El salón de conferencias de Davenport Enterprises estaba abarrotado de periodistas, cámaras y micrófonos listos para captar cada palabra de Patricia Granville. Era su última oportunidad de limpiar su imagen tras el escándalo que había sacudido a su familia y su reputación. Christopher había preparado un discurso para ella, cuidadosamente elaborado para minimizar el daño, pero en el instante en que Patricia se puso de pie ante la multitud, su cuerpo la traicionó.Sus manos temblaban. El sudor perlaba su frente. Los flashes de las cámaras la cegaban y el murmullo de los reporteros la asfixiaba.—B-buenas tardes... —balbuceó, tratando de seguir el guion que tenía en sus manos. Pero las palabras se desdibujaban ante sus ojos.El silencio expectante de la sala se transformó en murmullos y cuchicheos. Un periodista tosió; otro levantó la mano para interrumpirla. Patricia sintió cómo las piernas le flaqueaban. No podía respirar.Y entonces, el pánico la consumió.Los papeles resbalaron de su
— Era evidente que desde su llegada ella nada más tenía un plan y era recuperar todo aquello que ha perdido aquí, aquello también me incluía a mi, claramente aquello era lo último que a mi me importaría, Patricia no era relevante para mi, es más su sola presencia a mi me molestaba, ella nunca cambió, mejor dicho, ha mejorado sus técnicas, técnicas que conmigo no funcionan en lo absoluto, la noche de su regreso, alguien había adulterado tu bebida y tuvo suerte de que haya sido yo quien te haya encontrado, ella en su afán de separarnos, ha terminado dándonos un empujón, aunque tarde o temprano serias mía, porque eres mi esposa, pero su plan era que tu termines entre las sabanas de otro hombre aquella noche, no obstante terminaste en mi cama, en tu mansión siendo mi mujer, al día siguiente ella se había autoinvitado para el desayuno, nadie la quiere cerca en mi familia, y es mi culpa porque yo no supe darle un alto, aunque ella tenía claro que yo no quería nada con ella.— Ella en cada o
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando Eda sintió una punzada aguda recorrer su vientre. Al principio pensó que era una falsa alarma, otra de las tantas contracciones de práctica que había experimentado en las últimas semanas. Pero cuando el dolor se intensificó y una ola de presión se apoderó de su cuerpo, supo que había llegado el momento.—Christopher… —susurró, sacudiendo a su esposo, que dormía con un brazo protector alrededor de su cintura.Su reacción fue inmediata. Apenas abrió los ojos y procesó sus palabras, saltó de la cama con una rapidez sorprendente.—¡Espera! ¿Te duele mucho? ¿Puedes caminar? ¿Respira, amor, respira! —decía atropelladamente mientras intentaba ayudarla a incorporarse.Eda rodó los ojos. Sabía que Christopher, pese a su dureza habitual, se convertía en un manojo de nervios cuando se trataba de ella y de los bebés.—Sí, sí, puedo caminar… pero si sigues hablando tanto, voy a dar a luz en el pasillo.Eso fue suficiente para que Christopher la tomar
El sol apenas comenzaba a asomarse por la ventana cuando el sonido de pasos firmes resonó en el pasillo de la casa. Christopher, que tenía a Emma en brazos mientras Ethan dormía en la cuna, levantó la vista con una ligera sensación de inquietud.No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera de par en par y, con la elegancia de una reina y la determinación de un general, la abuela Margaret hiciera su gran entrada.—¿Dónde están mis bisnietos? —preguntó con voz firme, pero con los ojos brillando de emoción.Eda, que intentaba acomodarse en el sofá después de alimentar a Ethan, sonrió con ternura.—Aquí están, Abuela — Expuso Eda.La mujer mayor caminó con paso decidido, ignorando completamente a su nieto, y se inclinó hacia la cuna para ver a Ethan.—¡Oh, mírenlos! Tan hermosos, tan perfectos… y, gracias al cielo, no heredaron el ceño fruncido constante de su padre —exclamó con un brillo pícaro en los ojos.Christopher suspiró, ya esperando el ataque, aunque como decirle que Et
