—No quiero ir —declaró Cale y Messina alzó las cejas tras suspirar—, y mucho menos quiero llevarte conmigo. Es claro lo que pretenden hacer, lo más probable es que ni tú ni yo, y mucho menos nuestro hijo, regresemos vivos del palacio imperial. La azabache tragó saliva, intentando deshacerse de la angustia que tenía anudada en la garganta. No es como que ella no tuviera conocimiento del tipo de situaciones que ocurrían a los que estaban cerca o en el poder; es decir, siendo princesa, desde muy niña siempre estuvo en la mira de alguien, y la habían intentado sacar del mundo en más de una ocasión. —Pues no parece que podamos negarnos —señaló la joven haciendo alusión al carácter de obligatorio que señalaba la carta y que, aunque había pretendido ser un tipo de juego, la verdad era que esa orden era una amenaza para ellos si es que se atrevían a osar faltar. Cale asintió y, tras dar por enterada a su esposa, fue él mismo a prepararse para salir mientras las doncellas de su esposa la pre
—¿Cómo lo supiste? —preguntó Cale que, no sabía si era por rabia o por adrenalina, no podía dejar de temblar luego de lo vivido—. ¿Cómo supiste que esa taza estaba envenenada? —Pues porque hicieron muy evidente que esa taza era la mía, y eso era raro teniendo en cuenta que todas las tazas parecían iguales —respondió Messina, que en realidad no se sintió en peligro en ningún momento. —No, pero antes —señaló el hombre—. ¿Por qué cambiaste de asiento antes? ¿De verdad en Cenzalino se sientan diferentes? —No —confesó la chica—, pero el rostro de la reina era tan insidioso que me molesté y pensé en sentarme a la derecha de su esposo para molestarla. Cale, que primero se sintió confundido por la respuesta, terminó riendo a carcajadas por la ocurrencia de esa joven. Definitivamente eso era algo que molestaría a la tercera reina, que se sentía amenazada por cuanta mujer pasaba frente al emperador, y su esposa era demasiado bella como para que la monarca no lo notara. —De todas formas —hab
—¿Qué dice? —preguntó la joven azabache de ojos azules que, mientras desayunaba al lado de su esposo, lo vio recibir un mensaje del palacio imperial y leerlo frente a ella, aunque en silencio. —El príncipe heredero acaba de nacer —informó el hombre a su esposa, ya notoriamente embarazada—. La reina sería enjuiciada mañana por la tarde, deberemos estar ahí, y probablemente será castigada al día siguiente, así que hay que quedarnos en el palacio imperial por esta noche para mañana atestiguar el castigo. —Yo no quiero atestiguar el castigo —aseguró Messina, sintiendo ascos y escalofríos—, no quiero ver que le corten la cabeza o que la cuelguen. Cale Solero sonrió un poco, amaba la simplicidad de su esposa; y tomó la mano de su esposa para transmitirle un poco de calma, porque, a sus seis meses de embarazo, ella no debería pasar por cosas tan extremas. —Bueno —dijo el hombre, sonriendo a su esposa—, asistir al juicio es inevitable, pero podrías fingir sentirte mal después de eso y eso
El palacio imperial de Atrumb era una locura, y el emperador no tenía tiempo para muchas cosas con todo lo que debía resolver para no perder la paz, por ello no fue capaz de prestar atención a una solicitud política de un imperio vecino. La carta enviada por el emperador Leone II fue traspapelada y perdida, y el remitente lo tomó como una gran ofensa. Leone II entró a Atrumb sin que nadie se diera cuenta, y eso hizo arder en rabia su estómago por sentirse ignorado, de todas formas, envió a alguien a informar de su llegada, pero el mensajero no fue recibido en el palacio imperial y la paciencia del emperador de Cenzalino se agotó. Él necesitaba que ese imperio le diera asilo político y que le prestara su fuerza militar, pero el emperador de Atrumb estaba ignorándolo abiertamente, así que decidió tomar por su cuenta lo que le estaban negando y que tanto necesitaba. La primera noche de tranquilidad del palacio imperial se convirtió en una matanza donde incluso el emperador perdió la vi
