3. En la boca del lobo

Cuando Angelina oye la voz de Giancarlo, bajo la dosis de la adrenalina y el susto, no puede creer lo que está escuchando.

—¡Nos vamos, jefe! ¡Aguante! —y Benedetto, el guardia principal, levanta a Giancarlo mientras los demás siguen defendiendo con disparos al bando contrario.

—¡Le dieron al jefe! ¡Retirada! 

Angelina es arrastrada por otro hombre mientras exige que la dejen ir con Giancarlo: la culpa la carome de pies a cabezas porque cree que la herida que ahora tiene Giancarlo es por culpa suya…se siente fatal y patalea cuando el guardia la aleja de Giancarlo, ya montado en el carro y preparándose los demás hombres para salir del lugar cuanto antes. 

—¡Tengo que ir con él! —le grita Angelina al guardia que la monta en el segundo carro—. Está herido-

—¡Tranquilícese, señorita! El jefe será atendido cuánto antes. Sólo rece para que se salve —y éste hombre, quizás de su misma edad, arranca cuando ya hay otros tres hombres dentro del carro. El hombre joven se gira a verla y casi se queda mirándola más de tres segundos—, no se preocupes —vuelve la vista hacia al frente, tragando saliva—, el jefe estará bien.

Angelina tiene su mano en la puerta y la otra en la almohada del asiento porque la aceleración que hace este hombre es brutal y aunque no quiere perder los estribos por completo, siente a los hombres de atrás dan más disparos.

—Está bien —el hombre vuelve a mirarla. Un poco aturdido por la belleza de ésta extraña mujer—, no se preocupe, está bien.

—Conduce rápido, por favor. ¡Conduce lo más rápido que puedas! —Angelina no tiene tiempo para pensar en otra cosa porque sus ojos se van desde atrás hacia adelante como si estuviera completamente loca. 

En su mente sólo existe Giancarlo.

Con sus manos ensangrentada se toca el cabello como si hubiese pérdido la cordura. 

¿En qué se había convertido su vida si hace sólo unas horas su familia y la familia de Gabriel se unirían para crear un imperio por completo? Un imperio a base de su libertad y de sus derechos.

La preocupación se hace presente en sus ojos. Quiere regresar el tiempo y simplemente haberse casado con Gabriel para que…para que ésta pesadilla nunca hubiese sucedido.

—¡Maldición! —grita con furia y rabia al saber de todo lo que ha pasado en tan sólo unos instantes atrás. 

El hombre a su lado trata de calmarla mientras le baja las manos de su cabeza.

—¡No se preocupe! El jefe es fuerte y lo es más porque usted —carraspea—, porque usted ahora es…bueno…es su…

—Sólo conduzca, por favor. ¡Sólo hágalo! 

El hombre vuelve a posicionarse y mira los avisos de las carreteras y de todo lo que ocurre en tan sólo unos segundos. Ya se han alejado lo bastante, conduciendo lejos de Florencia para adentrarse al inmenso rancho que tiene su propio cuerpo de seguridad, Angelina necesita mirar el alrededor, hacia todas partes con tal de buscar algo que la calme. 

Pero lo que ve es nada más que un caos. 

Había oído hablar de este rancho hace un tiempo atrás como una de las más ricas de toda Lombardia pero su excesivo cuerpo de seguridad la deja atónita. 

—¡¿Dónde está?! —le pregunta al hombre a su lado que ya se baja del carro así que también busca la manija de la puerta.

—Venga conmigo, señorita —el hombre la jalonea fuera del carro y Angelina corre junto a él lejos de todas las personas a la afuera de la mansión donde están a punto de entrar. Es como si se tratara de una pequeña ciudad.

Los pies de Angelina también duelen y aunque no le sigue el paso al hombre que todavía no sabe cómo se llama, lo intenta. Lo intenta y dentro de la gigante mansión lo único que busca por todas partes es que alguien le diga algo.

—¿Dónde está? —vuelve a caminar otra vez pero el hombre, que ya ha escuchado que lo han llamado como Marcelo, la detiene—, ¡Quiero saber cómo está y porqué no lo llevaron a un hospital!

