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El frío calaba mis huesos; cada ráfaga helada parecía penetrar más allá de mi piel, dejándome temblando incontrolablemente. Mis manos estaban entumecidas, cada respiración que tomaba era un tormento. Mis pulmones ardían como si estuvieran en llamas. El frío era insoportable, una tortura que no podía comprender ni soportar.

—Ayuda —dije a la nada, mi voz apenas un susurro apagado.

Sentía cómo la vida se me escapaba. Cada minuto que pasaba bajo esta tortura helada me dejaba más débil, más cerca de un colapso total. Mi mente luchaba por mantenerse enfocada, pero el frío parecía querer arrastrarme hacia una oscuridad absoluta.

El sonido chirriante de la puerta me hizo desviar la mirada. Allí estaba Eirik, en el umbral de la puerta, con una expresión preocupada. Extendí la mano hacia él, deseando desesperadamente su ayuda.

—Por favor —le supliqué, mi voz apenas audible por el frío y el temblor.

Eirik se acercó, quitó mis ataduras con rapidez. Me abrazó, y yo me acurruqué en su pecho, busc
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