Toda la emoción que sintió al ver su rostro aparecer frente a él se fue cuando fijo la mirada en un vientre que debería estar abultado, pues no cargaba un bebé entre los brazos, y ninguno de sus guardias lo llevaba tampoco. Leone II frunció el ceño y caminó hasta una joven que temblaba de pies a cabeza por tan solo mirarlo, y que, cuanto más cerca lo sentía, peor se sentía. El terror que la azabache sentía era descomunal, por eso en su garganta se llevaba a cabo una batalla campal entre el aire que no lograba entrar y el vómito que suplicaba por salir. Las lágrimas de la joven de ojos azules no pudieron ser detenidas, y Leone II enfureció un poco más al verla llorar de esa manera mientras le sostenía la mirada. —¿Dónde está mi hijo? —preguntó el hombre y la joven azabache estuvo a punto de derrumbarse a los pies de un emperador al que le temía demasiado—. ¡¿Dónde demonios está mi hijo?! Por difícil de creer que pudiera parecer, la furia de ese hombre, que tras tomarla por los homb
—¡Ya son cuatro días! —gritó Leone furioso luego de recibir el reporte de que la emperatriz, como todos le llamaban por orden de él, seguía sin hacer ninguna solicitud, que ni siquiera se movía de la cama donde a ratos dormía y a ratos no hacía nada, porque esa mujer ni siquiera lloraba ya. » ¿De verdad piensas morir aquí? —preguntó el emperador tras respirar profundo y la respuesta no llegó, pues la pregunta ni siquiera fue hecha a ella, él estaba en su oficina trabajando en otras cosas. Leone II negó con la cabeza y, luego de eso, decidió pasar a verla cuando todo su trabajo terminara; de todas formas, ella no moriría aún de hambre, tenía comprobado el tiempo en que las personas sobreviven sin comer, lo preocupante con ella era que ni siquiera había tomado agua tampoco, y eso sí era bastante peligroso. » Cenaré en su habitación —declaró el emperador, que usualmente no cenaba—, que preparen comida para dos, ligera y blanda. El mayordomo del palacio asintió y, reverenciándolo, se r
—¿Qué es lo que saben y nos ocultan? —preguntó Leone II furioso, recibiendo otro puño de cartas de personas renunciando a sus puestos en el palacio. —Con todo respeto, su excelencia —habló el mayordomo, temiendo por la vida de toda esa gente que buscaba con desespero salir de ese lugar—. No es lo que sabemos, es lo que intuimos con tantos rumores. Leone miró al hombre que hablaba y asintió como si de esa forma le diera permiso de seguir hablando sobre lo que decía. » Como bien sabe, todos tenemos una familia qué cuidar —añadió el hombre—, y, cada vez más, parece que el ejército se está preparando para recibir a los atacantes en este lugar. Ellos pueden defenderse, nosotros no, por eso queremos salir de este lugar antes de que los enfrentamientos ocurran. —Si debemos disculparnos por algo —dijo el cocinero, que también había presentado su renuncia, sin alzar la cabeza del suelo—, nos disculparemos por ser cobardes y querer vivir. Leone negó con la cabeza. Podía entender ese razonam
Mía cerró los ojos, para ella al fin había terminado todo, o eso fue lo que pensó hasta que se escuchó un fuerte golpe y alguien cayendo frente a ella. La azabache abrió los ojos y vio al causante de sus desgracias y pesadillas hincado frente a ella, demasiado cerca, por eso, instintivamente, retrocedió. Estaba tan apurada por alejarse de él, que ni siquiera le interesaba lo que había ocurrido, y tampoco le importaban sus rodillas que, tras arrastrarse sin cuidado, terminaron heridas. Ya lejos de un hombre que parecía estar inconsciente, la joven miró a su alrededor y se encontró con uno de los dos únicos hombres que había estado esperando ver desde hacía demasiado tiempo. —¿Estás bien? —preguntó Corono Elliot, andando hasta la joven y provocándole llorar con fuerza y aferrarse a él—. Perdón por tardar... perdón por no poderte proteger mejor... y muchas gracias por ser tan fuerte y mantenerte a salvo. Mía no dijo nada, estaba cansada, adolorida y bastante lastimada por muchas cosa