Alterado

El salón principal de aquella imponente mansión para esas alturas y ante la llegada de Patricia estaba abarrotado de figuras clave del mundo empresarial. La prensa, ejecutivos influyentes y miembros de la alta sociedad no querían perderse el evento que marcaba el regreso de la familia Granville al panorama empresarial inglés, después de todos los actos ocurridos la separación de la familia Davenport y Granville después de la ruptura de Christopher y Patricia marcaba una pauta sobre una absoluta expectativa acerca de lo que sería el regreso de la mujer que Christopher adoraba con la vida. En el centro del escenario, Patricia Granville se erguía con una presencia que acallaba cualquier murmullo.

Con un vestido negro impecable y una mirada calculadora, Patricia tomó el micrófono y dirigió una sonrisa medida a los asistentes. Su voz, firme y melodiosa, resonó con la claridad de quien domina tanto las palabras como el momento.

—Damas y caballeros, gracias por estar aquí esta noche para presenciar lo que no es solo un regreso, sino una reivindicación. La familia Granville ha soportado los altibajos de los tiempos, pero como el ave fénix, resurgimos, no de las cenizas, sino del acero y la voluntad — expuso Patricia Granville con determinación.

Hubo un aplauso contenido, mezcla de admiración y curiosidad. Patricia sabía cómo cautivar a su audiencia, durante años fue catalogada y coronada como la joven más hermosa inteligente capaz y audaz para los negocios razón por la cual muchos dicen que había logrado capturar la atención de Christopher Davenport.

—Muchos pensarían que este regreso se trata únicamente de negocios. Y sí, volveremos a ocupar el lugar que nos pertenece en el mundo empresarial. Recuperaremos lo perdido, lo que nos arrebataron por la fuerza o por el tiempo.

La tensión en la sala era palpable. Algunos interpretaron esas palabras como una declaración agresiva hacia sus antiguos rivales. Otros, como Eda, solo escucharon la ambición empresarial. Pero había algo más. La voz de Patricia se tornaba más íntima, como si hablara a un oyente particular.

—Pero más allá de los números y las transacciones, recuperar lo perdido es también un acto personal. Porque, al final, lo más valioso no son los bienes materiales, sino las conexiones que nos definen, los lazos que alguna vez tuvimos y que nos dieron fuerza, pero se han desvanecido. Y esta noche, no solo celebro el regreso de la familia Granville al mundo empresarial de Inglaterra, sino también el inicio de una nueva etapa, donde cada pérdida será transformada en una victoria.

Mientras Patricia hablaba, su mirada se deslizaba sutilmente hacia un rincón del salón. Allí estaba Christopher, el esposo de Eda ahora y su gran amor, con su impecable porte y la misma sonrisa encantadora que alguna vez había pertenecido a Patricia. Eda no se percató de la dirección de aquella mirada, pero otros sí. Las palabras de Patricia estaban cargadas de una intensidad que iba más allá del ámbito empresarial.

Cuando los aplausos inundaron la sala al final del discurso, Patricia descendió del escenario con la gracia de una reina bajando de su trono. Su destino era claro: Christopher y Eda.

Eda, con su vestido pastel y su expresión tímida, se tensó al ver acercarse a Patricia. Aunque intentaba convencerse de que no había nada de que preocuparse, no podía ignorar el extraño nudo en su estómago. Patricia llegó hasta ellos con una sonrisa afilada, pero aparentemente cordial.

—Christopher, Eda, qué gusto verlos aquí. —Patricia inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos fijos en Christopher como si el tiempo no hubiera pasado—. Me alegra ver que algunas cosas permanecen intactas, incluso después de tantos años — dice la mujer con una tonada agradable.

Eda sintió cómo su incomodidad crecía. La sonrisa de Patricia parecía una daga envuelta en terciopelo. Antes de que pudiera responder, Patricia añadió:

—Eda, querida, debes estar tan orgullosa de Christopher. Él siempre ha sido… constante, ¿no es así?

La palabra “constante” resonó en el aire con un peso que Eda no pudo descifrar del todo.

