La noche finalmente llegó, y las estrellas junto con las dos lunas iluminaban nuestro camino de manera tenue pero constante. Yo ya estaba agotada; los pies me dolían de tanto caminar, como si estuvieran llenos de fuego. Por lo que podía escuchar, no era la única. Muchos de los hombres también se quejaban en voz baja, agotados como yo.—Quiero descansar —le dije a Eirik, mi voz cargada de cansancio y frustración.Él iba unos pasos delante de mí, pero al escucharme, se detuvo y volteó a verme, sus ojos reflejando una mezcla de exasperación e impaciencia.—No tenemos tiempo —me respondió con frialdad.Sin decir más, me dejé caer al suelo con un suspiro. Ya no me importaba lo que él pensara, mis pies ardían y mis piernas no daban más. No podía seguir.Eirik me observó por un momento, y entonces, inesperadamente, alzó la voz:—Nos quedaremos aquí esta noche —gritó a sus hombres.Los hombres, visiblemente aliviados, se detuvieron al instante y comenzaron a buscar lugares donde sentarse o re
El camino fue largo y agotador; cada paso era extremadamente doloroso, pero finalmente llegamos. Eirik y los hombres se detuvieron frente a las enormes puertas del lugar, sus respiraciones pesadas por el cansancio acumulado. Yo, atada de manos, me quedé allí, observando con incertidumbre lo que iba a suceder. Cada segundo que pasaba parecía estirarse interminablemente; era como si el tiempo se hubiera detenido.Después de unos minutos que parecieron horas, las puertas finalmente se abrieron con un crujido ominoso. Ella apareció acompañada de algunos hombres. Su semblante había cambiado por completo. Su piel, antes resplandeciente, ahora tenía un tono apagado, y su cabello rojo, tan brillante y lleno de vida, parecía marchito. Su energía, esa que una vez había sentido tan poderosa y temible, ahora era solo una sombra de lo que fue. Parecía enferma, consumida por algo oscuro que la debilitaba desde dentro.—Bienvenida a casa, Tiana. Te hemos estado esperando por mucho tiempo —dijo ella
Fui llevada a una habitación oscura y fría. Me ataron con cadenas de pies y manos, como si fuera un animal rabioso del cual debían protegerse. Las cadenas eran pesadas; con cada movimiento sentía el frío metal clavarse en mi piel. Pero lo peor no era eso. Me sentía mal, debilitada de una forma que nunca antes había experimentado. Mi fuerza se había esfumado por completo, y aunque trataba de entender qué me estaba ocurriendo, no encontraba explicación. Era como si algo vital en mí hubiera sido arrancado.La puerta se abrió con un chirrido metálico, y Eirik entró. Llevaba un plato en la mano. Se acercó sin prisa, dejando el plato en el suelo frente a mí. Dentro había varias frutas, frescas y tentadoras, pero no me importaban. Mi cuerpo clamaba por energía, pero mi mente estaba atrapada en la rabia y el dolor.—Veo que estás bien; solo debes resistir un poco más —me dijo con una calma que me hizo hervir por dentro.El resentimiento se acumulaba en mi pecho, sofocándome, aunque sabía que
El frío calaba mis huesos; cada ráfaga helada parecía penetrar más allá de mi piel, dejándome temblando incontrolablemente. Mis manos estaban entumecidas, cada respiración que tomaba era un tormento. Mis pulmones ardían como si estuvieran en llamas. El frío era insoportable, una tortura que no podía comprender ni soportar.—Ayuda —dije a la nada, mi voz apenas un susurro apagado.Sentía cómo la vida se me escapaba. Cada minuto que pasaba bajo esta tortura helada me dejaba más débil, más cerca de un colapso total. Mi mente luchaba por mantenerse enfocada, pero el frío parecía querer arrastrarme hacia una oscuridad absoluta.El sonido chirriante de la puerta me hizo desviar la mirada. Allí estaba Eirik, en el umbral de la puerta, con una expresión preocupada. Extendí la mano hacia él, deseando desesperadamente su ayuda.—Por favor —le supliqué, mi voz apenas audible por el frío y el temblor.Eirik se acercó, quitó mis ataduras con rapidez. Me abrazó, y yo me acurruqué en su pecho, busc
