El palacio imperial de Atrumb era una locura, y el emperador no tenía tiempo para muchas cosas con todo lo que debía resolver para no perder la paz, por ello no fue capaz de prestar atención a una solicitud política de un imperio vecino. La carta enviada por el emperador Leone II fue traspapelada y perdida, y el remitente lo tomó como una gran ofensa. Leone II entró a Atrumb sin que nadie se diera cuenta, y eso hizo arder en rabia su estómago por sentirse ignorado, de todas formas, envió a alguien a informar de su llegada, pero el mensajero no fue recibido en el palacio imperial y la paciencia del emperador de Cenzalino se agotó. Él necesitaba que ese imperio le diera asilo político y que le prestara su fuerza militar, pero el emperador de Atrumb estaba ignorándolo abiertamente, así que decidió tomar por su cuenta lo que le estaban negando y que tanto necesitaba. La primera noche de tranquilidad del palacio imperial se convirtió en una matanza donde incluso el emperador perdió la vi
Toda la emoción que sintió al ver su rostro aparecer frente a él se fue cuando fijo la mirada en un vientre que debería estar abultado, pues no cargaba un bebé entre los brazos, y ninguno de sus guardias lo llevaba tampoco. Leone II frunció el ceño y caminó hasta una joven que temblaba de pies a cabeza por tan solo mirarlo, y que, cuanto más cerca lo sentía, peor se sentía. El terror que la azabache sentía era descomunal, por eso en su garganta se llevaba a cabo una batalla campal entre el aire que no lograba entrar y el vómito que suplicaba por salir. Las lágrimas de la joven de ojos azules no pudieron ser detenidas, y Leone II enfureció un poco más al verla llorar de esa manera mientras le sostenía la mirada. —¿Dónde está mi hijo? —preguntó el hombre y la joven azabache estuvo a punto de derrumbarse a los pies de un emperador al que le temía demasiado—. ¡¿Dónde demonios está mi hijo?! Por difícil de creer que pudiera parecer, la furia de ese hombre, que tras tomarla por los homb
—¡Ya son cuatro días! —gritó Leone furioso luego de recibir el reporte de que la emperatriz, como todos le llamaban por orden de él, seguía sin hacer ninguna solicitud, que ni siquiera se movía de la cama donde a ratos dormía y a ratos no hacía nada, porque esa mujer ni siquiera lloraba ya. » ¿De verdad piensas morir aquí? —preguntó el emperador tras respirar profundo y la respuesta no llegó, pues la pregunta ni siquiera fue hecha a ella, él estaba en su oficina trabajando en otras cosas. Leone II negó con la cabeza y, luego de eso, decidió pasar a verla cuando todo su trabajo terminara; de todas formas, ella no moriría aún de hambre, tenía comprobado el tiempo en que las personas sobreviven sin comer, lo preocupante con ella era que ni siquiera había tomado agua tampoco, y eso sí era bastante peligroso. » Cenaré en su habitación —declaró el emperador, que usualmente no cenaba—, que preparen comida para dos, ligera y blanda. El mayordomo del palacio asintió y, reverenciándolo, se r
—¿Qué es lo que saben y nos ocultan? —preguntó Leone II furioso, recibiendo otro puño de cartas de personas renunciando a sus puestos en el palacio. —Con todo respeto, su excelencia —habló el mayordomo, temiendo por la vida de toda esa gente que buscaba con desespero salir de ese lugar—. No es lo que sabemos, es lo que intuimos con tantos rumores. Leone miró al hombre que hablaba y asintió como si de esa forma le diera permiso de seguir hablando sobre lo que decía. » Como bien sabe, todos tenemos una familia qué cuidar —añadió el hombre—, y, cada vez más, parece que el ejército se está preparando para recibir a los atacantes en este lugar. Ellos pueden defenderse, nosotros no, por eso queremos salir de este lugar antes de que los enfrentamientos ocurran. —Si debemos disculparnos por algo —dijo el cocinero, que también había presentado su renuncia, sin alzar la cabeza del suelo—, nos disculparemos por ser cobardes y querer vivir. Leone negó con la cabeza. Podía entender ese razonam
