003

“Tan apuesto y tan frío. Ah, no tengo suerte en el amor, eso es seguro”

Carlotta sabroseó un segundo con los ojos al Duque, lamentando internamente que este llamativo hombre iba a ser su esposo, pero lo que tenía de buen mozo se lo quitaba esa cara de trol gruñón.

— Duque, le advertí que esta mujer solo nos avergonzaría. Acaba de entrar por la puerta y ya está causando discordias en la familia.

— Hermano, sabes que madre tiene problemas del corazón, yo creo que deberías pensar mejor tus decisiones…

De repente, la dulce mujer al lado de la exDuquesa se levantó para apoyar a su madre y miró hacia Carlotta, obviamente señalándola como culpable.

Carlotta no entendía muy bien todo este teatro que se había armado de repente.

— Madre, ve a descansar, Valentina, por favor, lleva a madre a su cuarto

El Duque ordenó, pero con mayor suavidad al hablar con su hermana mayor.

— Pero Stefano…

— Madre – ya el tono fue más autoritario 

— Te dije que yo me haré cargo, ¿bien? Ve a descansar y usted, Srta. Rinaldi, viene conmigo a mi despacho.

Se giró de repente para ordenarle a Carlotta con prepotencia.

“¿Qué, acaso soy tu perro?” 

Carlotta puso los ojos en blanco, pero su cara se mantuvo igual.

No importa lo pesadito que fuera el Duque, necesitaba su dinero.

Solo esperaba que no intentase arrastrar su moral por el suelo, porque ella igual tenía sus límites de tolerancia.

Pensaba miles de tonterías mientras seguía la ancha espalda de su futuro esposo, detrás de ella, otro hombre alto, con cara igual de fiera e intimidante, la seguía.

Parecía ser el guardaespaldas del Duque.

*****

— Siéntese - el Duque le indicó, tomando asiento detrás del escritorio en su despacho.

Carlotta miraba con disimulo las altas estanterías llenas de libros y es que aquí, todo destilaba dinero.

Ni su casa, en sus mejores momentos, ya esto era otro nivel.

— Voy a ir directo al grano porque no me gustan los rodeos. Nos casaremos como acordé con su padre, pero estas son mis reglas personales y espero que no las olvide jamás, no soy un hombre con mucha paciencia.

Los ojos azules se clavaron en ella despiadados y sin pizca de sentimientos.

— Solo será Duquesa en un papel, no tiene ningún derecho real ni voz o voto en esta mansión, usted será algo así como un mueble más, otra sirviente más, otra…

— Ya entendí, Duque, el perro en su casa tiene más derechos que yo, ha sido más que claro – Carlotta, igual lo miró de frente.

“Ay San Apapucio, dame paciencia que necesito el dinero de este señor”

Stefano elevó una ceja contemplando a la bajita mujer delante de él. 

Parecía una gata salvaje a punto de sacarle las garras en cualquier momento.

Pensaba que estaría temblando como casi todos los que hablaban con él, sin embargo, ya fuera que estuviese fingiendo o no, le devolvía la mirada con seguridad y hasta ¿fastidio?

— Si entendió el punto, entonces espero que no lo olvide. Por lo mismo, tampoco tendrá ninguna visibilidad, en los eventos que salga la familia no asistirá, ni dará reportajes, entrevistas, nada.

— Métase en la cabeza que su única función aquí es darme un heredero, cosa, que si no veo avanzar en el plazo de un año aproximadamente, cancelaré este matrimonio.

Le anunció por lo claro, al final su objetivo con este absurdo de buscar una esposa, era porque el Ducado necesitaba continuidad de un hijo varón, si no, jamás hubiese herido de esta manera a la mujer que realmente vivía en su corazón.

— ¡¿Me dará entonces el divorcio?! 

Carlotta exclamó de alegría inclinándose hacia delante, pero al verle la cara al Duque, se recompuso 

— Digo que, si no tengo ningún hijo, puedo irme al año, ¿cierto?

— Parece muy desesperada por salirse de este matrimonio, si no se quiere casar conmigo entonces…

— Sí, sí, me quiero casar.

“¡Ay no, el ganso de oro se iría volando por sus burradas!” 

— Claro, honraré su acuerdo con mi padre, sin embargo, tengo una petición privada que hacerle.

“Así que petición y todo, como si casarse con él, ya no fuese suficiente honor para ella. ¿Qué se traía esta mujer entre manos?”

— Soy todo oídos – Stefano se recostó al lujoso respaldar de terciopelo en rojo.

— Necesito… necesito dinero – a Carlotta se le daba fatal esta petición.

Por mucho que se convenció de que era para una causa justa y lo practicó una y otra vez delante del espejo, se sentía como una descarada trepadora.

Por la cara con que el Duque la observó, era lo mismo que él opinaba.

“Así que dinero, de tal palo podrido, tal astilla, como se imaginaba, igual que su padre, era toda una extorsionadora”

Stefano pensó mirándola de arriba abajo.

Una trepadora arribista como ella era justo lo que necesitaba para sus planes.

Sus ojos agudos se dirigieron a los marrones oscuros del hombre silencioso, cuidando la puerta, intercambiando un entendimiento.

— Bien, le daré la cifra que me pida, mientras no sea estrafalaria, por supuesto, sin embargo, a cambio también tengo mis condiciones— agregó antes de que Carlotta pudiese disfrutar de su alegría.

— ¿Condiciones? ¿Cuáles serían?

— ¿Cuánto necesita? – fue la respuesta del Duque.

— 40, ¿40 000? – hizo sus cálculos con los otros 10 000 que ya poseía.

— Es una pregunta, porque créame que no leo mentes todavía.

