2. El diablo en persona

—No voy hacer eso —Angelina grita al borde del enojo. Para ella, éste hombre se está aprovechando de su desgracia. Sus manos bajan hacia la cerradura del carro—, no soy tonta, señor. Y no seré su esposa para nada. Ni seré suya, ni-

—Está a tu desición —la interrumpe Giancarlo dando otra calada a su cigarro—, no soy un hombre que obliga. Estarás conmigo porque así lo quieres: yo sólo te estoy dando una salida —Giancarlo no la mira. Posee un rostro desinteresado y es algo que siempre lo ha caracterizado. Y era mejor así porque la mirada de Giancarlo sobre ella es lo más cercano a sentir el filo de un cuchillo en su cuello.

Angelina mueve el cerrojo de la puerta para tratar de salir ya que nota como los edificios de la cercana ciudad de Florencia es la ventaja que necesita.

—He decidido que no —vuelve a escupir Angelina—, ¡Detenga el auto! ¡Me largo! No necesito su ayuda porque si me fui de esa casa fue precisamente para no casarme. Y no seré su esposa, ni suya. Jamás —golpea la ventana del carro—, ¡Detenga el auto!

Giancarlo se mantiene observando a la hermosa mujer frente a él. Es inevitable que no piense en aquellos ojos, en aquellos labios, y en la voz que no ha sido la primera vez que ha oído pero sí la primera vez que se deleita con ella desde que la vio hace tan sólo meses atrás por primera vez cuando visitó Florencia por asuntos de su empresa y por el matrimonio de su sobrino. 

Algo sucedió dentro de él al momento en que vio el rostro de Angelina; no había visto mujer más bella. Y quizás los demás no daban cuenta lo que esa mujer vivía, pero sólo tuvo que posar sus ojos en ella al menos cinco segundos para leer su lenguaje corporal al lado de su sobrino. No estaba feliz. ¿Y cómo se le ocurría a su sobrino tratarla de tal manera? ¿Y más que su madre no hiciera nada? Desde el principio era prohibido mirar de otra manera a esa mujer, que con su voz y la manera en la que lo miraba, dandole una mirada cálida que nunca antes había sentido, se sintió pérdido. 

Ver a Angelina herida, sin donde ir, desamparada es casi una daga al corazón pero tal cual se lo ha dicho, no cometería una imprudencia con ella y lo último que quiere es que Angelina piense de él que es un salvaje. Se guarda sus pensamientos y suspira.

—Eres libre de irte —Giancarlo da dos golpes a la limusina. Angelina entreabre sus labios después de oírlo—, pero si sales por esa puerta jamás en la vida volverás a tener la oportunidad que te estoy dando.

Tiembla porque sabe qué es verdad. Su familia tomará represalias contra ella y también lo hará Gabriel. Esto no lo olvidarán tan fácil y casi siente el corazón en la garganta con el pensamiento de ser apresada y desprovista de su libertad si la llegan a encontrar tal cual fuese algún animal. Puede ver los ojos de Gabriel destilando nada más que odio y brutalidad, lejos de ser el marido perfecto que prometió pero que nunca amó, tratandola como una basura. 

Ha sufrido por cinco meses la indiferencia de Gabriel y su violenta personalidad, imponiendo una y otra vez su presencia porque como su futura esposa, debía hacer lo que él dijera ya que su padre la entregó a él como, básicamente, moneda de cambio. 

Angelina abre la puerta del carro. 

Puede tener la libertad fuera de éste coche, correr y pedir ayuda a la policía para tomar cargos contra su familia y usar sus cuentas bancarias, pero una cosa es cierta y es que su familia tiene comprada a un par de policías en la estación.

O tener la libertad bajo la protección de uno de los hombres más ricos de Italia y contribuir al beneficio de su libertad siendo…su esposa…

Cualquier decisión es para que delire una y otra vez. ¿A dónde puede huir ahora mismo mitad herida mitad hecha un desastre? 

Angelina vuelve a verlo. 

El mundo de Angelina y el de Giancarlo colisionan de una manera que no debe ser: le envía eletricidad a cada parte de su cuerpo porque tener a un hombre de esa manera reclamandola como suya y pidiéndole matrimonio de manera bastante cuestionable es como si estuviese en una pesadilla. Pero la pesadilla se transforma en un sueño cuando oye “Libertad.”

—Angelina —murmura Giancarlo.

Pero Angelina no responde y sus pies descalzos vuelven a tocar parte de la calle de Florencia, cerca del centro. Con su vestido hecho trizas y las heridas alrededor del cuerpo llama la atención de varias personas pero…empieza a caminar. 

Debe buscar ayuda de alguna manera u otra porque su vida está sentenciada y lo sabe. El tiempo se agota.

No mira hacia atrás pese a que a sólo metros se encuentra un hombre que ha destruido por completo la calma que necesita. Su dolor se transforma en quejidos cuando sigue caminando, con sus ojos repletos de llanto. 

