Permítame

El salón del banquete estaba silencioso cuando Phoenix cruzó las puertas, con Alaric en brazos, acurrucado en su regazo como un pequeño brote de calor y vida. El niño dormía profundamente, su rostro sereno descansando contra el pecho de su madre. Lucian la seguía a su lado, con una expresión contenida, pero los ojos atentos. Arabella venía justo detrás, con pasos elegantes y una postura impecable como siempre, aunque sus ojos revelaban una tensión que intentaba disimular.

Los altos candelabros proyectaban sombras suaves sobre las paredes de piedra. La larga y abundante mesa, repleta de asados, quesos, frutas y guisos humeantes, desprendía un aroma acogedor. Phoenix se acercó a una de las sillas más próximas a la cabecera, intentando acomodar a Alaric con cuidado para no despertarlo.

Antes de que pudiera sentarse, Lucian se adelantó con una agilidad sorprendente y apartó la silla para ella, sus dedos rozando levemente su brazo.

—Permítame —dijo él, con una voz grave y baja, casi un sus
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