Ella nunca te daría esto

Lucian contuvo el aliento. Por un instante, Arabella pensó que la apartaría de un empujón.

Pero entonces la atrajo hacia sí, con los labios chocando en un beso que parecía más un castigo. Era áspero, implacable, con los dientes rozando su boca hasta que el sabor a hierro inundó sus sentidos. Arabella gimió, no de placer, sino de triunfo: él estaba cediendo.

La levantó bruscamente, barriendo la mesa con un brazo. Platos de plata, copas de cristal, todo cayó al suelo en un estruendo cacofónico. Arabella sintió el impacto de su cuerpo contra la madera, el dolor agudo de los bordes cortantes bajo su espalda, pero no protestó. Por el contrario, sonrió, con los ojos brillando de una satisfacción perversa.

Lucian rasgó su vestido con un tirón, dejando sus senos al descubierto bajo la tela destrozada. No la besó de nuevo, solo la miró, como si estuviera viendo a otra persona.

Arabella lo sabía.

Sabía que, en los ojos de él, ella no estaba allí.

Levantó las manos, entrelazándolas detrás de su
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