—Lo están atendiendo, hay que esperar. ¡No se preocupe! 

Angelina observa a la docena de hombres vestidos en trajes aguardando tras una puerta, con armas a punto de dispararse y en silencio esperan órdenes. Angelina, por su parte, no había sentido tanto miedo por perder a alguien desde que su hermano menor fue asesinado exactamente tres años atrás. 

Esa angustia la siente hasta en los huesos y casi los minutos se vuelven horas, y ya casi no hay nadie en la mansión salvo a quienes ha visto sentada mientras es curada de sus heridas. Son las hermanas de Giancarlo, tías también de Gabriel.

Se siente tan extraña aquí y ahora, en un lugar donde no pertenece porque sólo ha vivido en la mansión de los De Santis. No salía sino era con un escolta, no compraba si su abuela no lo autorizaba y un sinfín de cosas. E incluso no comía lo que quería porque su madre decía que un esposo no quería que su esposa subiera de peso. 

Es un golpe de la realidad demasiado brutal ahora.

Y en estos momentos, se encuentra en esta mansión sin saber realmente que será de su destino. 

Marcelo se acerca a Angelina para arrodillarse.

—¿Quiere que la lleve a las habitaciones de arriba? Las mujeres la ayudarán a desvestirse.

—No quiero nada de eso sólo quiero saber cómo está él —la voz de Angelina es un timbre que se tambalea—, ¿Cuándo dirán algo? Han pasado dos horas ya…

Marcelo la observa con fijeza y se relame los labios.

—Hay que esperar a que los doctores salgan y nos digan qué sucede…

La paciencia se le agota y no quiere, ni puede, quedarse sentada sin saber algo de él…así que se levanta.

—Señorita-

—Dime Angelina, ese es mi nombre —Angelina lo interrumpe pero se queja de una vez cuando sus pies vuelve a tocar el pavimento liso.

—No, señorita. No me pida eso. Usted es —Marcelo toma su mano para sostenerla bien. Ve el perfil de Angelina, todavía preocupada y sin quitar la vista de la puerta—, muy importante para mi jefe. 

No es momento de escuchar eso pero…

Las puertas se abren y casi quedan todos petrificados cuando el doctor se quita el gorro y su tapabocas. Su expresión hace que tenga un vacío en el estómago. 

—¿Qué…? —se le va la voz en un hilo.

—¿¡Cómo está mi papá?! —exclama una joven adolescente hasta llegar a él, desesperada—. Mi papá está muerto…¿¡Mi papá está muerto?! ¡Mi papá…!

—No, señorita. El señor Mancini salió de operación, está estable —y es una cachetada de alivio para Angelina al oírlo.

Pero entonces. ¿Por qué está tan serio?

—Entonces, ¿Qué ocurre? —otra mujer, de cabello amarillo, también pregunta—, señor.

—Me temo que el señor Mancini.

Comienza el dolor.

—El señor Mancini ha sufrido de paraplejía. Por lo tanto, no podrá volver a caminar…

—¡No! —grita la joven adolescente—, ¡Eso no es verdad! ¡Eso es mentira! —comienza a gritar desenfrenadamente la joven con cada golpe en el pecho del doctor—. ¡Mi papá no puede haber terminado así!

—Aurora —la antigua mujer toma a la joven para alejarla—, ¡Quiero que todos salgan de aquí! Sólo la familia. ¡No quiero a nadie aquí excepto los doctores! ¡Largo! —exige la mujer con bastante rabia, aguantando las lágrimas.

Marcelo también se ha quedado algo impresionado por lo escuchado, y como un simple trabajador, debe marcharse, pero no puede dejar a Angelina simplemente así, así que no se mueve de su posición.

—¿¡Cómo es posible que esto haya sucedido?!

—Es una lesión medular traumática, la bala causó un daño en la medula espinal —informa el doctor tratando de calmar la barahúnda en la que sólo existe la incomprensión y el deterioro de la calma—, por el momento hay que seguir haciendole tratamiento al paciente pero a partir de ahora andará en sillas de ruedas. Los futuros estudios indicarán si el señor Giancarlo volverá a caminar o no, pero no doy muchas esperanzas. Su lesión demasiado severa —hace un movimiento de la cabeza—, con permiso.

