Esa misma noche, Natael llegó a la casa de Moida y tocó la puerta. Bonifacio, extrañado por la inesperada visita a altas horas de la noche, abrió la puerta acompañado de su esposa. Para su sorpresa, allí estaba Natael, escoltado por cinco guardias reales. Una corriente fría recorrió su cuerpo y la preocupación inundo su mente, sabía que no eran buenas noticias por las que estaba él allí.—Beta Natael, ¿qué lo trae a esta hora a humilde hogar? ¿Ha pasado algo? —preguntó Bonifacio, notando la seriedad en el rostro del beta.—Buenas noches, Alfa Bonifacio, he venido por orden del rey Odín —respondió Natael con voz grave—. Estamos aquí para arrestar a la joven Moida, quien es acusada de envenenar a la Luna del Imperio.—¿Qué? —gritó Mildred, asustada y llena de rabia—. ¿De qué se está acusando a mi hija? ¡Esto es una injusticia! —Se aferró a la camisa de su esposo, suplicante—. No puedes permitir que se la lleven, Bonifacio. ¡Es nuestra hija!Natael miró fríamente al hombre y con voz impl
Odín tomó la mano de su mate, su mirada recorrió lentamente a cada miembro del consejo, mientras un pesado silencio llenaba la sala. Su expresión severa y calculada, transmitía la gravedad del momento. Finalmente, rompió el mutismo con una voz firme y clara.—Las pruebas son irrefutables. La joven Moida es culpable. Yo Odín, como rey del Imperio de Uregon, la condeno a muerte.El consejo, que había permanecido en silencio, comenzó a removerse incómodo. Uno de los consejeros, cuyo rostro reflejaba preocupación, se atrevió a alzar la voz.—Majestad, temo que está yendo demasiado lejos. Es cierto que Moida es culpable, pero llevarla a la muerte podría ser un error para su reinado. Acabamos de salir de una guerra. Lo que más necesita el imperio ahora es paz, no más sangre de su propia gente.Odín se giró bruscamente hacia el anciano, con las cejas fruncidas, revelando la molestia que hervía en su interior. Su voz se elevó, resonando en las paredes de la sala.—¿Paz? ¿Paz después de que in
La casa de Bonifacio era un caos. Los sirvientes ya no estaban y el eco de los objetos valiosos resonaba mientras eran metidos en el carro. Joyas, reliquias familiares, cualquier cosa que pudieran vender era arrojada a toda prisa dentro del baúl del vehículo. Las mujeres, entre sollozos, intentaban contener sus lágrimas, mientras se despedían de todo lo que conocían.Bonifacio se encontraba intranquilo dentro del carro, al ver que las mujeres no entraban en él, les gritó.—Vamos, es hora de partir —miraba hacia el horizonte donde el cielo empezaba a tornarse más claro—. El amanecer se acerca, y el camino hacia Safe es largo. Espero que una de las manadas fronterizas nos reciban.Un grupo de veinte guerreros a caballos permanecían cerca, escoltarían a la familia hasta la frontera.Moida entraba en la parte trasera del carro con resentimiento, su rostro se crispaba de rabia.—No entiendo por qué el rey Odín no me escogió a mí en vez de esa huérfana —su voz se escuchaba rota por la frustr
En el país de Skoll, se levantaron tres grandes imperios: Safe, Oregon y Nardis. El último es el más pequeño de ellos, albergaba escasas manadas, y existen zonas de su territorio que permanecen vírgenes y poco exploradas. Durante los últimos veinte años, las tierras de Nardis, especialmente en la manada central Corinto, gobernada por el líder supremo Keseo, había caído en una terrible maldición. Una espesa niebla se cernía sobre las nubes, ocultando al sol y manteniendo la manada en penumbra. La sequía reinaba, y la tierra apenas ofrecía frutos. Criaturas deformes merodeaban en las noches el bosque de Corinto, convirtiéndolo en un laberinto peligroso y hostil que alejaba a los comerciantes y viajeros.Los guerreros alfa, al servicio del rey Nesfer, lideraban la búsqueda de la bruja de ojos violetas, un ser celestial destinado a liberarlos de la maldición que asolaba sus tierras.En una zona montañosa del imperio Nardis, vivía una joven llamada Aradne. Hasta los veinte años, su vida hab
Al adentrarse en el bosque de Corinto, Aradne notó que el clima se volvía sombrío y espeso. Los árboles a su alrededor crujían con cada paso que daban. Una pesadez inexplicable se apoderó de su cuerpo, y al observar el lugar se asustó al percibir la desesperación de la naturaleza. De repente, el relincho de los caballos hizo que su corazón se agitada rápidamente.—¡No se detengan, avancen con rapidez! —gritó Gedeón. Al tirar de la cuerda para que el caballo corriera, abrió los ojos con furia para ver cómo descendían de los árboles criaturas con apariencia de aves deformes: ojos brillantes, plumas como espinas y garras afiladas. Él se aferraba a la cuerda de su caballo mientras observaba a los Skotos cortarles el paso y se acercaban rápidamente hacia ellos, sin posibilidad de huir, Gedeón sintió cómo su caballo trataba de derribarlo. Gritó desesperadamente mientras descendía del caballo con la espada en la mano.—¡Nos están a atacando los Skotos! Defiéndanse y huyan si logran escapar d
Al amanecer, llegaron a la manada. Las personas que notaron la presencia de los caballos, vieron a una joven de cabellos rojizos y ojos violetas con la mirada perdida. De inmediato una mujer al saber de quien se trataba comenzó a insultarla.—¡Capturaron a la bruja! ¡Que lleven a la horca a la bruja! La diosa Selene escuchó nuestras plegarias, pronto nos libraremos de la maldición.La gente comenzó a rodear el caballo que montaba Aradne. Los insultos brotaron de sus bocas como una tormenta, acompañados de piedras que volaban hacia ella. Aterrorizada, Aradne vio en los ojos de la gente una mezcla de crueldad y rabia. Aquellas miradas la hicieron tambalearse y, presa del miedo, cerró los ojos, temiendo lo peor.Gedeón, al ver a la gente alterada, jaló la cuerda de su caballo y se posicionó al lado del caballo de Aradne. Con furia, volvió a jalar la cuerda, haciendo que su caballo relinchara y se levantara en dos patas.—¡Basta de insultos! Regresen a sus obligaciones. Si llegan a hacerle
Una tormenta de emociones embargó a Aradne, y las lágrimas inundaron sus ojos mientras contemplaba el tétrico lugar. Las paredes húmedas y cubiertas de moho, y un olor rancio se colaba por sus fosas nasales, revolviéndole el estómago. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener la náusea que subía por su garganta. Sus ojos se posaron en lo único que había allí: una cama de piedras toscamente apiladas.De repente, un ruido seco resonó en la penumbra, haciéndola saltar. Giró la mirada hacia la esquina cerca de las rejas, y su corazón se aceleró al ver que eran ratas corriendo por el suelo húmedo. Un grito agudo escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.De un salto, se subió a la cama y se acurrucó abrazando sus piernas, estaba temblando de miedo. La confusión se apoderó de su mente. No entendía por qué su madre y su existencia eran la culpable de la desgracia de esa manada. Un pensamiento repentino apareció en su cabeza “¿Cómo podía yo, una simple mortal, ser la causa
—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:—¿Quién eres tú?—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia