Capítulo 39

Ariadne sentía cómo la sangre le hervía, respiraba largamente para calmar cada fibra de su ser, sabía que no podía hacer nada frente a su hijo.

—Evolet —se conectó con su loba—, no haremos nada imprudente frente a nuestro cachorro. Ya encontraremos una forma de vengarnos de este lobo rastrero —un suspiro profundo, cargado de resignación, se escapó de sus labios—. Además, hay un vínculo que los une, y ya no podemos evitar que vea a su hijo.

Evolet retrocedió, aún gruñendo, pero obediente se desvaneció regresando a su ecosistema.

Ariadne se acercó a su hijo y se inclinó, suavizando su expresión y con voz calmada musitó.

—Cachorro, Evolet solo nos estaba protegiendo de lobos extraños. Es mejor que vayas con la tía Trysa ver si la medicina funcionó.

El niño, asintió con una sonrisa. Le dedicó una última mirada tierna al lobo antes de tomar la mano de Trysa, quien lo guió fuera de allí.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, la expresión de Ariadne cambió. Sus ojos se volvieron duros
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