DESAYUNO

Eda despertó con el peso de una realidad que no deseaba enfrentar. El recuerdo de la noche anterior, tan intenso como perturbador, la invadía con cada segundo que pasaba. Cerró los ojos por un instante, deseando volver a dormir y evadir el remolino de emociones que la embargaba, pero sabía que no podía. A pesar de la intimidad compartida con Christopher, una punzada de inseguridad le atravesó el corazón.

Los recuerdos de la intimidad con el hombre hacen que su cuerpo sienta escalofríos al recordar las embestidas profundas y como su pequeño cuerpo soportaba las penetraciones de aquel imponente o más que se apoderaba centímetros a centímetros de su cuerpo.

La cama estaba vacía. Christopher ya no estaba allí. Con un suspiro de alivio tembloroso, Eda se levantó y decidió tomar una ducha. El agua fría caía sobre su piel como un intento desesperado de borrar los rastros de lo ocurrido, de enjuagar los remanentes de una conexión que, aunque IV deseada en el momento, ahora la atormentaba. Se miró al espejo mientras se secaba, buscando alguna respuesta en su reflejo, pero lo único que encontró fue una expresión de duda y vulnerabilidad, su cuerpo tenía los rastros de los chupetones que Christopher ha dejado en ella, de inmediato su pequeño rostro se tiñe de un carmesí intenso.

Cuando finalmente bajó al comedor, lo que vio la dejó helada. Patricia, la ex prometida de Christopher, estaba allí, sentada frente a él, compartiendo un desayuno que parecía demasiado íntimo para su gusto. El corazón de Eda se encogió al verlos.

Una oleada de malestar se apoderó de ella. No pudo evitar recordar la noche anterior, el momento en que se entregó por completo al hombre que ahora parecía tan ajeno, sentado con otra mujer. Claro que Eda sabía perfectamente que Patricia no era cualquier mujer ella era su gran amor. La pequeña mujer tomó aire profundo antes de poner el pie en el siguiente escalón. Había esperado demasiado, dudando entre regresar a su habitación o enfrentar lo que había abajo. Pero ahora ya no había vuelta atrás; Christopher y Patricia la habían visto. La mirada de Patricia, afilada y cargada de intenciones, la atravesó como una daga. Christopher, en cambio, permanecía impasible, con su típica expresión de calma que en realidad escondía un juicio constante.

Con cada paso, Eda sentía que sus pies pesaban más. Al llegar al final de la escalera, dirigió la mirada al salón, buscando un lugar donde sentarse sin cruzarse demasiado con la pareja. Eligió la esquina más alejada de la mesa donde estaban ellos. Sin embargo, apenas se acomodó, Patricia giró en su silla y, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, rompió el silencio.

—Eda, querida, qué gusto verte bajar finalmente. Pensé que preferirías quedarte arriba… pero supongo que hay cosas que simplemente *debemos* hacer, ¿verdad? —dijo Patricia con un tono ligero, pero que cargaba un filo difícil de ignorar.

Eda apretó las manos sobre su regazo y levantó la vista con esfuerzo.

—Sí, claro. A veces no hay otra opción.

Patricia soltó una risa breve, casi burlona.

—Oh, querida, yo nunca hago nada por obligación. Todo lo que hago es porque quiero, porque lo disfruto. ¿No es así, Christopher? —preguntó, girándose hacia él.

Christopher asintió con un leve movimiento de cabeza, sin despegar la mirada de Eda. Aunque no dijo nada, su silencio hablaba más que mil palabras, el hombre fijamente a su esposo recordando como el cuerpo de ella anoche gemía por debajo de su cuerpo.

—Es curioso cómo algunas mujeres creen que adaptarse a ciertas circunstancias es parte de su deber… —continuó Patricia, volviendo a centrar su atención en Eda—. Pero yo pienso que la vida es demasiado corta para cumplir expectativas que no vienen de nuestro corazón. ¿Tú qué opinas?

Eda tragó saliva, sintiendo cómo la tensión en su pecho aumentaba con cada palabra de Patricia. Era evidente que la conversación no era una simple charla casual. Cada frase estaba calculada para hacerla sentir fuera de lugar, para recordarle que estaba allí porque no tenía otra opción.

—Supongo que cada persona tiene su forma de enfrentarse a las cosas —respondió Eda finalmente, esforzándose por mantener la calma.

Patricia sonrió, como si la respuesta hubiera confirmado algo que ya sabía.

—Tienes razón, querida. Aunque, claro, no todas las decisiones son igual de… libres. Algunas personas simplemente no tienen el lujo de elegir.

El golpe fue directo, pero Eda no flaqueó. Enderezó la espalda y sostuvo la mirada de Patricia por unos segundos antes de desviar la vista hacia Christopher. Él seguía en silencio, observándolas con una expresión indescifrable. Era imposible saber si estaba disfrutando de la escena o simplemente esperando a intervenir si la situación se salía de control.

Patricia, al notar que Eda no caería tan fácilmente en su juego, tomó su taza de café y la levantó ligeramente hacia ella.

—En fin, querida. Espero que encuentres tu propia manera de… disfrutar las circunstancias. Aunque sea poco a poco.

Eda sintió que el calor subía a su rostro, pero se negó a ceder.

—Gracias. Estoy segura de que lo haré.

La conversación se detuvo por un momento, pero el ambiente quedó cargado de una tensión casi palpable. Mientras Patricia se inclinaba hacia Christopher para murmurar algo, Eda decidió centrar su atención en el paisaje que se veía a través de la ventana, rogando en silencio que este desayuno terminara pronto.

