El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando Eda sintió una punzada aguda recorrer su vientre. Al principio pensó que era una falsa alarma, otra de las tantas contracciones de práctica que había experimentado en las últimas semanas. Pero cuando el dolor se intensificó y una ola de presión se apoderó de su cuerpo, supo que había llegado el momento.—Christopher… —susurró, sacudiendo a su esposo, que dormía con un brazo protector alrededor de su cintura.Su reacción fue inmediata. Apenas abrió los ojos y procesó sus palabras, saltó de la cama con una rapidez sorprendente.—¡Espera! ¿Te duele mucho? ¿Puedes caminar? ¿Respira, amor, respira! —decía atropelladamente mientras intentaba ayudarla a incorporarse.Eda rodó los ojos. Sabía que Christopher, pese a su dureza habitual, se convertía en un manojo de nervios cuando se trataba de ella y de los bebés.—Sí, sí, puedo caminar… pero si sigues hablando tanto, voy a dar a luz en el pasillo.Eso fue suficiente para que Christopher la tomar
El sol apenas comenzaba a asomarse por la ventana cuando el sonido de pasos firmes resonó en el pasillo de la casa. Christopher, que tenía a Emma en brazos mientras Ethan dormía en la cuna, levantó la vista con una ligera sensación de inquietud.No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera de par en par y, con la elegancia de una reina y la determinación de un general, la abuela Margaret hiciera su gran entrada.—¿Dónde están mis bisnietos? —preguntó con voz firme, pero con los ojos brillando de emoción.Eda, que intentaba acomodarse en el sofá después de alimentar a Ethan, sonrió con ternura.—Aquí están, Abuela — Expuso Eda.La mujer mayor caminó con paso decidido, ignorando completamente a su nieto, y se inclinó hacia la cuna para ver a Ethan.—¡Oh, mírenlos! Tan hermosos, tan perfectos… y, gracias al cielo, no heredaron el ceño fruncido constante de su padre —exclamó con un brillo pícaro en los ojos.Christopher suspiró, ya esperando el ataque, aunque como decirle que Et
La majestuosa catedral en Suiza resplandecía bajo la luz dorada del atardecer, con sus vitrales proyectando destellos de colores sobre los asistentes. Era un día especial, no solo porque Christopher y Eda unirían sus vidas en sagrado matrimonio, sino porque también celebraban el primer cumpleaños de sus mellizos, Ethan y Emma, quienes serían bautizados en la misma ceremonia de sus padres que ahora van a jurar amor eterno ante Dios.El aire estaba impregnado de una emoción palpable. Familiares y amigos, todos vestidos de blanco, reflejaban la pureza y la alegría de la ocasión. Al fondo, el coro entonaba una melodía celestial mientras Eda avanzaba por el pasillo, tomada del brazo de su padre. Su vestido, vaporoso y etéreo, se movía con gracia a cada paso. Su mirada se encontró con la de Christopher, quien la esperaba en el altar con los ojos llenos de amor y admiración.Cuando ella llegó a su lado, Christopher tomó suavemente su mano y el sacerdote comenzó la ceremonia. La emoción en la
Eda estaba de pie en la enorme cocina de la mansión Davenport, observando a la abuela Margaret con algo de timidez. La matriarca de los Davenport era una mujer imponente y elegante, pero siempre tenía una chispa de picardía en sus ojos, algo que desconcertaba a Eda en su totalidad, no era para nada experta en leer las personalidades de alguien y mucho menos de alguien como aquella mujer que tenía ante sus ojos.—Querida, ¿podrías llevarle esto a Christopher? —dijo la abuela, colocando una vianda perfectamente empacada sobre la mesa de mármol.—¿A la empresa? —preguntó Eda, sujetando el delantal que había insistido en usar esa mañana para ayudar en la cocina.—Por supuesto. Ese pobre muchacho siempre está trabajando. Si no le llevamos comida casera, probablemente sobreviva a base de café y decisiones apresuradas.Eda asintió, aunque la idea de aparecer de improviso en la intimidante empresa Davenport le hacía sudar las manos. No obstante, no podía negarse a la amable abuela Margaret.—
La pequeña mujer se recostó ligeramente contra el asiento del coche, ajustándose la delicada tela de su vestido mientras observaba cómo el paisaje de Londres comenzaba a cambiar. Desde que Cristopher había enviado al chofer para recogerla, todo parecía moverse a una velocidad distinta, como si cada paso que daba la acercara más al corazón de un mundo que aún le resultaba extraño, pero que, a pesar de su timidez, había aprendido a navegar. Al llegar al imponente salón, una mansión restaurada con elegancia y rodeada de jardines perfectamente cuidados, el chofer la ayudó a salir, ofreciendo una mirada discreta mientras ella ajustaba la falda de su vestido. El maquillaje impecable y el peinado perfectamente elaborado no lograban ocultar la fragilidad que la envolvía, pero, como inesperadamente Lucero había logrado que se sintiera como la mujer más hermosa en una sala llena de poderosas figuras de la alta sociedad inglesa.Mientras avanzaba hacia la entrada, el murmullo en el aire creció.
