005

No dijo nada, aun así, la orden era clara, no podía descubrirse los ojos todavía.

La tomó de los hombros y la hizo caminar de espaldas, hasta que las piernas de la Duquesa chocaron con el borde de la cama y cayó sentada.

Entonces escuchó pasos, una puerta abriéndose y luego cerrándose.

“Hay Dios, ¿en qué rollo me he metido?”, pensó Carlotta, pero no se atrevió a espiar ni un segundo, con todo y lo curiosa que siempre había sido.

Al menos no la golpeó, ni le hizo nada raro de látigos y amarras, de hecho, fue más sensual de lo que se imaginó y tenía que admitir, que se había excitado.

Pensó que iría a lo macho «abre las patas que voy» pero la cosa no empezó tan mal.

En lo que Carlotta hacía miles de teorías conspirativas en su mente, en la habitación de al lado, dos hombres discutían en voz baja.

— Stefano, ¿qué te sucede? Espero que tengas una muy buena razón para dejarme así, con el hierro bien parado y sin acción – Fabio se señaló a la bragueta abultada con cara de pocos amigos.

— Lo siento, pero esta noche no se puede consumar el matrimonio.

— ¿Qué? – Fabio casi hecha chispa por los ojos.

Apostaba lo que fuera a que esto tenía que ver con la santa hermanita.

— Valentina tuvo una recaída de asma, lo siento, pero debo verla, llevarla al hospital si es necesario y si salgo de mi habitación, es obvio que no puedo estar en dos sitios a la vez.

Stefano le explicó apresurado y preocupado.

— Qué casualidad que justo en tu noche de bodas venga a ponerse mal, Stefano, hasta cuándo vas a dejarte manipular por esa mujer. ¡Es obvio que todo esto es un montaje, ella…!

— ¡Ya basta!

Stefano lo interrumpió enojado, hablándole entre dientes y mirando hacia la puerta de madera maciza, que separaba su habitación, de la que debería ser la habitación conyugal con su esposa.

— No podemos alzar la voz, esa mujer no puede escucharnos, ¿cómo se te ocurre que Valentina fingiría un ataque de asma? Sabes muy bien lo mal que se pone. Lo lamento Fabio, solo por esta vez, déjalo pasar.

Fabio frunció el ceño con fuerza y molestia ante las palabras de Stefano.

Lo de menos era que se había quedado con una feroz erección, si no que aborrecía lo que le hacía esa arpía a su hermano.

A él, ella con su carita de mosquita muerta no lo engañaba.

— Espero que abras los ojos en algún momento y que no sea demasiado tarde – le respondió

— Recuerda muy bien la razón por la que hacemos todo esto, por la cual engañamos a esa mujer, que ahora es tu legítima esposa. No lo eches a perder Stefano, porque no lo permitiré.

Se quedaron enfrentados por un segundo, ojos oscuros con lentes, contra ojos azules.

El Duque y su supuesto guardia de seguridad de confianza, con una identidad, que nadie podía conocer.

*****

— Te haces cargo entonces de todo aquí, me voy a un club a emborracharme. Qué noche de bodas más cutre, con lo buena que estaba la novia …

Fabio murmuraba con ira caminando hasta un enorme tapiz, en una de las paredes.

Apartó una esquina de la pesada tela y un panel metálico quedó al descubierto.

Marcó la numeración de clave en el teclado electrónico y al abrirse la puerta de acero reforzado, se perdió en un pasillo oscuro, cabreado y excitado.

Detrás de él, la puerta se cerró en automático y el Duque se quedó de nuevo solo en su habitación, pero solo por unos segundos.

Caminó hasta el cuarto de al lado, abriendo los paneles de madera de golpe y sobresaltando a Carlotta, que seguía sentada en la cama con los ojos tapados, como una buena esposa.

— Vete a tu habitación…

— ¡Ah!

Exclamó la pelicastaña cuando de un tirón la corbata fue sacada por encima de su cabeza y sus ojos acostumbrados a la oscuridad, pestañearon incómodos por la luz repentina.

— Espera, ¿qué significa esto? Me pides que venga para… bueno para eso y luego me echas como una cualquiera, ¿qué te crees que soy yo? 

Se estaba enojando en serio porque ella había cooperado con todo, pero tampoco era un trapo.

— Escúchame muy bien, ahora mismo no tengo tiempo para tus estupideces. Me pediste dinero y te lo di, con la condición de que haces lo que me dé la gana y sin pedir explicaciones.

El Duque de repente avanzó amenazante hacia ella, mirándola con ojos gélidos y Carlotta no se atrevió a decir un sarcasmo más.

— Si te digo que saltes, saltas y si te ordeno que ladres como mi perra lo haces, ¿entiendes? Porque aquí el amo soy yo y si no te conviene, ¡ahí está la puerta! – le señaló hacia la puerta de salida.

— ¡Me pagas el triple de lo que te di y te puedes largar de mi mansión, que arribistas como tú son las que sobran!

Le dijo alterado, en su momento de enojo, pensando en que por culpa de todo este arreglo matrimonial, la persona importante en su corazón, estaba herida y enferma.

Era más sencillo culpar a Carlotta, que culparse a sí mismo.

— Dime si lo entendiste

Stefano hablaba cerca de ella y su furia le llegaba de frente, aun así, Carlotta de terca no abrió la boca y se mantuvo en sus trece.

— ¡Te he hecho una pregunta! ¡Dime si te quedó claro, Carlotta Rinaldi!

Dio un paso adelante con la idea de tomarla por la barbilla para que lo mirara a los ojos, pero Carlota retrocedió asustada y subió las manos en defensa sobre su rostro.

