Por la mano de Arabella.

Arabella caminaba por los corredores como una tormenta a punto de estallar. Sus pasos resonaban como latigazos en los suelos de mármol, y con cada zancada, su capa de terciopelo esmeralda ondeaba tras ella como una serpiente furiosa. Intentaba ocultar la rabia que ardía bajo su piel, pero era imposible: sus puños estaban cerrados, sus ojos entrecerrados, sus dientes apretados. Era un milagro que los corredores aún estuvieran intactos.

No dijo una palabra al pasar junto a guardias o sirvientes. Solo los ignoró con una mirada gélida, como si el aire a su alrededor congelara todo lo que tocaba. Cuando llegó a la escalera que conducía a los jardines colgantes, su pecho ya jadeaba, y su mente era un torbellino de frustración contenida.

Subió los escalones uno a uno, hasta sentir la brisa fría de la tarde rozar su rostro. El cielo estaba nublado, como si la propia naturaleza reflejara su estado de ánimo. Los jardines colgantes se extendían como un paraíso sobre la fortaleza, pero en ese mom
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