“Graciosito el Duquecito”

— 40 000, es lo que deseo para casarme con usted y seguir sus reglas

Esta vez lo dijo con mayor firmeza, si total, ya la cara la tenía por el suelo.

— Le daré ese dinero más la pensión mensual que se le asigna a la duquesa, pero no por casarse solo conmigo y darme un heredero, sino por cumplir con todas mis peticiones, sobre todo, en la… intimidad

El Duque le dijo y Carlotta se tensó un poco.

¿El Duque acaso tenía algún raro fetiche?

— Créame que no es ninguna de las tonterías que se está imaginando – en su cara pudo ver todos sus pensamientos reflejados, esos ojos cafés, eran demasiado expresivos

— Lea este contrato atentamente y si está de acuerdo con todo, tenemos un trato.

El hombre parado a su espalda, alto y musculoso, de cabello negro igual, serio e intimidante, tomó una carpeta en rojo de las manos del Duque y se la pasó a Carlotta, que subió la cabeza desde la silla, para mirar al impresionante jefe de seguridad delante de ella.

Entre él y el Duque, no se sabía cuál estaba mejor.

Aunque el Duque tenía un aura fría, elevada e intimidante, y este hombre era más salvaje, más tosco y parecía muy muy… peligroso.

— Gracias

Carlotta se obligó a apartar la mirada de sus penetrantes ojos marrones y se concentró en el contrato que encadenaría su vida por un año con el Duque.

Un año, lo había decidido, iba a ser una mezquina mentirosa, pero no tendría un hijo de ese hombre, tomaría pastillas a escondidas, lo que fuera necesario, pero su hijo sería suyo, nadie se lo quitaría y menos que naciera en este nido de víboras millonarias.

— ¿Órdenes en el dormitorio? ¿Es eso de sumisa y domi…? — le preguntó luego de leer un poco

— ¡No, por supuesto que no! - el Duque le respondió enseguida 

— Solo debe seguir mis indicaciones sin cuestionar, ¡ni preguntar nada! Si le digo que se tiene que tapar los ojos, lo hace, que no me gustan los gemidos, no gime, que escuche algo que no debe, ¡puedes se calla!, ¿entiende?

— Porque créame cuando le diga que en el momento que rompa su promesa y el trato entre ambos, si firma ese contrato, se va a arrepentir y mucho, Srta. Rinaldi. 

— No soy un hombre amable, ni comprensivo. Me traiciona y lo lamentará, usted y toda su familia. Empezando porque me deberá el quíntuple del dinero que le di.

La amenazó y Carlotta se estremeció de repente con temor, al ver a sus ojos crueles.

Ella lo supo, este Duque era más peligroso de lo que incluso aparentaba y estaba pensando en meterse en su vida.

¿Opciones tenía? Ninguna, así que tomó el papel y estampó su firma.

Ella tomaría su dinero e incluso estaba pensando en engañarlo en secreto con lo del hijo, así que lo mínimo que podía hacer era callarse y obedecer.

Si el Duque le pedía que saltara como mona sobre la cama antes de acostarse con ella, ni modo, bailaría como chimpancé.

— Bien, acomódate y más tarde el chofer te llevará a un laboratorio donde te harán algunas pruebas para ver que todo esté bien. 

— Cuando salgan los resultados en unos días, nos casaremos, por supuesto, dependiendo de los resultados… — la miró de repente como cuestionándola.

— Estoy en perfectas condiciones para ser su incubadora humana – Carlotta le respondió resoplando un poco.

— Ahórrese los sarcasmos en el futuro Srta. Rinaldi, si algo sale mal en esas pruebas, este contrato es nulo, no hay matrimonio y nada hemos hablado, ¿le queda claro?

— Como el agua – Carlotta le respondió y el Duque le hizo un gesto, de que se podía marchar de una vez, pero luego recordó un detalle.

— Otra cosa, en esta casa manda mi madre cuando yo no estoy, no quisiera llegar nuevamente y verla discutiendo con ella como una verdulera. Compórtese con algo de decencia.

— Entonces por favor dígale a su madre, que no se meta conmigo, que yo solo muerdo cuando me provocan – le respondió, levantándose y girándose, caminando muy digna hacia la salida.

Al Duque incluso no le dio tiempo de reaccionar para responderle y solo miraba medio asombrado a su espalda en retirada. 

Había que ver el mal genio de su futura esposa.

— ¿Será que me deja salir? – se paró delante del guardaespaldas cuidando a la puerta.

1.89 cm contra 1.60 cm, la imagen se veía hasta cómica.

Fabio la miró con intensidad y ella ni parpadeó, incluso tuvo el descaro de ponerse las manos en las anchas caderas y levantarle la barbilla, retándolo.

Una sonrisa, medio asomó en la esquina de su boca siempre seria y dio un paso al lado, dejando al fin la puerta libre.

— Hay que ver la cantidad de neandertales que viven en esta casa— pasó a su lado murmurando bajo, pero él bien que la escuchó.

Al salir, tiró la puerta con un portazo.

— Creo que la nueva Duquesa es de armas tomar – Fabio miró burlón hacia Stefano, que se apretaba el puente de la nariz.

— Eso no es algo que me interese, por una vez me alegro de que eso sea tu problema hermano, al final, es a ti a quien le arañará la espalda. 

Stefano le respondió sacando otros papeles del escritorio para revisarlos.

Fabio pensó en las sensuales curvas que se le notaban a Carlotta por encima de esos jeans desgastados que tenía y la camiseta blanca.

Se la imaginó excitada, gimiendo debajo de su cuerpo y no le pareció para nada un sacrificio irse con la espalda toda marcada por la tigresa.

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