— Patricia no esperaba que fuera tu familia la que estaría a reintegrándose esta noche al mundo empresarial de nuestro país nuevamente — Christopher prácticamente Eda podría decir que su marido no quería que Patricia intercambiara palabras con ella, o por lo menos era aquello el pensamiento que la pequeña mujer tenía hacia su marido.

— ¿Pensaste que no volverías a verme Christopher? — la mujer deja ver una sonrisa misteriosa después de expresar aquellas palabras, pero para Eda era evidente cómo Patricia lograba envolver a Christopher en una conversación que la excluía poco a poco. Eda se sentía como un adorno decorativo, una presencia secundaria en un encuentro donde ella era, paradójicamente, la intrusa.

Christopher, por su parte, mantenía una expresión educada pero reservada. Sabía que Patricia estaba jugando un juego, pero no estaba dispuesto a ceder terreno. Aun así, la tensión era evidente, y Eda sentía que el aire se volvía más denso con cada segundo.

Patricia, siempre calculadora, terminó la conversación con un ligero toque en el brazo de Christopher.

—Estoy segura de que nos veremos más a menudo, Christopher. Y tú también, Eda, claro. Será interesante… reconstruir lo que se perdió.

Con esas palabras cargadas de intenciones, Patricia se alejó, dejando a Eda atrapada entre el desconcierto y la inseguridad. Mientras tanto, Christopher observaba cómo Patricia desaparecía entre la multitud, su mirada era inescrutable.

Eda sabía que algo había cambiado con esa breve interacción, pero era demasiado ingenua para comprender la verdadera profundidad de lo que Patricia planeaba recuperar.

— Creo que es momento de volver a casa — fueron las palabras de su marido, Eda supuso que Christopher quería quedarse para estar con Patricia razón por la cual quería enviarla ya a casa, así que no existía razón alguna para que ella se opusiera.

— Claro no hay ningún inconveniente puedes enviarme a casa de hecho los tacones ya me están matando — Dice Eda con una pequeña sonrisa.

— Iré a despedirme de algunos socios espérame aquí — Eda no entendía a qué se refería su marido al decirle que la espere allí. ¿Para qué querría Christopher que ella la espera allí no era más fácil enviarla ya con el chofer y decirle en dónde estaba? Eda no le dio más vueltas al asunto y espero pacientemente a que su marido regrese.

No obstante un mesero se había acercado a ella — Señorita, acepte esta copa es enviada especialmente por una persona para usted — la pequeña mujer observa de manera sospechosa aquella copa que le estaban ofreciendo, pero no quería dejarse ver como una persona diríamos amargada entonces, ya que su ida a casa estaba cerca no veía ningún inconveniente en tomar el contenido de aquella copa que le estaban ofreciendo, Eda le dedica una sonrisa agradable al mesero que se aleja después de conseguir su objetivo.

Eda antes de llevarse la copa a los labios había observado como Patricia se acercaba a Christopher, entonces frunce el ceño, pero toma la decisión de apartar la mirada de allí, no quería que Patricia la pillara observándolos y mucho menos que su marido la viera entonces ella toma la decisión de darse la vuelta y beber tranquilamente mientras esperaba que Christopher terminara la conversación con Patricia.

Pero unos minutos después de beber Eda sentía cómo el calor ascendía desde su pecho hacia su rostro, como si un fuego invisible se hubiera encendido bajo su piel. Su respiración comenzó a acelerarse, cada bocanada de aire insuficiente, incapaz de calmar la creciente presión que se acumulaba en su pecho. Al principio pensó que era el efecto del vino, pero rápidamente se dio cuenta de que algo estaba profundamente mal, nunca fue muy buena para beber, pero algo no está bien.

Su piel, normalmente fría al tacto, ahora ardía como si la fiebre la consumiera desde dentro. Las luces de la mansión se volvían más intensas, más vivas, casi deslumbrantes. Cada sonido, el tintineo de las copas, las risas lejanas, los murmullos de la multitud, parecía rebotar en su cabeza, amplificado hasta el punto de la incomodidad.