La majestuosa catedral en Suiza resplandecía bajo la luz dorada del atardecer, con sus vitrales proyectando destellos de colores sobre los asistentes. Era un día especial, no solo porque Christopher y Eda unirían sus vidas en sagrado matrimonio, sino porque también celebraban el primer cumpleaños de sus mellizos, Ethan y Emma, quienes serían bautizados en la misma ceremonia de sus padres que ahora van a jurar amor eterno ante Dios.El aire estaba impregnado de una emoción palpable. Familiares y amigos, todos vestidos de blanco, reflejaban la pureza y la alegría de la ocasión. Al fondo, el coro entonaba una melodía celestial mientras Eda avanzaba por el pasillo, tomada del brazo de su padre. Su vestido, vaporoso y etéreo, se movía con gracia a cada paso. Su mirada se encontró con la de Christopher, quien la esperaba en el altar con los ojos llenos de amor y admiración.Cuando ella llegó a su lado, Christopher tomó suavemente su mano y el sacerdote comenzó la ceremonia. La emoción en la
Eda estaba de pie en la enorme cocina de la mansión Davenport, observando a la abuela Margaret con algo de timidez. La matriarca de los Davenport era una mujer imponente y elegante, pero siempre tenía una chispa de picardía en sus ojos, algo que desconcertaba a Eda en su totalidad, no era para nada experta en leer las personalidades de alguien y mucho menos de alguien como aquella mujer que tenía ante sus ojos.—Querida, ¿podrías llevarle esto a Christopher? —dijo la abuela, colocando una vianda perfectamente empacada sobre la mesa de mármol.—¿A la empresa? —preguntó Eda, sujetando el delantal que había insistido en usar esa mañana para ayudar en la cocina.—Por supuesto. Ese pobre muchacho siempre está trabajando. Si no le llevamos comida casera, probablemente sobreviva a base de café y decisiones apresuradas.Eda asintió, aunque la idea de aparecer de improviso en la intimidante empresa Davenport le hacía sudar las manos. No obstante, no podía negarse a la amable abuela Margaret.—
La pequeña mujer se recostó ligeramente contra el asiento del coche, ajustándose la delicada tela de su vestido mientras observaba cómo el paisaje de Londres comenzaba a cambiar. Desde que Cristopher había enviado al chofer para recogerla, todo parecía moverse a una velocidad distinta, como si cada paso que daba la acercara más al corazón de un mundo que aún le resultaba extraño, pero que, a pesar de su timidez, había aprendido a navegar. Al llegar al imponente salón, una mansión restaurada con elegancia y rodeada de jardines perfectamente cuidados, el chofer la ayudó a salir, ofreciendo una mirada discreta mientras ella ajustaba la falda de su vestido. El maquillaje impecable y el peinado perfectamente elaborado no lograban ocultar la fragilidad que la envolvía, pero, como inesperadamente Lucero había logrado que se sintiera como la mujer más hermosa en una sala llena de poderosas figuras de la alta sociedad inglesa.Mientras avanzaba hacia la entrada, el murmullo en el aire creció.
El salón principal de aquella imponente mansión para esas alturas y ante la llegada de Patricia estaba abarrotado de figuras clave del mundo empresarial. La prensa, ejecutivos influyentes y miembros de la alta sociedad no querían perderse el evento que marcaba el regreso de la familia Granville al panorama empresarial inglés, después de todos los actos ocurridos la separación de la familia Davenport y Granville después de la ruptura de Christopher y Patricia marcaba una pauta sobre una absoluta expectativa acerca de lo que sería el regreso de la mujer que Christopher adoraba con la vida. En el centro del escenario, Patricia Granville se erguía con una presencia que acallaba cualquier murmullo.Con un vestido negro impecable y una mirada calculadora, Patricia tomó el micrófono y dirigió una sonrisa medida a los asistentes. Su voz, firme y melodiosa, resonó con la claridad de quien domina tanto las palabras como el momento.—Damas y caballeros, gracias por estar aquí esta noche para pre