CRUZAR LAS LÍNEAS

El hombre al percatarse del estado de su esposa informa al anfitrión de que ya es hora de abandonar la fiesta posteriormente el chofer acerca el vehículo del hombre, Christopher ayuda a Eda a subirse para que posteriormente abandonen el lugar.

Christopher aceleró el coche mientras las luces de Londres se deslizaban por las ventanas, un borrón de colores que apenas podía captar su atención. Su mente estaba ocupada en la mujer que tenía a su lado. Ella había empezado a reír de manera excesiva en el vehículo, sus ojos brillantes de una chispa desconocida. Ahora, bajo la iluminación tenue del vehículo, sus rasgos se volvían más intensos; su piel resplandecía y su sonrisa, persuasiva.

—Eda, ¿cómo te sientes? —preguntó Christopher, con la ronquera en su voz. Ella giró la cabeza hacia él, sus ojos destellando con una mezcla de picardía y vulnerabilidad.

—Perfectamente bien, Chris. Solo que... me siento un poco más... viva y claro tengo una sensación de calor que va subiendo y arrasando con todo mi ser—respondió ella, su tono juguetón iluminando el ambiente. El hombre frunce el ceño al escuchar que su esposa le decía Chris, definitivamente nada estaba bien con Eda en ese momento, él sabe perfectamente que estando en sus cinco sentidos la mujer nunca lo llamaría de esa manera.

Un suspiro involuntario escapó de los labios de Christopher. Eda, siempre elegante y reservada, ahora era un torbellino de emociones. Se acercó más a él, rozando su brazo con los dedos, un roce que era al mismo tiempo sutil y electrizante. La tensión entre ellos aumentaba, y no podía evitar sentir su propio pulso acelerarse.

Al llegar a casa, Christopher ayudó a Eda a salir del coche. Sus pasos estaban un poco más tambaleantes de lo habitual, lo que lo inquietó aún más. La llevó de la mano hasta el interior de la casa. Pero también, él no podía ignorar el magnetismo que irradiaba de Eda; su forma de mirarlo, su manera de moverse, todo parecía estar envuelto en una nueva energía.

Una vez en la habitación, era la primera vez que Christopher se adentraba allí puesto que era en la habitación matrimonial utilizada nada más por su esposa. Eda se giró de repente, cerrando la puerta tras ellos. Sus ojos chispeaban con una mezcla de desafío y deseo.

—No te vayas, Christopher, —susurró, la respiración ligera y rápida—. Quiero que estés aquí... conmigo.

El corazón de Christopher se detuvo un momento. La cercanía de Eda, su vulnerabilidad y su audacia lo atrajeron con una fuerza innegable. Se acercó a ella, sintiendo el roce de su piel, el calor que emanaba de su cuerpo. Se sintió débil y poderoso a la vez, ya que el impulso de protegerla se entrelazaba con el deseo que crecía en su interior.

—Eda, sé que esto... —comenzó a decir, pero las palabras se esfumaron cuando ella lo tomó de la nuca, acercándolo hacia ella con una destreza que él no había anticipado. Sus labios se encontraron, timidamente al principio, pero pronto se convirtió en algo más. Eda lo besaba con una pasión renovada, cada roce era un fuego que avivaba la chispa entre ellos.

Con suavidad, Christopher la llevó hacia la cama. Ella se dejó caer, riendo, pero su risa se desvaneció en un susurro cuando él se inclinó sobre ella. Las manos de Christopher exploraron con mensura, sintiendo la suavidad de su piel, la forma de su cuerpo, y en cada instante, una nueva comprensión se formaba en su mente. Aquel momento se tornaba más que lo que había imaginado.

—Eda... —murmuró, aunque la duda lo asaltaba, sintió que la necesidad superaba su racionalidad.

—Sí, Christopher... —respondió ella, y en su voz había un anhelo que lo comprometió aún más.

— Esto no está bien Déjame ayudarte de otra manera — sugiere el hombre con la voz entrecortada.

— No quiero que me ayudes de otra manera por favor Christofer, lo necesito — el hombre se quedó callado la fuerza de su autocontrol se estaba derrumbando al escuchar la súplica palpable en La voz de su esposa.

— Por favor — vuelve a susurrar ella y el hombre sabe cuán doloroso era aquella situación el cuerpo estaba en un estado de calentura excesiva y no había otra manera de ayudarla entonces Christopher toma la decisión de ceder y corresponder a la petición de su esposo lentamente las prendas fueron desapareciendo las caricias se hicieron más vivaces, los besos fueron alargándose la suave piel por debajo de la mano de Christopher ardía de un momento a otro la habitación se había convertido en la cueva perfecta.