Eda apoyó una mano temblorosa sobre la mesa más cercana, intentando recuperar el equilibrio. Su cuerpo no obedecía; su corazón latía con una fuerza desesperada, como si quisiera liberarse de su jaula.

“¿Qué me está pasando?”, pensó, sus labios apenas moviéndose mientras su mirada se desenfocaba. Su vestido, que antes le parecía ligero, ahora pesaba sobre ella como si cada fibra estuviera hecha de plomo.

Decidida a escapar de esa creciente angustia, Eda se avanza tambaleándose, ignorando las miradas curiosas de los invitados que estaban en las cercanías. Sus pasos, apresurados y erráticos, resonaban contra el suelo de mármol mientras se alejaba del bullicio del salón principal. Nadie pareció seguirla, nadie se percató de su huida desesperada.

El aire en los pasillos era más frío, pero no lograba aliviarla. Su piel aún ardía, y la opresión en su pecho la hacía jadear. Se llevó las manos a los brazos, tratando de calmar los temblores que ahora recorrían todo su cuerpo. Pero el calor no disminuía, y la sensación de que algo estaba profundamente mal crecía con cada segundo.

El pasillo parecía interminable, y las sombras danzaban en las esquinas de su visión, burlándose de ella. La mansión, que desde su llegada le había dado un aire de grandeza y sofisticación, ahora le parecía un laberinto opresivo, sin salida. Cada puerta que pasaba estaba cerrada, y con cada giro, su desesperación aumentaba.

Eda tropezó con una pequeña mesa decorativa, derribando un jarrón que se estrelló contra el suelo. El sonido del cristal rompiéndose fue un eco doloroso en su cabeza, pero no se detuvo. Su única meta era escapar, encontrar algo cualquier cosa que pudiera calmar la tormenta dentro de su cuerpo. .

Finalmente, llegó a un pequeño salón vacío. Las cortinas pesadas y las luces tenues le dieron un respiro momentáneo del caos que sentía. Se dejó caer en un sillón, hundiendo el rostro entre sus manos. Su piel estaba húmeda, el sudor corría por su espalda, y su corazón seguía martilleando sin tregua.

Eda sabía que no era normal, que esto no era solo un ataque de ansiedad ni el resultado del alcohol. Algo había en su cuerpo, algo ajeno, algo que la estaba controlando.

Con un esfuerzo titánico, se levantó una vez más, tambaleándose hacia una ventana entreabierta. El aire fresco de la noche acarició su rostro, pero no fue suficiente para apaciguar el incendio dentro de ella. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, no de tristeza, sino de pura frustración e impotencia.

La pequeña mujer sentía que su mente y su cuerpo estaban al borde del colapso. Sus dedos temblorosos se aferraron al marco de la ventana mientras intentaba mantenerse en pie. Sabía que no podía quedarse allí. Si no hacía algo, si no encontraba ayuda o una forma de liberar esa energía que la consumía, no sabía cómo terminaría la noche. Ella apretó los dientes, luchando contra la desesperación. Debía seguir adelante, encontrar respuestas, incluso si eso significaba perderse más en los laberintos de esa mansión.

La sensación de que algo o alguien había alterado su estado la golpeó como un relámpago. Aunque su mente estaba nublada, una certeza fría se abrió paso entre el calor abrasador: esto no era un accidente.

Y mientras sus pasos erráticos la llevaban a otra sección desconocida de la mansión, se preparaba para enfrentarse a lo que fuera que la había puesto en este estado, aunque todavía no entendía quién o por qué.

Mientras tanto los pasos también resuenan por el gran pasillo la puerta de la habitación en donde ella se había metido fue abierta, Eda pudo enfocar con dificultad la figura masculina que estaba en la puerta, ella estaba con las mejillas calientes y rojas.

— ¿Qué demonios ha ocurrido contigo? — Christopher avanza de inmediato hasta ella, pero el calor que ella sentía era abrumador.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo