—¿Qué es lo que saben y nos ocultan? —preguntó Leone II furioso, recibiendo otro puño de cartas de personas renunciando a sus puestos en el palacio. —Con todo respeto, su excelencia —habló el mayordomo, temiendo por la vida de toda esa gente que buscaba con desespero salir de ese lugar—. No es lo que sabemos, es lo que intuimos con tantos rumores. Leone miró al hombre que hablaba y asintió como si de esa forma le diera permiso de seguir hablando sobre lo que decía. » Como bien sabe, todos tenemos una familia qué cuidar —añadió el hombre—, y, cada vez más, parece que el ejército se está preparando para recibir a los atacantes en este lugar. Ellos pueden defenderse, nosotros no, por eso queremos salir de este lugar antes de que los enfrentamientos ocurran. —Si debemos disculparnos por algo —dijo el cocinero, que también había presentado su renuncia, sin alzar la cabeza del suelo—, nos disculparemos por ser cobardes y querer vivir. Leone negó con la cabeza. Podía entender ese razonam
Mía cerró los ojos, para ella al fin había terminado todo, o eso fue lo que pensó hasta que se escuchó un fuerte golpe y alguien cayendo frente a ella. La azabache abrió los ojos y vio al causante de sus desgracias y pesadillas hincado frente a ella, demasiado cerca, por eso, instintivamente, retrocedió. Estaba tan apurada por alejarse de él, que ni siquiera le interesaba lo que había ocurrido, y tampoco le importaban sus rodillas que, tras arrastrarse sin cuidado, terminaron heridas. Ya lejos de un hombre que parecía estar inconsciente, la joven miró a su alrededor y se encontró con uno de los dos únicos hombres que había estado esperando ver desde hacía demasiado tiempo. —¿Estás bien? —preguntó Corono Elliot, andando hasta la joven y provocándole llorar con fuerza y aferrarse a él—. Perdón por tardar... perdón por no poderte proteger mejor... y muchas gracias por ser tan fuerte y mantenerte a salvo. Mía no dijo nada, estaba cansada, adolorida y bastante lastimada por muchas cosa
—¿Te encuentras bien? —preguntó Cale, que entraba a la habitación de Mía después de ella, viéndola tomar asiento en el sofá más cercano a la puerta. —Casi como nueva —aseguró la azabache de ojos azules, sin lograr sonreír, pero ya sin llorar—, pero supongo que dormí demasiado y comí poco, porque estoy algo mareada y mi cabeza se siente pesada. —Sí, bueno, fueron varios días inconsciente —señaló el castaño—, pero me alegra que despertaras, y de verdad te ves de buen ánimo. —Es porque siento que al fin puedo ser libre —indicó la joven—, me siento tranquila por eso, a pesar de que siento que mi futuro es algo incierto. —Te preocupas demasiado, Mía —aseguró el nuevo emperador de Atrumb—, si tu futuro fuera incierto, tu esposo no habría venido a buscarte a otro imperio, y tampoco hubiera hecho todo lo que ha hecho por proteger el único lugar en que puedes ser feliz para que puedas volver a él. Mía sonrió, eso sonaba demasiado bonito y bastante romántico, y aún así no estaría segura de
—Aun no puedo creer que de verdad te vayas a ir —expresó Cale, despidiéndose al fin de esa joven que protegió tanto como prometió y gracias a la cual ahora tenía lo que no pensó que tendría jamás: una bella familia—. ¿No quieres quedarte y convertirte en mi primer ministro? Estoy seguro de que podríamos hacer grandes y muy buenas cosas por Atrumb juntos. Mía sonrió, ahora todo parecía volver a la tranquilidad, y aún así no se podía quitar la ansiedad generada por estar en un territorio donde dejaría atrás una vida, que le había gustado un poco, y donde dejaría también el más profundo dolor de su alma, ese que tal vez no se podría perdonar nunca, ni siquiera, aunque Corono la perdonara por ello. —Bueno —habló Corono—, si las cosas se ponen muy mal en Cenzalino, volveremos y yo me convertiré en tu primer ministro, me pondré vestido, si lo requieres. —¿Cómo las cosas se pondrían poner mal en Cenzalino? —preguntó Mía, que en realidad no había hablado con Corono de nada respecto a su imp
