Se arranca el velo, se quita los tacones y sigue corriendo en la maleza y lejos de la mansión donde acaba de escapar de su boda.
—¡Que no escape! —reconoce esa voz y casi se le sale el corazón. Sigue corriendo conforme los gritos para que se detengan se oyen con fuerza y los carros rugen con el motor para perseguirla, sigue y sigue corriendo descalza a su vez que siente las ramas, las piedras y la tierra en sus pies descalzos. “Corre, no pares. ¡Corre!” Mira sobre su hombro y las luces de su antigua casa se hacen más pequeña. La casa está rodeada de infinitos arbustos y árboles pero en cualquier momento podrá ver la carretera y pedir auxilio, es lo único que tiene en mente. Sigue corriendo sin detenerse. El vestido blanco se desgasta con las ramas que la lastiman cada vez que se aleja. Si la atrapan, volverá al infierno que ha vivido por meses, en una familia que sólo la ha tratado como un objeto para cumplir y obedecer. La utilizaron al comprometerla como moneda de cambio a la familia enemiga, y su futuro esposo resultó ser peor. Cuando el sacerdote había comenzado su función sudaba, y con los ojos rojos por tanto llorar suplicándole a su madre que no la casara con ese hombre, el grito de su prima se escuchó por toda la mansión, y aprovechó la situación para huir de los guardias y saltar hacia el bosque para irse lo más lejos posible. No quería pasar otro día más en ese lugar y tenía que buscar la manera de enfrentarse a lo que el futuro le depararía, como estar en la calle o vivir sin su dinero, pero podía arreglarselas, la pregunta era. ¿¡Cómo?! —¡La veo! ¡Se dirige hacia la carretera, señor! Casi pierde la noción del tiempo cuando escucha esos gritos y aunque intenta huir, ya cree que es vano. Su corazón golpea con fuerza sus huesos y a su pecho se le dificulta tomar aire. Está agotada y si alguien llega a atraparla estará pérdida para siempre. Se agarra el vestido y ya no le interesa lastimarse la punta de los pies cada vez que se aleja. Desesperada, asfixiándose, con la oportunidad de vivir en libertad frente a sus ojos que puede desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos, cae de bruces al suelo lastimándose con las piedras puntiagudas que no lograron, por suerte, herirla de gravedad. El sonido de los gritos y los perros la hacen reaccionar y se arrastra un poco más para levantarse, rasgar lo que puede del vestido blanco manchado de sangre y echarse encima las fuerzas para seguir. “Sólo tienes una oportunidad.” Y se abalanza hacia adelante para continuar. Mirando hacia atrás, su mente procesa por un instante las posibilidades de salir de éste lugar, lo que puede encontrarse y lo que no, pero no es que hubiese tenido un plan, tan sólo lo hizo porque no pudo desperdiciar esa oportunidad de irse. Su cuerpo responde a los golpes y a las heridas, así que de una vez el agotamiento le está pasando factura de manera indeleble. Sin embargo, ya dentro de nada está observando la carretera solitaria y cuando sus pies desnudos tocan el pavimento, observa a todos los lados en busca de algún carro, pero debe darse prisa. El tiempo está siendo su peor enemigo así que cuando cojea para ir hacia su derecha con la luz de un carro próximo, se coloca frente a la carretera para detenerlo. —¡Ayuda! —grita desesperada—. ¡Ayuda…! El coche se frena de golpe y cuando ve que tiene esperanza de salir de aquí por lo menos para alejarse del perímetro del rancho de su familia, baja las manos cuando se da cuenta que reconoce a esos hombres. Son guardespaldas. Esos guardespaldas lo ha visto en la fiesta de la boda. Abre los con horror. Retrocede. Empieza a correr hacia el sentido contrario con la motivación de huir de ahí cuanto antes, de perderse otra vez en el bosque y ser una prófuga de su propia familia pero ya no sabe si tiene escapatoria, porque uno de los hombres la coge con fuerza de la muñeca y la agarra. —¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Ayuda! —muerde las manos y patalea a quien ya la lleva a la limusina en vano. Esos hombres trabajan para la familia de su prometido y el miedo incrementa cuando imagina la posibilidad de volver a esa prisión y a los brazos de Gabriel. Sigue pataleando mientras grita aún con la mano cubriendo su boca. Y la introducen el carro en un sólo empujón. De una vez vuelve a removerse y a gritar maldiciones para que la dejen ir y ante el agarre fuerte de los hombres observa que el carro vuelve a conducir y se siente palida al saber que reconoce ésta limusina y… —No quiero que hagas ningún ruido. No te haré daño… La sola voz envíe un escalofrío gigante a su cuerpo y tiene que girar la cabeza para encontrarse a nada más ni nada menos que los ojos grises apoderándose del alrededor, como si fuese el dueño de todo. —¿Usted…? —Observe todo el espectáculo que hiciste —habla el hombre, de mirada sombría—, y me parece que no tienes escapatorias. —¿Me llevará…—jadea con susto—, de vuelta a la mansión? ¿Me llevará…? Al instante no recibe respuesta y el sollozo que sale de su garganta es lo único que se escucha. —Por favor, no me lleve devuelta. Por favor…ese hombre me matará en verdad. —A partir de ahora no voy a entregarte a ningún otro hombre —y sus palabras se atoran en su garganta cuando lo oye—, porque quiero que seas completamente mía, Angelina. Sus ojos se abren con cada palabra. —¿Cómo que suya? —Te protegeré —y el cigarro del hombre inunda el carro—, te protegeré de ahora en adelante pero a cambio: necesito que seas mi mujer. Angelina vuelve a jadear con impresión pero de una vez su rostro, sudado y jadeante, cambia al enojo. —Perdió la razón. ¿¡Qué está diciendo!? El hombre sigue estando serio. —Tu familia quiere tu cabeza ahora porque los ha humillado, y mi sobrino no descansará hasta buscarte —y Giancarlo la observa con fijeza—, de ahora en adelante eres de mi propiedad, Angelina —y cuando están cerca le agarra la barbilla para mirarla fijamente—, es la única manera de que salgas de este infierno por completo. Angelina observa todo su rostro todavía sorprendida. —No puede hacerme su esposa. Es imposible que yo esté con usted —murmura Angelina, agitada. ¿Acaso es su condena al infierno?—, ¿Qué me prueba a mi que no estoy entrando a otro infierno? No quiero casarme- —No se trata de amor, se trata de conveniencia. Tu quieres libertad, yo quiero una esposa. —No lo conozco. —Me conocerás, preciosa... —Giancarlo no puede dejar de ver ese hermoso rostro repleto de miedo y susto—, y si habrá un hombre que te cause dolor, ese seré yo a partir de ahora pero prometo no desamparte y protegerte de cualquier daño —y Giancarlo la acerca hacia sus labios—, me perteneces desde este momento… Giancarlo Mancini no es más que el tío de su ahora ex-prometido, y que ahora ha venido a reclamarla como suya. —¿Cómo puede reclamarme suya si estaba a punto de casarme con su sobrino? ¡¿En qué está pensando?! —Una cosa. Angelina tiene que callarse de súbito al oír la misma voz grave que sale casi desde las profundidades de una cueva. El carro comienza a moverse y al instante el chasquido de las puertas con el seguro le hacen volver el rostro. —No se atreva a exigirme algo. ¿Quién se cree que es? —¿Quieres tu libertad? ¿No es así? Se siente tan adolorida en estos momentos que lo único que agradece es que está sentada. Pero sentada frente a su verdugo. Giancarlo deja la colilla del cigarro en el pequeño plato a su lado. La manera en la que sus movimientos son descuidados, lentos, amenazantes por donde lo viera, emanando sin siquiera intentarlo el poder que siempre ha tenido. Sin embargo, si no lo conocieras en realidad pensarías que es un simple hombre como otro, pero no es así. No obstante, Angelina traga saliva para quitar los pensamientos y cuando se procesa lo que ha dicho, lo observa de una vez ensimismada en la preocupación. —La quiero; quiero mi libertad. Pero lo que dicen es que usted no hace algo de gratis —Angelina se remueve cuando las manos de uno de los guardias se acerca a moverla. —No la toques. Es Giancarlo quien demanda con fuerza disparando de sus ojos grises una severidad que congelaría a cualquiera. El guardia se aleja de inmediato de Angelina y aunque no quiere darle tanta importancia, Angelina vuelve a mirar nada más que petrificada. Cuando sus ojos se encuentran, Giancarlo inclina el rostro y alza los hombros ligeramente. —Es lo que estoy haciendo —es oscuridad. Giancarlo Mancini es oscuridad, un tormento, y un demonio en vida. Oírlo es como si recitara la sentencia que la mandará a otro infierno: pero éste sería mucho peor. No se estremecerá tan fácil con la mirada profunda e intimidante de Giancarlo pero es difícil no hacerlo, al menos, en este momento donde no ha estado más vulnerable—. A cambio de tu protección, quiero algo. Angelina lo observa de arriba hacia abajo, con la respiración atolondrada y con un parpadeo desigual porque…porque observar a éste hombre, que le lleva unos diez años por delante, se siente demasiado inverosímil. —Te doy la libertad que siempre has querido y a cambio serás mi esposa.—No voy hacer eso —Angelina grita al borde del enojo. Para ella, éste hombre se está aprovechando de su desgracia. Sus manos bajan hacia la cerradura del carro—, no soy tonta, señor. Y no seré su esposa para nada. Ni seré suya, ni-—Está a tu desición —la interrumpe Giancarlo dando otra calada a su cigarro—, no soy un hombre que obliga. Estarás conmigo porque así lo quieres: yo sólo te estoy dando una salida —Giancarlo no la mira. Posee un rostro desinteresado y es algo que siempre lo ha caracterizado. Y era mejor así porque la mirada de Giancarlo sobre ella es lo más cercano a sentir el filo de un cuchillo en su cuello.Angelina mueve el cerrojo de la puerta para tratar de salir ya que nota como los edificios de la cercana ciudad de Florencia es la ventaja que necesita.—He decidido que no —vuelve a escupir Angelina—, ¡Detenga el auto! ¡Me largo! No necesito su ayuda porque si me fui de esa casa fue precisamente para no casarme. Y no seré su esposa, ni suya. Jamás —golpea la ventana
Cuando Angelina oye la voz de Giancarlo, bajo la dosis de la adrenalina y el susto, no puede creer lo que está escuchando.—¡Nos vamos, jefe! ¡Aguante! —y Benedetto, el guardia principal, levanta a Giancarlo mientras los demás siguen defendiendo con disparos al bando contrario.—¡Le dieron al jefe! ¡Retirada! Angelina es arrastrada por otro hombre mientras exige que la dejen ir con Giancarlo: la culpa la carome de pies a cabezas porque cree que la herida que ahora tiene Giancarlo es por culpa suya…se siente fatal y patalea cuando el guardia la aleja de Giancarlo, ya montado en el carro y preparándose los demás hombres para salir del lugar cuanto antes. —¡Tengo que ir con él! —le grita Angelina al guardia que la monta en el segundo carro—. Está herido-—¡Tranquilícese, señorita! El jefe será atendido cuánto antes. Sólo rece para que se salve —y éste hombre, quizás de su misma edad, arranca cuando ya hay otros tres hombres dentro del carro. El hombre joven se gira a verla y casi se qu
—Calmese, no es mi intención armar una guerra. No estoy aquí como enemiga —Angelina alza las manos tratando de buscar la mirada de Aurora—, lo juro por Dios.—No jures en vano —Isabella es la otra hermana de Giancarlo y está cruzada de brazos—, mi hermano está en una situación crítica y has dicho que intentó protegerte. Todo esto se hubiese evitado entonces si…pues…todavía no sé porqué estabas en el mismo lugar que mi hermano. Y eso se lo vas a decir a la policia.—Un momento —Angelina suelta de una vez con una impresión molesta—, el único culpable aqui es Gabriel porque me apuntó con una pistola. Es él a quien ustedes deben acusar-—Gabriel es nuestro sobrino —Magdalena se acerca a Angelina con los ojos abiertos—, la única extraña aquí eres tú y si a mi hermano le ocurre algo, Angelina, yo no sé qué es lo que harás pero de que te hago pagar, lo hago. La respuesta de Angelina es interrumpida por la puerta de la habitación. Todos se giran a verlo y uno de los guardias es quien se dir
Hay algo en los ojos de Giancarlo que la dejan sin aliento. La neblina en sus ojos le dicen que debe mantenerse alejada de él para no mancharlo con sus lágrimas. —No me iré —responde—, lo prometo, me quedaré. Tienes…—y vuelve a tocar su frente y luego su mejilla—, tienes que recuperarte, ¿De acuerdo? —Señorita —la enfermera llama detrás de su espalda—, el señor Mancini debe descansar. Alejarse de él sería como quitarse la tranquilidad para darle paso a la pesadez en los hombro, pero Giancarlo está en una situación crítica y no puede permitirse incomodarle. Asiente a la enfermera y se aleja, como si en vez de apagar el fuego, se estuviera incendiando. Es el peligro de estar cerca de Giancarlo. Angelina retrocede debido a la demanda de la enfermera y no es sólo por ella, sino por Benedetto que vuelve aparecer en la habitación para escoltarla fuera de lugar. Angelina se gira para tratar de verlo, y se encuentra con la nada. Y mientras las puertas se cierran su semblante se congela
