El frío cortante de Nordheim, la capital del Valle del Norte, llenaba el aire con un silencio opresivo. Las murallas del castillo se alzaban imponentes contra el cielo gris, y la nieve caía suavemente, creando un contraste con la creciente tensión dentro de las paredes de la fortaleza. Por los pasillos, el arzobispo Franz Walsh caminaba a grandes zancadas, el rostro endurecido por la ira y las manos apretando una carta arrugada, cuyos bordes estaban casi rasgados por la fuerza con la que la sostenía. Los súbditos, al ver la expresión sombría en el rostro del arzobispo, se apresuraban a apartarse de su camino, bajando la cabeza en señal de reverencia antes de desaparecer por puertas y pasillos.La carta en su mano traía una noticia que apenas podía creer. Ulrich, el Rey Alfa, había solicitado el ritual de rechazo. La mera idea lo enfurecía, y su mente hervía con las implicaciones de esta petición. Sabía que algo debía hacerse, y rápido. Cuando finalmente llegó a la sala de los ancianos
Turin estaba sentado en el trono menor de la sala, una imponente estructura de madera oscura con detalles en plata que contrastaban con la opulencia del trono de Ulrich, el rey alfa. Sus ojos, sin embargo, estaban fijos en el arzobispo Franz Walsh, que se acercaba con pasos firmes y una mirada de determinación implacable. La sala del trono estaba silenciosa, las antorchas iluminando el ambiente con una luz tenue y titilate, proyectando sombras que danzaban en las paredes de piedra. El arzobispo se detuvo frente a Turin, y por un momento, el silencio entre ambos era casi palpable.Turin finalmente rompió el silencio, su voz baja, pero cargada de firmeza. “No puedes afirmar eso con tanta certeza, arzobispo.” Franz, sin embargo, no dudó. Sus ojos penetrantes encontraron los de Turin, y respondió sin desviar la mirada. “Ambos sabemos muy bien lo que sucederá si Ulrich regresa a Nordheim con esa... predestinada. El caos se desatará. No puedes ignorar las señales.” Turin entrecerró
Naomi se sumergió una vez más en la bañera de agua tibia, intentando relajarse. El calor abrazaba su piel ébano, mientras el aroma de hierbas suaves y pétalos de flores flotaba a su alrededor. Pero la paz nunca duraba. Desde la noche en que se casó con Turin, desde aquella maldita noche de bodas en que él reveló el secreto más devastador: la carta que él le había hecho falsificar, fingiendo ser la madre de Phoenix, una mujer que ahora sabía que estaba muerta.No podía sacarse la culpa de la cabeza. Desde entonces, su vida había sido una prisión de silencio y arrepentimiento. Phoenix jamás la perdonaría. No mientras Naomi no encontrara una forma de reparar el error. Lo había intentado. Envió varias cartas a la reina, pero hasta ahora, ninguna respuesta. Phoenix no las había recibido o, lo más probable, estaba demasiado enojada para perdonarla."Me traicioné a mí misma y traicioné a una mujer que nunca mereció esto." Estos pensamientos atormentaban a Naomi día y noche, haciendo imposibl
Naomi se miró en el espejo, sus ojos analizando cada detalle del vestido de lana gris con sutiles bordados plateados que adornaban el dobladillo y los puños. La tela pesada abrazaba su cuerpo con una gravedad cómoda, pero al mismo tiempo solemne, reflejando la seriedad de la mañana que la esperaba. Las sirvientas se movían a su alrededor con cuidado y precisión, ajustando la capa de piel gris sobre sus hombros y sujetando el broche de acero en forma de lobo, símbolo del reino de Nordheim. Una de las sirvientas le tendió los guantes de lana, y Naomi se los puso, sintiendo el calor inmediato envolver sus manos. Cada pieza de su atuendo parecía llevar un peso simbólico, como si se estuviera preparando para una batalla silenciosa, una batalla donde no habría espadas o lanzas, sino miradas y palabras disfrazadas de cortesía. Las botas de cuero gris, pulidas con esmero, tocaron el suelo frío con un ligero crujido mientras Naomi avanzaba. Finalmente, una de las sirvientas sostuvo el coll