Angelina se tiene que tapar los labios, demasiado anonadada, sin saber qué decir.

—¿Lo podemos ver? ¿Está despierto? —pregunta Magdalena, la mujer que sigue teniendo a la joven Aurora que llora en sus brazos.

—Lo está...pero muy débil, así que no recomiendo que lo hagan hablar. Acaba de salir de una operación. Buenas noches, estaré cerca para las revisiones.

Angelina gira el rostro con dolor; es un desastre.

Cuando los enfermeros y los doctores salen de aquella habitación, dos enfermeras cierran la puerta y una vez más el silencio de apodera de la sala de espera.

Aurora sigue llorando y Angelina se gira a verla para…atisbarla con pesar. 

Hay tres mujeres y cinco hombres. Es una extraña, completamente extraña.

—¿Tú no eres la prometida de Gabriel? ¿Qué haces aquí?

Angelina alza la vista de golpe cuando se da cuenta de la voz. Limpiandose las lágrimas, se encuentra con los ojos de Magdalena, que la observa con confusión y una obvia molestia. 

—Yo estaba cuando ocurrió todo…esto…—todavía tiene su vestido roto y necesita cambiarse pero, ¿Si ni siquiera estaba en su casa qué será de ella ahora mismo?—, y sí, era la prometida de Gabriel.

—Entonces no comprendo qué haces aquí y —Magdalena observa su vestimenta y sus heridas cubiertas como si estuviera inspeccionando una rata en la basura—, que importancia debes tener con mi hermano. 

—Para el señor Mancini la señorita De Santis es muy importante —Marcelo se interpone entre las dos—, yo mismo soy testigo de eso y estoy seguro que no le gustará si se entera que la señorita Angelina se ha ido. Debe esperar.

—¿Esperar qué? —otra mujer se levanta del mueble para observar a Angelina también con suspicacia—, Gabriel es sobrino de Giancarlo pero no entiendo porqué Giancarlo estaría interesado en una mujer comprometida. 

—Eso lo explicará el señor, mi señora Mancini —Marcelo mueve la cabeza con respeto—, así que la señorita Angelina no se moverá de dónde está.

Las hermanas se miran entre sí y también Aurora, que deja el abrazo de su tía Magdalena y mira a Angelina de la misma forma.

—Hoy te casabas ¿No es así?

Angelina traga saliva.

—Sí —responde, con un parpadeo lento—, sí, señorita.

—¿Entonces qué haces aquí y porque presiento que tienes algo que ver con lo que le sucedió a mi padre? —Aurora lanza de una vez.

—El señor Mancini trató de protegerme porque Gabriel quiso asesinarme —y se limpia la lágrima con fuerza, alzando la vista—, Gabriel quería hacerme daño y el señor Mancini se interpuso.

Aurora jadea con los ojos abiertos.

—Entonces…¿Tú eres la culpable de que mi padre esté ahí? —Aurora señala la habitación con todo el brazo estirado—. ¿¡Es tu culpa?! ¿¡Cómo te atreves a aparecer aquí?!

—¿Trató de protegerte? Entonces mi hermano no recibió la bala por haber estado en batalla sino porque se interpuso en la bala que debió haberte dado a ti —Madgdalena mueva la cabeza disconforme—, no puedo creerlo, señorita De Santis.

—No es como ustedes creen —Angelina jamás imaginó que éstas serían sus reacciones—, el señor Mancini y yo-

—¡No menciones a mi papá! —Aurora de una vez se acerca para atacar a Angelina y Marcelo vuelve a interponerse—, eres la culpable de que mi padre esté así.

—Señorita, cálmese —Marcelo la aleja de Angelina.

—Salgan de aquí —la otra hermana de Giancarlo le indica a los cinco hombres—. ¡Ahora!

Aunque también recibe más que una ojeada malhumorada por parte de esos hombres, Angelina los ve desaparecer de la habitación. La tensión en ésta sala incremente pese a tener a más de cincuenta personas fuera de la mansión.

¿En dónde se había metido?

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