—Te ves horrible —dijo Corono y Mía, que recibía semejante crítica, puso todas sus fuerzas en fulminarlo con la mirada, obteniendo a cambio una risa refrescante de parte de ese hombre—. No has parado de vomitar en todo el camino, y son más de dos meses, Mía. A este paso llegaré con tu esqueleto a casa de tu padre. —Yo creo que me vas a dejar en casa de mi padre por un año o dos —declaró la joven devolviendo sus pasos a la cama—, si me subes a un carruaje tan pronto te llevarás pero mi cadáver... Te juro que me siento peor de lo que me veo. —No sabía que eras mala viajando —señaló el hombre, acercándose a ella para limpiarle el cuello con agua fresca y que sus malestares disminuyeran un poco. —Creo que no era tan mala en un inicio —explicó la azabache, recostada en la cama y con los ojos cerrados, pues eso era lo único que disminuía su intenso mareo—, pero últimamente, cada que viajo, es porque estoy huyendo, y me imagino que eso me ha generado un trauma. Cuando me establezca en el n
—También concuerdo con que es lo mejor —aseguró Carlo Elliot, en esa reunión donde los nobles de varios reinos, incluyendo los primeros ministros de cada uno de ellos, representando a sus reyes, tenían bastantes días discutiendo sobre el tema más apremiante. La noticia de que recibirían la cabeza del anterior emperador había llegado ya, junto a una carta del nuevo emperador de Atrumb, quien no solo agradecía el apoyo que el futuro duque de Elliot y su esposa le habían dado para poder tomar el cargo de su propio imperio de manos del anterior emperador de Cenzalino; sino que también escribió una carta prometiendo devolver el favor a la pareja a quienes recomendaba como nuevos emperadores de su reino. Al principio fue bastante polémico, porque, aunque tanto el mensajero como la carta mencionaban que el matrimonio Elliot no sabía ni de la carta ni de su contenido, eso bien podía tomarse como una alianza con otro imperio. Y sí, era una alianza, Carlo Elliot lo señaló, de otra forma ellos
—Casi me da lástima el pobre ex emperador —soltó Mía y su marido fingió no haber bufado una risa, pero la joven azabache definitivamente se había dado cuenta de ella. Pero no era para menos, desde su entrada a la capital, donde un desfile apresurado se había realizado en su honor, los comentarios en contra del que la nueva emperatriz mencionaba no habían cesado, y todos eran malos comentarios. —Supongo que es normal —declaró Corono, saludando y sonriendo a la gente que le saludaba y le sonreía—, si no se difundían todos esos rumores, los malos hubiéramos sido tú y yo por tomar su lugar. —Pero no es como que lo hubiéramos pedido —refunfuñó la joven de ojos azules, saludando también—, ¿o sabías de esto? —No, de verdad no lo sabía —aseguró el hombre tomando la mano de su esposa—, y tampoco es lo que quería. Yo quería que volviéramos a nuestro hogar, el nuevo ducado, y que ahí pudiéremos vivir en paz una larga, tranquila y feliz vida... Cuidar del imperio no era lo que deseaba. —Antes
Corono se arrastró de nuevo hasta su habitación, encontrando a la emperatriz dormida sobre la cama sin deshacer, y aún vestida. Tenían tanto qué hacer, que a menudo se felicitaban por tan solo lograr reunirse para comer, pero seguro solo era que se vieran por la mañana que despertaban para irse a trabajar todo el día. Sin embargo, lo estaban haciendo demasiado bien, la gente de la capital y del imperio lo comenzó a notar y a agradecer, al punto de que, los reinos que habían pensado en deshacerse de ellos si no lograban nada, se habían devuelto a su lugar sin hacer mucho ruido, pues sabían que ese par de jóvenes personas eran de total confianza. Corono destendió su lado de la cama y levantó en brazos a su mujer para ayudarla a dormir con mayor comodidad, incluso le ayudó a quitarse el vestido y, viéndola en paños menores, besó su hombro y cabeza. Estaba demasiado cansado para intentar nada, y la pobre emperatriz estaba igual, así que su reencuentro intimo seguía esperando, y seguirí