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El camino fue largo y agotador; cada paso era extremadamente doloroso, pero finalmente llegamos. Eirik y los hombres se detuvieron frente a las enormes puertas del lugar, sus respiraciones pesadas por el cansancio acumulado. Yo, atada de manos, me quedé allí, observando con incertidumbre lo que iba a suceder. Cada segundo que pasaba parecía estirarse interminablemente; era como si el tiempo se hubiera detenido.

Después de unos minutos que parecieron horas, las puertas finalmente se abrieron con un crujido ominoso. Ella apareció acompañada de algunos hombres. Su semblante había cambiado por completo. Su piel, antes resplandeciente, ahora tenía un tono apagado, y su cabello rojo, tan brillante y lleno de vida, parecía marchito. Su energía, esa que una vez había sentido tan poderosa y temible, ahora era solo una sombra de lo que fue. Parecía enferma, consumida por algo oscuro que la debilitaba desde dentro.

—Bienvenida a casa, Tiana. Te hemos estado esperando por mucho tiempo —dijo ella
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