“Hola, Conejita, porque todavía era mi conejita, ¿verdad?, yo sé que sí. Lo sé por la forma como reaccionaras cuando veas esa palabra. Sí, así es. Te conozco muy bien. Como sabrás, pronto será el día de la luna roja. Y quiero que tú seas la anfitriona esta vez. La organización estuvo encantado contigo por tu desempeño. Evidentemente le dije que tú estabas apta para desempeñar un papel tan importante de ser la reina roja. Como lo tendrás en cuenta, no es algo que puedas rechazar. Sé que serás una buena chica y no me fallaras.” Ophelia estaba abrumada y confundida por lo que acababa de leer, sabía que había algo más allá que una simple petición; era un orden. Permanecía por mucho tiempo más viendo las palabras que significaban una odisea de sensaciones de las cuales pensaba que ya no permanecían en su interior. Tomó otro cerillo y con determinación, lo llevó a la carta, pero esta vez para verla arder. Restos de papel hecho cenizas caían al suelo del baño para r
Javi cortaba en juliana unas zanahorias, su técnica con el cuchillo era implacable y delicada. El sonido producido del metal que chocaba contra el plástico de la tabla le daba un corte dramático y profesional cada vez que cocinaba. Su concentración y delicadeza por los vegetales sólo eran superadas por la manera quirúrgica como cortaba la res. —¿Entonces?.— escuchó a Ophelia.—¿Qué opinas?.— preguntó. Javi seguía concentrado en sus cortes. La tabla debía ser de plástico siempre, él pensaba que la madera dejaba trozos en la comida que influían con su sabor. O al menos desde un punto de vista de la alta cocina. Si había algo que le gustaba más que Sex and the city era la cocina. —¿Qué opino?.—Tomó los vegetales y los echó en la salten caliente.—Ahora entiendo por qué dejaste de pintar por casi un año. Tomó el mango y con una entrenada muñeca, los movía para saltearlos. —Me comprometí.—Prosiguió ella mientras comía otro helado, pero este era de frambuesa.—Di cad
Ophelia miró su reflejo en el espejo de su baño. Su piel blanca como la luna estaba cortorneado con un sin fín de pecas dibujaban un cortorno marrón claro en sus parpados y mejillas. Un tono rojiso figuraba en su nariz mientras que sus ojos se veían más miel de lo normal. Miró su mandibula, era la misma de su madre. A veces se preguntaba si su actitud también era la misma cuando tenía su edad. Veintiocho años es un mundo, pero a la vez no es nada. Mientras que para muchos ya estás mas que preparada para tener responsablidades, igual no te toman en cuenta como alguien maduro capaz de tomar sus propias decisiones. Quizás de eso se trata la famosa crisis de los treintas, el saber que tienes tanto para dar, y sin embargo, nadie te va a prestar atención. Eres un fantasma a los ojos de los hombres y mujeres que manejan el mundo. —El detalle está en no dejar que nadie maneje tu mundo. —decía siempre su madre. —Como si eso fuera tan fácil. —se respondió a sí misma. Dejó cae
Al llegar el sitio, Ophelia se percató que no era tan mal como esperaba. Incluso, mantenía su clase en vecindario. Se encontraron con una larga cola de unos cuantos metros. Mirando a su alrededor, Javi intentó encontrar a su cita, pero no lo conseguía. Estuvieron allí hasta que unas manos rodearon la cintura de Javi. —Hola precioso.—comentó un voz muy varonil y gruesa. Javi se dio la vuelta y tomó por el rostro a su cita y con toda la pasión del mundo, postró sus labios en los de él. Segundos sólo duraron hasta que ambos fueron sacados del encanto por el sonido del la musica. —Tu debes ser Ophelia.— comentó.—Estás radiante. Me llamo Esteban, es un placer.— se acercó a ella y besó ambas mejillas. Tengo varios minutos aquí. Unos amigos y yo llegamos antes. Ellos están adentro. Sólo salí para saber si habían llegado. —¿Amigos?—preguntó Javi un poco nervioso. Pero su amigo no le prestó atención, los tomó a ambos por sus manos y caminó hacia la entrada. H