Escandinavia, 400 años en el pasado.Me mordí el labio inferior mientras espiaba al enorme hombre de cabello negro que se bañaba en el lago. Sonreí un poco, sabiendo que si se enteraban de lo que estaba haciendo, sería severamente castigada, aunque, sinceramente, creo que valía completamente la pena. El hombre allí, semi desnudo, se llamaba Viggo. Lo había escuchado de otros hombres que en alguna ocasión lo acompañaron. Él es un Imperials, y por lo que sé, será el próximo líder. Pero lo que realmente me fascinaba era lo hermoso que era. Su espalda era perfecta, y, bueno, sus otras cosas también.Sentí mis mejillas arder al recordar la primera vez que lo vi completamente desnudo. Fue... impresionante. Nunca había visto a un hombre así antes, tan expuesto, tan imponente.—¡¿Qué haces, Thora?! ¡Tenemos que irnos! —La voz de Gytha me sacó de mis pensamientos, haciéndome dar un brinco por el susto. Me di la vuelta rápidamente y golpeé a mi hermana en el hombro, quien me miraba con el ceño
Me gustaba ir con la anciana a comprar algunas hierbas que no podíamos encontrar en el bosque y que sólo en la aldea estaban disponibles. Me encantaba observar a los niños corriendo y divirtiéndose, a las personas hablando animadamente, e incluso me gustaba ver las peleas que surgían de vez en cuando entre ellos. Todo era diferente a lo que conocía, y esa diferencia me hacía feliz, me recordaba que había más allá del bosque.—¡Thora, deja de soñar despierta y ven a ayudarme! —increspó la anciana, con su habitual mal genio.Salté del lugar en el que estaba absorta en mis pensamientos y corrí hacia ella, sosteniendo con fuerza la cesta que estaba a punto de caerse. Un tumulto de personas apareció de repente, empujándose entre sí y haciendo que me apartara de la anciana. Me sentí desorientada y en cuestión de segundos sentí una mano firme apretarse en mi brazo, tirando de mí hacia otro lado. El miedo me invadió al principio, y abrí la boca para gritar, hasta que levanté la vista y vi de
Los días siguientes se sintieron extraños. Gytha seguía obsesionada con aquellas hojas, y aunque trataba de disimularlo, podía notar que algo en ella estaba cambiando. Después del conjuro, me sentía diferente, algo en mi interior había cambiado, pero había aprendido a sobrellevarlo. Gytha, en cambio, parecía cada vez más atrapada por su ambición. —Deberías quemar esas hojas, son peligrosas —le dije, esperando que recapacitara. Ella me miró, y puso los ojos en blanco. —Deberías callarte la boca. Sé lo que quiero, y esto me hará conseguirlo —me respondió con una frialdad que me hizo estremecer. —Mira lo que me hizo a mí, y sé que tú también estás marcada —le dije, tratando de hacerla razonar. Había visto en su piel los mismos símbolos que ahora cubrían mi cuerpo. Ella había conjurado algo en sí misma también. Pero la pregunta que me quemaba por dentro era... ¿para qué? —Cálmate, sé lo que hago —me dijo con desdén, como si todo estuviera bajo control. Pero yo no podía estar calmad
Fui castigada por lo que había hecho. Gytha había contado todo a la anciana, y esta me dio la golpiza de mi vida. Me sentía traicionada, dolida por dentro; ella también quería estar con él, pero no dijo nada de eso, solo me acusó a mí, y eso me partía el corazón en mil pedazos.Tumbada en la pequeña cama de paja, con el cuerpo aún dolorido, miré a la nada. Sabía que si me quedaba aquí, posiblemente me obligarían a deshacerme de mi bebé, y yo jamás permitiría tal cosa, bajo ningún concepto. Escuché pasos acercándose, así que me volteé. Era Gytha, que me miraba con una sonrisa de satisfacción fría y cruel.—Tú no eres nadie, Thora —me dijo con desprecio—. No puedes pasar sobre mí, pero me alegra que él te haya marcado. Ahora su destino está entrelazado, y si alguien matarte, él también morirá.Esas palabras desgarraron mi corazón. Sentí un terror profundo e indescriptible.—¿De qué hablas? —le pregunté con la voz temblorosa mientras me sentaba con dificultad en la cama, tratando de comp