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Corrimos sin detenernos hasta que estuvimos lo suficientemente lejos del incendio, el calor y el humo quedando atrás. Nunca solté la mano de Eirik; no quería separarme de él, no después de todo lo que habíamos pasado. Cuando finalmente nos detuvimos, volteé a verlo. Su rostro estaba pálido, más de lo normal. Mi corazón dio un vuelco. Solté su mano con suavidad y lo miré detenidamente, buscando una razón. Entonces lo vi: una enorme herida en su costado, sangrando profusamente.

—¿Por qué no me habías dicho que te hirieron? —le reclamé, la furia y la preocupación mezclándose en mi voz, casi sofocándome.

—Estoy bien —me contestó, con esa terquedad que me volvía loca.

No pude contenerme más. Le di una bofetada, cansada de todo esto, harta de verlo actuar como si su vida no importara. Y ahora, sumarle que parecía querer morir, lo hacía todo más insoportable.

—¡Si mueres, todo se irá al carajo! ¿Acaso no lo entiendes? ¡Eso es lo que ella quiere! —le grité, mi voz quebrada, llena de furia
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