CAPÍTULO 46
—No quiero ir —declaró Cale y Messina alzó las cejas tras suspirar—, y mucho menos quiero llevarte conmigo. Es claro lo que pretenden hacer, lo más probable es que ni tú ni yo, y mucho menos nuestro hijo, regresemos vivos del palacio imperial.

La azabache tragó saliva, intentando deshacerse de la angustia que tenía anudada en la garganta. No es como que ella no tuviera conocimiento del tipo de situaciones que ocurrían a los que estaban cerca o en el poder; es decir, siendo princesa, desde muy niña siempre estuvo en la mira de alguien, y la habían intentado sacar del mundo en más de una ocasión.

—Pues no parece que podamos negarnos —señaló la joven haciendo alusión al carácter de obligatorio que señalaba la carta y que, aunque había pretendido ser un tipo de juego, la verdad era que esa orden era una amenaza para ellos si es que se atrevían a osar faltar.

Cale asintió y, tras dar por enterada a su esposa, fue él mismo a prepararse para salir mientras las doncellas de su esposa la pre
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