillo —. El paquete está en el bolsillo izquierdo de tu maleta. Deberías percatarte mejor donde dejas tus cosas. No soy un maldito aficionado—. X se levantó de la silla y apagó su cigarro en el cenicero —Ya tomé tu pago también. 

     Marco sobresaltado, colocó su maleta encima de la mesa sin creer ninguna palabra. Buscó el bolsillo izquierdo y allí estaba, un pasaporte con su foto y su nueva identidad.

     —Que tenga un hermoso viaje, señor Zanetti — El hombre camino dándole la espalda a Marco —. Santino Zanetti — dijo antes de perderse en la multitud.

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