— Patricia, para tener una conversación acerca de negocios te sugiero que visites mi empresa — la voz de Christopher se escuchaba poderosa y al momento en que Eda, escuchó la voz a su marido siente como los bellos de su piel se erizan recordando aquella voz en su mente y la noche anterior mientras hacían el amor.

Claro que Eda no se había percatado de la cara de sorpresa que Patricia había demostrado al escuchar las palabras de Christopher, tal parece que la mujer No esperaba que el hombre le dirigiera aquellas palabras en aquella tonada a realizar la sugerencia que debía de acercarse a su empresa.

— Eda, al medio día hablaré contigo — posteriormente el hombre se coloca de pie y abandona la mesa dejando a Eda y Patricia a solas en aquel gran comedor.

Apenas desapareció tras las puertas, Patricia, quien hasta ese momento ha estado jugando con los bordes de la taza de café, giró la cabeza hacia Eda. Su sonrisa, fría y calculada, hizo que un escalofrío recorriera la espalda de la joven.

El silencio entre ambas se prolongó durante unos segundos, cargado de tensión, antes de que Patricia rompiera la quietud.

—Sabes, Eda… Siempre he pensado que hay cosas que deben decirse en el momento justo, ni antes ni después. Es casi un arte, ¿no crees?

Eda levantó la vista, tratando de descifrar las intenciones ocultas detrás de esas palabras. Aunque intentó mantener una expresión neutra, el nerviosismo en su interior comenzaba a crecer.

—Supongo que sí. Saber cuándo hablar es importante — expuso ella con la voz prácticamente imposible de escuchar.

Patricia rio suavemente, un sonido vacío, como si encontrara divertido el intento de Eda por mantenerse firme.

Dejó la taza sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia ella, en una postura que parecía deliberadamente intimidante.

—Exacto. Y creo que Christopher lo sabe bien. Por eso eligió hablar contigo al mediodía.

Eda parpadeó, sorprendida por el comentario. ¿De qué estaba hablando? Patricia, notando su desconcierto, continuó con el mismo tono despreocupado pero cargado de significado.

—Una reunión importante, en el lugar indicado, con las palabras adecuadas. Es tan típico de él ser tan… meticuloso.

La joven no respondió de inmediato. Sus manos, apoyadas sobre su regazo, comenzaron a sudar ligeramente. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de interpretar esas palabras. Patricia no la miraba directamente, pero su sonrisa permanecía fija, como si disfrutara del impacto que causaban sus insinuaciones.

—No estoy segura de entender a qué te refieres, Patricia —respondió Eda finalmente, esforzándose porque su voz no temblara y se escuche un poco más.

—Oh, querida, no pretendo ser críptica —dijo Patricia, fingiendo inocencia—. Es solo que hay decisiones que necesitan tomarse con cuidado, ¿no crees? Sobre todo cuando hay… complicaciones.

El aire en la habitación parecía más pesado. Eda bajó la mirada a sus manos, viendo cómo un leve temblor las recorría. No era necesario que Patricia dijera más; las piezas empezaban a encajar en su mente. La reunión de Christopher al mediodía… ¿Sería lo que estaba insinuando? ¿Un momento para terminar con todo? Claro que sí todo indica a que el divorcio había llegado con el regreso de Patricia y claramente Eda, no iba a aceptar.

—Aunque, claro, algunas cosas no pueden evitarse —continuó Patricia, ahora con un tono más bajo, pero igual de incisivo—. Sobre todo cuando alguien finalmente decide que merece algo más… auténtico.

Eda alzó la mirada, enfrentándola. Aunque el sudor en sus manos y el nudo en su estómago la traicionaban, no podía permitirse mostrar debilidad.

—Parece que tienes muchas opiniones sobre las decisiones de Christopher.

Patricia soltó una pequeña risa, entre divertida y triunfal.

—No son opiniones, querida, solo observaciones. A veces es evidente lo que alguien necesita, incluso antes de que lo diga en voz alta.

Eda no respondió de inmediato. Las palabras de Patricia seguían dando vueltas en su cabeza, cada una más afilada que la anterior. Era cierto que las cosas entre Christopher y ella habían sido tensas desde el momento uno, pero no podía creer que llegara a ese punto… ¿O sí? El regreso de Patricia lo cambiaba todo, y eso era innegable.

—Si me disculpas —dijo Patricia, poniéndose de pie con elegancia—, creo que voy a salir a tomar aire. Estas conversaciones profundas siempre me dejan pensativa.

Antes de salir, se detuvo junto a Eda, inclinándose levemente hacia ella.

—Espero que estés lista para lo que venga, querida. Aunque, en el fondo, creo que ya lo sabías.

Eda sintió cómo su cuerpo se tensaba con esas últimas palabras. Cuando Patricia finalmente salió del comedor, Eda dejó tras de sí un vacío cargado de incertidumbre. Eda apretó las manos sobre su regazo, ignorando el sudor frío que ahora cubría su piel.

Un pensamiento cruzó su mente, helado y claro como un cristal: Patricia tenía razón. Christopher le pediría el divorcio. Y, por más que quisiera negarlo, no podía evitar sentirse atrapada en esa verdad, Por supuesto que ella no iba a competir en contra de los sentimientos aquella pareja era evidente que un amor como el de ellos no iba a ser pisoteado fácilmente, no obstante ahora todo podría cambiar, puesto que ella se había entregado a Christopher, ahora no solo sería una divorciada también quedará marcada por entregar su pureza a un hombre que amaba a otra mujer, Eda solo suspira no había sentimientos y de hecho tampoco habrá sentimientos entre ella y Christopher, pero haberse entregado a él ahora mismo era una tormenta interna que arrasaba con todo su ser, porque tenía bien claro que aquello no debía de ocurrir ella y Christopher no debían de hacer el amor.

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