El comentario no le hizo gracia a Polo, golpeó rotundamente su ego. Se sentía devastado. Antes de decir algo, Ophelia se excusó para ir al baño dejando a su amigo en la silla. No permitiría que ningún hombre tomara el control de su vida, ni siquiera Oscuro. Fue a la barra y le preguntó al barman dónde estaba el baño. El chico señaló con su brazo una puerta negra que estaba en la esquina diferente a la que ella estaba. Polo aun la veía desde las sillas mientras tomaba un poco se cerveza, pero ella poco le importaba. Caminó hasta la puerta y la abrió. De pronto, se encontró con un pasillo muy largo con paredes de ladrillos. Al cerrar la puerta, el sonido de la música se ahogó y con ella sólo quedaban ecos. Un tanto desorientada, caminó por el pasillo en busca del baño. De la nada, empezó a escuchar pequeños sonidos muy cerca del lugar. Ophelia se inquietó un poco. Con cautela, trató de caminar sin que sus tacones sonaran en el pasillo. Más temprano que tarde, vol
Santino se estaba vistiendo, sentado a la orilla de la cama, Venecia rodeo su espalda con sus manos y se quedó en ella percibiendo la mezcla de sus olores entrelazados. Su nariz recorrió su espalda hasta llegar a su nuca. —Tenemos que irnos. —Comentó él. Con sus zapatos preparados, Santino se levantó de la cama y buscó su franela que estaba tirada a unos metros de ella. La recogió y la miró tapada con las sábanas blancas arrugadas. —¿Qué miras? —preguntó él. Los ojos de ellas denotaban tristeza y decepción, bajó su mirada y permaneció allí, sin decir más nada. La música apenas se escuchaba, el ambiente cada vez se calmaba, las luces volvieron a ser normales a los ojos de ellos y la aceptación por la realidad volvió a ser de las suyas. —Quiero quedarme. —Sabes que no puedes.—Respondió él. —Nunca puedo.—replicó ella. Sus miradas eran amenazadoras, la suavidad y la pasión que hace minutos tenía había desaparecido. Las cenizas sólo quedaban de
Sintió como el aire congelaba sus piernas, cerró sus ojos. Le aterraban las motos, no les gustaban. Cada vez que aceleraban más, lo apretaba más con sus brazos. La rapidez la sentía en sus pies descalzos, y su pecho como los de un colibrí golpeaban la espalda de su salvador. —Ya puedes soltarme.—comentó la voz. Ophelia abrió sus ojos y se percató que estaban en una gasolinera. El olor a combustible entró por sus fosas y provocaron unas nauseas incontrolables. Con desesperación, se bajó de la máquina y vomitó en el piso. El ácido tocó su paladar, y sentía lo fuerte del alcohol salir de su boca. Tosía y la saliva salía de su boca, le faltaba aire. Arrodillada, siguió vomitando hasta que sintió unas manos en su pecho. Tomó su cabello y lo levantó. —Es normal vomitar en estos casos.—dijo el hombre.—Es por la conmoción de todo esto. Y seguramente porque tomaste mucho alcohol. Entre jadeos Ophelia intentó hablar.— ¿Cómo sabes que es alcohol? —Estás ves
En la oscuridad de la noche, Ophelia se vio caminando en una calle alumbrada porpequeños focos que dejaban sus rastros en el asfalto húmedo. Estaba descalza, sus piessentían el frio con cada paso que daba. Rodeada de un bosque por ambos lados, no teníaotra opción que seguir adelante. Al final del camino, notó a una mujer de espaldas a ella con un hermoso vestido rojo deencajes, la tela se deslizaba por el camino dejando rastros de pétalos rojos. Poco tiempo transcurrió hasta que percibió a la mujer sentada en una silla en medio deun semáforo en verde. Desde la distancia, visualizó a un vehículo que venía hacia la mujera toda velocidad. —¡Hey!—gritó ella, pero no recibió ninguna respuesta. A pasos apurados, intentaba avisarle del auto. Creyendo ser más veloz, empezó a correrpara salvar a la mujer de una muerte inminente. De pronto el carro empezó a pitar. Sinreaccionar, permaneció sentada en la vía. Ophelia sentía el sonido de la bocina en su mente, com