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Me arrodillé en el suelo, cerré los ojos y traté de calmar mi mente. Me concentré lo más que pude, forzando cada fibra de mi ser a buscar esa conexión, hasta que sentí el aire frío recorrer todo mi cuerpo como un latigazo helado. Abrí los ojos lentamente y sonreí con satisfacción; estaba en aquel lugar oscuro, donde las sombras parecían alargarse por siempre. A lo lejos, distinguía la tenue luz de un fuego agonizante. Me levanté de inmediato y caminé rápidamente hacia él. El fuego estaba casi extinguido, reflejando mi propia energía debilitada.

—No sé a quién invocar, pero si existe una deidad mucho más fuerte que Malekar, que se presente ahora— pedí, con la voz temblorosa de devoción y desesperación.

Tragué en seco, sintiendo la impotencia recorrerme como veneno, un fuego abrasador alimentado por la rabia que hervía en mis venas. La frustración era tan intensa que deseaba con cada fibra de mi ser matar y beber sangre, saciar esa sed oscura que me consumía.

—Me llamabas— dijo una voz
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