Naomi entró en la iglesia con pasos calculados, sus sentidos alertas a cada detalle del ambiente. La atmósfera era pesada, cargada de expectativa, y el silencio entre los fieles era perturbador. El sonido de los tacones de sus botas de cuero contra el suelo de piedra resonaba por los pasillos, mezclándose con los murmullos bajos de las personas que observaban su llegada junto a Turin. Podía sentir las miradas dirigidas hacia ellos, como si estuvieran entrando en un campo de batalla invisible. Algo estaba a punto de suceder, y Naomi no sabía exactamente qué era, pero podía sentirlo en el aire.Al acercarse al centro de la iglesia, un joven paje apareció inesperadamente, inclinándose respetuosamente ante ellos. "Por aquí, mis señores," murmuró el paje, guiándolos hasta sus asientos.Sin embargo, lo que Naomi vio la hizo detenerse abruptamente. Sus ojos se abrieron de par en par por un momento al darse cuenta de que los lugares designados para ellos estaban en la primera fila, los trad
Franz Walsh continuó, ahora con más énfasis. “El profeta Isaías también habló sobre la renovación que viene del Señor. Y dijo: No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a la memoria las cosas antiguas. He aquí, yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz. ¿No la conocéis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.” Hizo una pausa, dando tiempo para que las palabras calaran en la mente de cada uno de los presentes. Quería que todos entendieran —y, lo más importante, que Turin entendiera— que algo nuevo estaba surgiendo. Que la renovación, por dolorosa que fuera, era inevitable y bendecida por Dios. “El Señor hace nuevas todas las cosas, queridos míos. Y aquellos que tienen oídos para oír y corazón para aceptar, verán las bendiciones que Él traerá a esta tierra. El Señor pone a los líderes en posiciones de poder para guiar a Su pueblo a través de la oscuridad, y Él pone en los corazones de los hombres el deseo de servir al bien mayor.” Las palabras parecían
Apenas teve tiempo de procesar lo que acababa de suceder cuando una voz familiar sonó detrás de ella. "Un líder perfecto, ¿no crees?" Naomi se giró rápidamente y sus ojos se encontraron con el arzobispo Franz Walsh, que la observaba con una suave sonrisa, pero llena de significados ocultos. El peso de su presencia parecía aumentar el aire a su alrededor, como si él controlara todo en ese espacio. "Su Gracia…" murmuró Naomi, sintiéndose de repente vulnerable bajo la mirada intensa del arzobispo. Franz Walsh caminaba lentamente hacia ella, sus pasos firmes, pero suaves, mientras su mirada nunca dejaba la de ella. La evaluaba, como si estuviera midiendo sus reacciones, calculando cada respuesta que pudiera dar. "Turin es un hombre notable," continuó el arzobispo, su voz llena de convicción, "y la gente lo ve. Yo lo veo. Es fuerte, justo… y lo más importante, es lo que Nordheim necesita ahora." "Pero… esto no está bien," respondió Naomi, con la voz vacilante, aun sintiendo el
Naomi caminaba por los pasillos del castillo, las palabras de Aurelius resonando en su mente. "Intenta hablar con Phoenix, tal como lo has estado intentando..." Eso la molestaba profundamente. El tono de desdén y el conocimiento velado que él demostraba indicaban que había algo más ocurriendo, algo que no comprendía del todo. Era evidente que había una red de intrigas que iba más allá de la simple política del reino, y ella estaba en medio de todo eso. Con determinación, Naomi tomó una decisión. Si había algo que descubrir, necesitaba actuar rápidamente. Se dirigió directamente al harén de Ulrich, donde las concubinas siempre estaban ocupadas con sus rutinas, protegidas del caos que se desarrollaba más allá de sus cómodos aposentos. Mientras caminaba, mantenía la cabeza erguida, su mirada fija en su destino, pasando por los grandiosos pasillos sin prestar atención a las tapicerías ornamentadas ni a los sirvientes que le lanzaban miradas curiosas.Al entrar en el harén, encontró a las