Sus hermosos ojos cafés, expresivos y vivarachos, ahora lo miraban con precaución y desconfianza, incluso algo de temor en el fondo.

Por un segundo, Stefano se congeló.

Estaba siendo un cabrón con la chica, se desquitaba con Carlotta su frustración y se arrepintió al momento.

¿Pensaría ella que él la golpearía o algo así?

Jamás le haría eso a una mujer, por muy enojado que estuviese.

Se alejó también, dejándole libre su espacio personal.

— Carlotta, dime si quieres continuar con esto, si no, lo terminamos ahora mismo, solo me pagarías lo que te di de adelanto, sin intereses… — bajó su postura.

— Seguiré nuestro trato, no haré preguntas de ningún tipo – de repente ella lo interrumpió y se volvieron a mirar.

— Admitiré tus órdenes, pero no maltratos, y mucho menos se te ocurra en tu vida pegarme.

— Nunca haría algo así – Stefano no dudó ni un segundo en responderle.

La actitud de ella ahora era más fría y distante.

— Entonces que jamás se le olvide, Señor Duque, porque puedo ser una arribista como usted dice, incluso una perra que ladra, pero nunca el saco de boxeo de nadie.

— Es un hombre poderoso y quizás no me pueda defender de sus golpes, pero como sobreviva, no se imagina el incendio que puedo armar en su cama… mientras duerme en ella.

Agregó, caminando como una fiera salvaje y después hizo esa pausa, quitándose por completo la corbata que había quedado enredada con su cabello y arrojándola al suelo, a los pies del pelinegro que no salía aún de su estupefacción.

¡BAM!

Cuando el portazo sonó, fue que Stefano reaccionó, ¿lo acababa de amenazar?

Esa pequeña mujer, ¿acaba de decirle que lo iba a achicharrar mientras dormía?

Bajó la mirada para ver la corbata negra arrojada como basura en la alfombra.

Tenía que admitir que su “esposita” era de armas tomar.

Salió bufando de la habitación, para ir hasta la de su hermana, o más bien, su hermanastra, porque Valentina Vallucci no llevaba ni una gota de su misma sangre, sin embargo, eso solo lo sabían pocas personas de la familia, un secreto muy bien guardado.

Para el resto de la sociedad y legalmente, eran legítimos hermanos de sangre, reconocidos ambos por el anterior Duque, el verdadero padre de Stefano.

*****

Cof, cof, cof

Escuchó desde el pasillo la tos y los ruidos de la respiración laboriosa. 

Su corazón se apretó de angustia y caminó con prisas hacia la habitación de Valentina.

Abrió la puerta desesperado, para encontrársela siendo atendida por su madre, que le administraba las inhalaciones de alivio rápido.

— Stefano, ¿qué haces aquí? – Beatrice, su “madre”, la anterior Duquesa, se giró asombrada al verlo 

— ¿No deberías estar en tu noche de bodas?

— Herma … cof, cof, cof…

— ¡Valentina, no te esfuerces! – Stefano corrió a sentarse a su lado, sustituyendo a Beatrice, que enseguida se levantó.

— ¿Es por mi cul… pa? No debiste ve…nir…

Valentina lo miraba con ojos húmedos y angustiados, acomodada erguida, contra varios grandes almohadones en su espalda.

— No, no, no, ¿cómo crees que te voy a dejar sola?

Stefano tomó su pálida mano entre las suyas más grandes, acariciándola con amor y cariño.

Solo un ciego no se daría cuenta de los verdaderos sentimientos del Duque por su “hermana”.

Un hombre frío e indiferente con cualquier fémina y que a ella, la tratase así, con tanto favoritismo, sabiendo de sobra, que ni siquiera era su hermana real.

- Madre ¿puede chequear por qué el doctor tarda tanto? – le pidió, sin dejar de mirar a los ojos verdes de la mujer, que era la obsesión de su vida.

— Bien, te dejo para que la vigiles – la Duquesa respondió y con la misma caminó hacia la salida.

Se giró a cerrar la puerta para darles privacidad y sus ojos agudos, se cruzaron por un segundo con los de su hija, en un entendimiento mutuo.

Solo les interesaba probar cómo continuaba el interés del Duque sobre Valentina, ahora que estrenaba una esposa y al parecer, ese perro seguía con la cuerda atada alrededor de su cuello.

— ¿Por qué te pusiste mal? – Stefano le preguntó acariciando su mejilla.

Estos pequeños gestos íntimos, solo los tenían furtivos cuando estaban a solas y ninguno de los dos, hablaba en claro de ellos.

— Yo solo… me… puse algo triste…

La vocecita de la mujer bajó al igual que su cabeza.

— Valentina, ya hablamos sobre esto, sabes que es necesario para el ducado tener un heredero varón, pero yo… no amo a esa mujer, ni a ella, ni a ninguna otra… yo nada más te…

— Lo sé…  — Valentina se llevó la mano al pecho con molestias

— Única… mente son tonterías mías… ella es tu esposa…claro…que debes estar a su la…do… son celos de hermana.

Lo interrumpió, como siempre que iban a hablar del tema tabú, y Stefano la abrazó con suavidad, cerrando los ojos con cansancio.

¿Por qué razón la única mujer que deseaba estaba prohibida para él? 

Había luchado tanto por resistirse a estos sentimientos, una y otra vez, y continuaba atrapado en este torbellino de pasiones imposibles.

****

Mientras tanto, lejos del drama familiar, la verdadera Duquesa de Vallucci iba echando pestes del Duque y toda su familia, camino a su pequeño cuartico.

Ese Duque se iba a enterar, esto, no se iba a quedar así.

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