Mía cerró los ojos, para ella al fin había terminado todo, o eso fue lo que pensó hasta que se escuchó un fuerte golpe y alguien cayendo frente a ella. La azabache abrió los ojos y vio al causante de sus desgracias y pesadillas hincado frente a ella, demasiado cerca, por eso, instintivamente, retrocedió. Estaba tan apurada por alejarse de él, que ni siquiera le interesaba lo que había ocurrido, y tampoco le importaban sus rodillas que, tras arrastrarse sin cuidado, terminaron heridas. Ya lejos de un hombre que parecía estar inconsciente, la joven miró a su alrededor y se encontró con uno de los dos únicos hombres que había estado esperando ver desde hacía demasiado tiempo. —¿Estás bien? —preguntó Corono Elliot, andando hasta la joven y provocándole llorar con fuerza y aferrarse a él—. Perdón por tardar... perdón por no poderte proteger mejor... y muchas gracias por ser tan fuerte y mantenerte a salvo. Mía no dijo nada, estaba cansada, adolorida y bastante lastimada por muchas cosa
—¿Te encuentras bien? —preguntó Cale, que entraba a la habitación de Mía después de ella, viéndola tomar asiento en el sofá más cercano a la puerta. —Casi como nueva —aseguró la azabache de ojos azules, sin lograr sonreír, pero ya sin llorar—, pero supongo que dormí demasiado y comí poco, porque estoy algo mareada y mi cabeza se siente pesada. —Sí, bueno, fueron varios días inconsciente —señaló el castaño—, pero me alegra que despertaras, y de verdad te ves de buen ánimo. —Es porque siento que al fin puedo ser libre —indicó la joven—, me siento tranquila por eso, a pesar de que siento que mi futuro es algo incierto. —Te preocupas demasiado, Mía —aseguró el nuevo emperador de Atrumb—, si tu futuro fuera incierto, tu esposo no habría venido a buscarte a otro imperio, y tampoco hubiera hecho todo lo que ha hecho por proteger el único lugar en que puedes ser feliz para que puedas volver a él. Mía sonrió, eso sonaba demasiado bonito y bastante romántico, y aún así no estaría segura de
—Aun no puedo creer que de verdad te vayas a ir —expresó Cale, despidiéndose al fin de esa joven que protegió tanto como prometió y gracias a la cual ahora tenía lo que no pensó que tendría jamás: una bella familia—. ¿No quieres quedarte y convertirte en mi primer ministro? Estoy seguro de que podríamos hacer grandes y muy buenas cosas por Atrumb juntos. Mía sonrió, ahora todo parecía volver a la tranquilidad, y aún así no se podía quitar la ansiedad generada por estar en un territorio donde dejaría atrás una vida, que le había gustado un poco, y donde dejaría también el más profundo dolor de su alma, ese que tal vez no se podría perdonar nunca, ni siquiera, aunque Corono la perdonara por ello. —Bueno —habló Corono—, si las cosas se ponen muy mal en Cenzalino, volveremos y yo me convertiré en tu primer ministro, me pondré vestido, si lo requieres. —¿Cómo las cosas se pondrían poner mal en Cenzalino? —preguntó Mía, que en realidad no había hablado con Corono de nada respecto a su imp
—Te ves horrible —dijo Corono y Mía, que recibía semejante crítica, puso todas sus fuerzas en fulminarlo con la mirada, obteniendo a cambio una risa refrescante de parte de ese hombre—. No has parado de vomitar en todo el camino, y son más de dos meses, Mía. A este paso llegaré con tu esqueleto a casa de tu padre. —Yo creo que me vas a dejar en casa de mi padre por un año o dos —declaró la joven devolviendo sus pasos a la cama—, si me subes a un carruaje tan pronto te llevarás pero mi cadáver... Te juro que me siento peor de lo que me veo. —No sabía que eras mala viajando —señaló el hombre, acercándose a ella para limpiarle el cuello con agua fresca y que sus malestares disminuyeran un poco. —Creo que no era tan mala en un inicio —explicó la azabache, recostada en la cama y con los ojos cerrados, pues eso era lo único que disminuía su intenso mareo—, pero últimamente, cada que viajo, es porque estoy huyendo, y me imagino que eso me ha generado un trauma. Cuando me establezca en el n