Amarillo

Las estancias estaban caldeadas por brasas suaves en las chimeneas e iluminadas por la luz cálida de las velas distribuidas en candelabros de plata. El vapor ascendía desde la gran bañera de mármol, perfumando el aire con lavanda, romero y flores silvestres. Phoenix estaba sumergida hasta los hombros, con los ojos cerrados, intentando absorber la rara calma en aquel mundo que siempre parecía estar en guerra.

Dos criadas trabajaban en silencio y en sincronía. Una de ellas cuidaba del largo cabello oscuro de Phoenix, enjabonando cada mechón con delicadeza, mientras la otra masajeaba su cuerpo con aceites y exfoliantes hechos de hierbas y sal marina. Los dedos ágiles recorrían su piel con detalle, como si fueran artesanos tratando una reliquia antigua, algo frágil y poderoso al mismo tiempo. El baño era digno de una reina.

Al salir del baño, con el cuerpo envuelto en una toalla cálida y acogedora, encontró a Arabella en la habitación, sosteniendo un vestido que parecía sacado de un sueño
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