El hombre entre caricias se posiciona por encima del cuerpo de su esposa, las manos del hombre acarician los muslos de ella y lentamente abre su pierna. Cuando finalmente se unieron, la unión de sus cuerpos fue pura y sincera. Christopher sintió cada latido de Eda, cada susurro de su cuerpo contra el suyo. La descubrió completamente; su forma de moverse, de gemir, de entregarse a la intimidad que crecía entre ellos. Eda era una revelación, y cada momento era un intento por capturar la realidad de lo que estaban construyendo juntos.

Fue en aquel instante, al percibir la pureza de su entrega, que la verdad se deslizó en su mente como un destello. Eda era... virgen. El descubrimiento lo golpeó con la intensidad de un rayo. Cada roce, cada susurro, cada gemido era dulce y nuevo para ella. La responsabilidad de ser su primer hombre lo invadió de una calidez inesperada y, a la vez, de una profunda conexión. La protegió con suavidad, llevándola a un lugar donde el deseo y la ternura coexistían.

A través de la noche, compartieron sus cuerpos y sus almas, explorando un nuevo territorio de vulnerabilidad y euforia. Christopher se dio cuenta de que había más en Eda de lo que él había imaginado, y en su inocencia, encontró una profundidad de amor que no había previsto. La noche transcurrió entre susurros, gemidos silenciosas y caricias que resonaban en cada rincón de la habitación.

A medida que pasaban los minutos las embestidas de Christopher se hacían más intensos las manos de ambos se entrelazan entre sí la cabecera de la cama choca contra la pared los cuerpos se vuelven sudorosos los labios ansiosos por volver a tocarse, el choque frenético de sus cuerpos inundaba la habitación mientras la tenue luz de la luna se infiltra entre las cortinas, Christopher pese a saber que eso no estaba bien ya había caído en la trampa tomar el cuerpo de su esposa de contrato se estaba volviendo placentero tanto que el hombre estaba perdiendo la razón mientras la embestía.

Cuando el encuentro sexual había culminado Eda se había quedado profundamente dormida y era entendible los efectos de la medicina estimulante habían pasado Christopher se sienta en la cama llevándose el rostro entre las manos, posteriormente se coloca de pie observando a Eda, el cuerpo desnudo de su esposa cubierta por una sábana entra en su campo de visión entonces el líquido carmesí brillante llama su atención, el hombre sonríe y murmura algunas palabras.

— Tú primera ves fue conmigo, fuiste mujer en mis brazos Eda — expuso el hombre, entonces Christopher parece tomar una decisión y se acomoda nuevamente al lado de ella en la cama.

El silencio de la madrugada se rompió con un leve crujido del colchón. Eda abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la penumbra que envolvía la habitación. El aire estaba denso, cargado de un aroma que no lograba identificar del todo pero que le resultaba familiar.

Se movió ligeramente y un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir el roce de la sábana contra su piel desnuda. Su corazón dio un vuelco. ¿Por qué no tenía ropa? El pensamiento la golpeó de golpe, empujándola a incorporarse de manera brusca, aunque una punzada de dolor en sus caderas la hizo retroceder al instante.

Eda llevó una mano temblorosa a su frente, como si el contacto pudiera aclarar el caos en su mente. Poco a poco, imágenes fugaces comenzaron a brotar desde el rincón más profundo de su memoria. Unas manos firmes recorriendo su espalda, una voz grave susurrándole palabras que aún no lograba comprender del todo, y el calor de un cuerpo junto al suyo. Era Christopher.

La realización la golpeó como una ola fría. Cada recuerdo que surgía la hacía estremecer: sus labios encontrando los suyos con urgencia, la manera en que sus dedos deslizaban la tela que cubría su piel, y la mezcla de temor y deseo que la había envuelto. Todo se sentía tan vívido y, a la vez, tan irreal, como si fuese parte de un sueño del que acababa de despertar.

Miró a su alrededor, buscando respuestas en la oscuridad. La figura de Christopher estaba ahí, durmiendo profundamente a su lado. Su pecho subía y bajaba de manera rítmica, como si nada hubiera cambiado. Eda, en cambio, sintió que su mundo se tambaleaba.

Un torbellino de emociones la invadió. Vergüenza, confusión, una punzada de arrepentimiento, pero también algo más que no podía nombrar, algo que palpitaba en lo más profundo de su ser. Cerró los ojos con fuerza, intentando acallar esos pensamientos traicioneros que se burlaban de su sensatez.

¿Había sido ella quien cedió? ¿Había sido él quien la llevó a cruzar esa línea? Las respuestas estaban ahí, enterradas entre los retazos de recuerdos que aún no lograba unir por completo. Todo lo que sabía era que nada volvería a ser igual.

Con cuidado, Eda se recostó de nuevo, envolviéndose con la sábana como si ésta pudiera protegerla del peso de lo que acababa de descubrir. Mientras los primeros rayos de sol comenzaban a filtrarse por las cortinas, decidió que enfrentaría sus emociones cuando llegara el momento. Pero no ahora. Ahora, sólo quería permanecer en silencio, en esa tenue línea entre el sueño y la realidad, donde todo aún parecía incierto.

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