El salón principal de aquella imponente mansión para esas alturas y ante la llegada de Patricia estaba abarrotado de figuras clave del mundo empresarial. La prensa, ejecutivos influyentes y miembros de la alta sociedad no querían perderse el evento que marcaba el regreso de la familia Granville al panorama empresarial inglés, después de todos los actos ocurridos la separación de la familia Davenport y Granville después de la ruptura de Christopher y Patricia marcaba una pauta sobre una absoluta expectativa acerca de lo que sería el regreso de la mujer que Christopher adoraba con la vida. En el centro del escenario, Patricia Granville se erguía con una presencia que acallaba cualquier murmullo.Con un vestido negro impecable y una mirada calculadora, Patricia tomó el micrófono y dirigió una sonrisa medida a los asistentes. Su voz, firme y melodiosa, resonó con la claridad de quien domina tanto las palabras como el momento.—Damas y caballeros, gracias por estar aquí esta noche para pre
El hombre al percatarse del estado de su esposa informa al anfitrión de que ya es hora de abandonar la fiesta posteriormente el chofer acerca el vehículo del hombre, Christopher ayuda a Eda a subirse para que posteriormente abandonen el lugar. Christopher aceleró el coche mientras las luces de Londres se deslizaban por las ventanas, un borrón de colores que apenas podía captar su atención. Su mente estaba ocupada en la mujer que tenía a su lado. Ella había empezado a reír de manera excesiva en el vehículo, sus ojos brillantes de una chispa desconocida. Ahora, bajo la iluminación tenue del vehículo, sus rasgos se volvían más intensos; su piel resplandecía y su sonrisa, persuasiva.—Eda, ¿cómo te sientes? —preguntó Christopher, con la ronquera en su voz. Ella giró la cabeza hacia él, sus ojos destellando con una mezcla de picardía y vulnerabilidad.—Perfectamente bien, Chris. Solo que... me siento un poco más... viva y claro tengo una sensación de calor que va subiendo y arrasando con
Eda despertó con el peso de una realidad que no deseaba enfrentar. El recuerdo de la noche anterior, tan intenso como perturbador, la invadía con cada segundo que pasaba. Cerró los ojos por un instante, deseando volver a dormir y evadir el remolino de emociones que la embargaba, pero sabía que no podía. A pesar de la intimidad compartida con Christopher, una punzada de inseguridad le atravesó el corazón. Los recuerdos de la intimidad con el hombre hacen que su cuerpo sienta escalofríos al recordar las embestidas profundas y como su pequeño cuerpo soportaba las penetraciones de aquel imponente o más que se apoderaba centímetros a centímetros de su cuerpo.La cama estaba vacía. Christopher ya no estaba allí. Con un suspiro de alivio tembloroso, Eda se levantó y decidió tomar una ducha. El agua fría caía sobre su piel como un intento desesperado de borrar los rastros de lo ocurrido, de enjuagar los remanentes de una conexión que, aunque IV deseada en el momento, ahora la atormentaba. Se