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CAPÍTULO 2 — Sin arrepentimientos.

Sofía.

—Andando… —la mujer le ordenó a su conductor y observé el hospital, y como nos alejábamos de él.

—Creo que debería hablar con mi padre… para decirle que…

—No te preocupes… volverás por la tarde, justo en el momento cuando lo ingresen a la sala de operaciones.

Esa noticia me dio esperanzas, y sobre todo un recordatorio de que tenía que hacer lo que esta mujer quería.

Durante el recorrido hubo un silencio, y tuve que recostarme cuando mi cuerpo entró en relajación. No había dormido bien en días, y fue un hecho que me quedara dormida, hasta que sus manos volvieron a sacudirme.

Llegamos al sector de Santa fe, había edificios altísimos, y todo era bellísimo a la mira.

La mujer me indicó una entrada, y luego llegamos a un lujoso apartamento, que era evidente, había sido modificado.

Había algunas perchas de ropa, una zona con espejo enorme de maquillaje, y personas que se quedaron mirándome nada más llegué.

—Aséate… y luego te arreglarán…

—¿Qué? —la mujer estaba a punto de irse, pero se frenó con mi pregunta.

Creo que estaba algo exasperada, pero soltó el aire.

—Sofía… no pierdo el tiempo… en unas horas veremos al cliente… —y mirándome de arriba abajo, negó—. Y por supuesto que no irás así…

Pasé un trago mirando mi propia ropa, y apreté mis puños.

Me pasaron a una habitación dándome champú, cremas corporales y todo tipo de cosas, que incluso olían demasiado para mí.

Nadie respetó mi privacidad cuando estuve en toalla, y se apresuraron a hacerme el cabello, mientras titilaba con un poco de frío. Mirándome al espejo sentí que estaba perdida, y no pude evitar que una u otra lágrima se derramara por mi rostro ante la preocupación.

Me pusieron un vestido, sandalias altas, y un maquillaje suave en el rostro.

Mi cabello era castaño oscuro, como la mayoría de las mexicanas. Tenía la piel blanca y mi estatura era promedio de 1.67.

A pesar de mi condición, era difícil ignorar lo que querían hacer.

Literalmente estaba siendo vendida a un hombre, del cual no sabía absolutamente nada.

Además, ¿Qué clase de hombre podía ser para comprar una mujer?

Por orden de Rosa negra, me dieron de comer, y solo picoteé algunas cosas sin dejar de pensar en mi padre.

—Estarás bien papá… —susurré mirando mi plato, y volví a limpiar mi mejilla.

—No puedes hacer esto, Sofía… —casi pegué un brinco ante su grito.

Alcé el rostro para verla, y ella estaba de pie frente a mí.

—¿Qué hice?

—¿Aún lloras? ¿Cómo le presentaré a alguien a mi cliente con tus ojos rojos…?

Mis labios temblaron. Esta mujer tenía sentimientos de acero, o no los tenía en lo absoluto.

—Lo siento… estoy preocupada…

—Pues ya está… estamos resolviendo tus problemas, ¿no es así? Ahora debes tomar esto como un trabajo…

Apreté mi mandíbula, y me levanté para asentir.

—Vuelve a limpiarte… debes estar lista en diez minutos.

Tomé una aspiración cansina e hice lo que me ordenó.

Cuando bajamos del edificio, ella ordenó a su chofer ir hacia las lomas de Chapultepec, que era definitivamente la zona millonaria de ciudad de México.

Al menos nos tomó cuarenta minutos, a pesar de que no era hora pico, y cuando llegamos detrás de las rejas de una mansión que ni siquiera se podía describir, Rosa negra se enunció y la dejaron pasar de inmediato, como si la estuvieran esperando.

—Compórtate, y solo responde lo necesario… ya tendremos tiempo para ensayar mejor las cosas…

La miré con horror, aunque ella no me dirigía la mirada.

Nos bajamos del auto, y un hombre nos ordenó pasar de inmediato, casi como si nos estuvieran apresurando a entrar a un lugar, y luego me quedé estática, cuando una enorme biblioteca y despacho, apareció en mi vista.

—Don Rafael… —mi cabeza se giró al instante y se me secó la boca.

Un hombre mayor, de estatura mediana, con canas en su sien y robusto, más bien pasado de peso, sonrió caminando hacia nosotras. Su cara es más bien como roja, y se detuvo con una mirada muy incómoda hacia mí.

Me apuntó maravillado, y luego miró a Rosa negra.

—¿Es ella? —mi corazón latió con fuerza contra mi pecho.

La mujer sonrió y asintió.

—Sí… perfecta para ti.

¡Que!, mi mente gritó todo el tiempo, mientras mi cuerpo se paralizó.

—Lo es… es perfecta… —el hombre dio un paso hacia mí diciendo, y sin preguntar, tomó mi mano para besarla.

La forma en como lo hizo solo me creo una repulsión impresionante, mientras mi cuerpo se contrajo. Intenté echarme para atrás, pero una mano dura en mi hombro de parte de Rosa negra, me recordó que no podía hacer nada.

Ni siquiera chistar.

—¿Cuántos años tienes?

Hubo un silencio, y la miré a ella.

—Habla con confianza, pequeña… —ella me instó como si fuese mi mejor amiga.

—23… señor…

El hombre sonrió con vehemencia, y no soltó mi mano que quería retirar prontamente.

—Eres tan hermosa… todo lo que necesito, sin ninguna complicación… ¿De dónde la has sacado? —él se giró hacia Rosa negra, y ella carraspeó.

—Es hija de una amiga… buena educación, buenos modales, y quiere surgir en la vida…

Casi se me salen los ojos cuando sus mentiras no cesaban.

—No te faltará nada conmigo… y la pasaremos muy… muy bien… —el tipo viejo acarició el dorso de mi mano, y quise gritar.

¿Cómo podía hacer esto?

—Entonces… ¿Qué dices? —Rosa negra le preguntó al hombre con insistencia, mientras él negó.

—Mereces una compensación por esto… es más de lo que imaginé… —ella sonrió complacida, asistiendo, y haciéndole como una especie de reverencia, y luego dijo:

—Sabía que la cita no era para hoy, pero no podía esperar, los dos nos sorprendimos con el regalo que nos dio el cielo por la mañana…

Miré a Rosa negra mientras mi mirada se nublaba.

—Na se diga más… prepararé todo. En una semana, esta chica y yo, seremos legamente marido y mujer…

—Cuenta conmigo para eso… —ella culminó.

Tomé una copa por inercia cuando estos dos desalmados brindaron, y tuve lagunas temporales por cierto tiempo, hasta que el auto que nos llevaba salió otra vez de la mansión.

La mujer solo me hablaba de normas y cosas que debía hacer durante el recorrido, pero yo solo quería una cosa ahora…

Llegar hacia papá y abrazarlo, y saber que iban a operarlo enseguida.

Y tal y como dijo la mujer, todo se cumplió. Yo me cambié de ropa, quité el maquillaje y casi corrí al cubículo, cuando me informaron que llevarían a papá a la sala de operación por la tarde.

Cuando llegué al cubículo estaba en su bata quirúrgica, y su rostro se veía bastante pálido, pero, aun así, sonreí para él.

—¿Asustado? —su frente se arrugó en una sonrisa y negó.

—Na… ¿Tú estás preocupada? —también negué con una sonrisa.

—Na…

Ambos sonreímos, y luego su mano acarició mi rostro.

—Perdóname, Sofí… —parpadeé varias veces y mi ceño se arrugó.

—¿Perdonarte? ¿Por qué, pá?

—Por no darte la vida que merecías… era mi responsabilidad… pero no pude…

Mis ojos se cristalizaron enseguida y tomé su mano para besarla.

—Estoy feliz con lo que tengo… ¿Cuántas personas están solas en este mundo? Yo te tengo a ti, y somos demasiado fuertes, pá… solo quiero que salgas de ahí, y luego de eso, nos vamos a comer unos tacos al pastor…

Papá sonrió negando y con la misma mano que lo tenía agarrado, besó la mía.

—Eres la mejor, mi niña… que Dios me la bendiga mucho…

Una enfermera entró anunciando que ya era la hora, y besando el rostro de papá, lo despedí, hasta que desapareció de mi vista…

Y no me arrepentía un segundo, aunque mi vida se jodiera, en definitiva, no me arrepentía…

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