Giancarlo Mancini es un hombre intimidante y lo sabe. Toda la familia de Gabriel es peligrosa y no puede confiar en él. Hacer una propuesta con ese hombre es como si vendiera su alma al diablo. Los Mancini son sus principales enemigos.

¿Y el diablo la reclamaba de su propiedad?

Angelina sigue caminando hasta que ya no puede más, y observa por su hombro una cantidad de carros sospechos tomando la ruta más cercana. 

—¿Señorita, está bien? —dice una de las personas cercanas.

Angelina niega rápidamente.

—No, por favor. Le ruego ayudarme —Angelina se acerca hacia él con pavor—, me persiguen y si me atrapan es posible que me torturen hasta la muerte. ¡Debe ayudarme! Mi nombre es Angelina De Santis. Ese es mi nombre y yo-

No termina la frase. Lo que sucede es demasiado rápido y cuando ve un rostro demasiado conocido lejos de ella, Angelina no puede quedarse en ese lugar.

Gabriel la observa con mirada asesina.

“Vino por mí.”

Su miedo se incrementa y su corazón simplemente se detiene. 

—¡Señorita!

Angelina corre hacia atrás antes de tomar fuerza y pese a cojear, correr lo más que puede. ¡Una estación de policía! Es lo que debe buscar porque cuando Gabriel ponga sus manos en su cuerpo perderá por completo, y volverá a las garras del averno sin salida. 

No suenan disparos. Gabriel lanza a las personas que se interponen en su camino.

Angelina sigue mirando hacia atrás, tomándose de la rodilla porque la herida de los pies y el golpe que se hizo cuando cayó al suelo es peor de lo que imagina. Sigue caminando y doble una esquina. Conoce estos caminos y en la otra podrá conseguir lo que tanto ha pedido.

Un oficial. 

—¡Angelina!

Le pisa los talones y ahora su nombre en los labios de Gabriel es totalmente una perdición, lejos de tener alguna oportunidad y detenerse a mirar lo que por tanto tiempo deseó con todas sus fuerzas. Vivir libre.

—¡Oficial! —Angelina se arrastra en el adoquín de la calle alzando su mano para hacer señas y llamar la atención—. ¡Oficial! 

Pero en vano sigue llamando. 

Cuando oye su nombre otra vez se ha tambaleado.

“No tengo salida. Vendrá por mí.”

—Angelina, traidora —la voz emana esa ácidez con la que ha vivido durante meses.

—¡Por Dios! ¡Ayuda! —Angelina trata de correr con cojear. No obstante, casi siente su aliento sin ayudarla a respirar cuando oye la recarga de un arma.

Y voltea a mirar por el hombro. 

Gabriel la está apuntando pero antes de siquiera dar un parpadeo, alguien la toma de la cintura, la empuja y queda encerrada de manera protegida de cualquier cosa que suceda en estos momentos. Otro tipo apunta a Gabriel y cuando vuelve a ver de quien se trata porque todo pasa demasiado rápido, es Giancarlo quien la aprieta contra sí como si de eso dependiera su vida. 

—Agarrate fuerte. 

Angelina jadea de sorpresa pero es esto o perder la vida por el odio de Gabriel. 

Rodea el cuello de Giancarlo con fuerza, lo que aumenta el agarre aún más fuerte en su cuerpo: no dejará que el hombre frente a él le haga daño, al menos si lo que quiere es morirse.

—¡Suelta a mi esposa! —Gabriel exigen con impresión al ver que Giancarlo protege con su vida a Angelina.

—Me temo, sobrino, que ésta mujer nuna ha sido tuya. Baja el arma. 

—¿¡Cómo te atreves?! ¡Sueltala!

—Baja el arma, Gabriel. No hagas que me arrepienta.

—Hijo de —Gabriel apunta otra vez y no lo piensa dos veces porque ha lanzado a disparar.

Y su grito se oye al instante. 

No ha soltado el arma porque ha querido sino porque Giancarlo apuntó directo a su mano. 

Angelina se aferra todavía más al cuerpo de Giancarlo porque lo que ahora le dedica este hombre es una protección que nunca antes ha sentido.

—Nos vamos, nena. Vendrás conmigo.

Angelina no suelta su cuello y tampoco quiere hacerlo. Para Giancarlo, Angelina sólo es una pluma y cargarla al carro es pan comido. La sienta en el carro.

—Dame tan sólo un momento-

Pero Giancarlo se detiene.

Angelina grita de sobresalto al oír un disparo y su pánico, con los ojos abiertos, observa que la bala ha alcanzado el cuerpo de Giancarlo.

Y lo ve caer al piso. 

—¡Giancarlo! —Angelina grita para salir del carro y los guardias de Giancarlo salen también, protegiendo a su jefe.

—¡Jefe! —grita uno de sus mayores y leales servidores.

—Me dieron —gruñe Giancarlo al arrugar el rostro—, me dieron en la columna.

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