La tensión es una bola de fuego que en cualquier momento incendiará todo a su paso. Necesita alejarse lo más que pueda de éste hombre que sólo emana poder, arrogancia, tentación y control. Algo que incita al peor de los pecados y una vez presa no volverá a ser igual. El problema aquí y ahora es que ya no lo es. El rostro a centímetros, la distancia de sus labios a sólo unos pasos y el calor de su cuerpo bajo su toque no es más que hechizante, pero si está en estos momentos frente a éste hombre no es más por ella misma: Giancarlo es el enemigo que debe destruir. Los dos toques de la puerta rompen el embrujo donde se había sumergido por varios segundos. Sólo basta oír otra vez el llamado a la puerta para separarse de Giancarlo, arreglar su vestido y aparentar total normalidad. —Lo que quieres es libertad —Giancarlo busca otro tabaco para encender. Luego deja caer el fuego que luego surge desde sus labios. Fácilmente Angelina puede confundirlo con el diablo—. ¿Es un trato?Y una vez
¿¡Cómo es capaz de no morir ahora?! Gabriel la tiene acorralada de repente y todo su pensamiento se eclipsa y se marcha de su mente. En el momento no sabe qué hacer porque su mente está tratando de no dejarla sola ahora ya que todo es repentino, sin dejarle la posibilidad de pensar.—Lo que me hiciste no tiene perdón ni de Dios —Gabriel la acorrala contra la columna sin dejar de apretar su muñeca—, soy la burla de la ciudad y del pueblo también. Lo que me hiciste —Gabriel actúa bajo los efectos de la rabia y es demasiado peligroso entablar una conversación teniéndolo de ésta manera—, lo vas a pagar muy caro.—¡Señor Gabriel! —grita Issie tomándose el rostro con horror al observar la escena.—Suéltame —Angelina clava sus uñas en los nudillos de Gabriel—, suéltame, Gabriel. O no respondo. Quítame las manos de encima —exige Angelina de inmediato—, ¿Quién te crees que eres para tratarme de esta forma? ¡Suéltame!—Quién diría que estabas esperando sacar las garras, pero sentenciaste tu pr
El grito que suelta Angelina repercute en todo el salón. No puede creer lo que ha sucedido. Gabriel disparó. Lo hizo. Y con eso el alma de Angelina salió de su alma pero el único motivo por sentirse que se ha quedado sin alma es porque la bala soltó pedazos de la columna a la izquierda, dejando un rastro del monolito tirado en la costosa cerámica. La maniobra de Giancarlo los aturdió tanto a Gabriel y a Angelina ya que Giancarlo giró el arma mucho antes de que Gabriel tirará de ella y también se la arrebató de sus manos antes de un parpadeo. Pero el disparo fue inevitable y el susto lo causó debido a la rapidez de los movimientos. ¿Qué carajos acaba de pasar?—No puedo creer esto —Isabella se pone sus uñas en el puente de su nariz. Angelina está demasiado petrificada para decir algo más y lo más probable es que no pueda hablar porque ésta situación se le ha salido de las manos. Sus piernas flaquean pero aún así observa a Giancarlo. Siempre es lo mismo con él porque aparenta e
Difícil es mantenerse de pie cuando la última persona en el mundo que había pensado que aparecería está frente a sus ojos.Genoveva De Santis es la primogénita de su abuela, y si su madre está aquí luego de todo lo que sucedió es porque algo tiene qué decir. ¿Sabrá lo de Giancarlo? ¿Sabe de su futuro matrimonio?—Madre —pronuncia entonces Angelina dándose la vuelta hacia ella—, ¿Cómo es posible que estés aquí?Genoveva observa a su hija con una afilada mirada que Angelina es incapaz de sostener y aparta el rostro para poder cesar sus mejillas rojas por la impresión.—¿Qué es lo que estabas pensando? —aún así su madre da pasos hacia ella. Nota a los escoltas, dos de ellos que están custodiando la seguridad de Genoveva. Madre e hija vuelven a verse—, no sabes…cómo está la reputación de los De Santis después de tu extraordinaria decisión —Genoveva lleva uñas rojas y un bolso de mano plateado y con una de sus uñas agarra la barbilla de Angelina—, ¿En qué pensabas? —está lo bastante cerca