CAPÍTULO 40
El silencio en la suite era un reflejo palpable del caos interno que Kereem experimentaban. Ahora eran las cinco de la mañana y él permanecía en un sillón frente a Sanem, observándola dormir.

Dio una calada a su puro y lo aspiró tanto como pudo.

Sanem había llorado horas, ella se había quedo dormida en sus brazos, y aunque ya no escuchaba sus sollozos, sus entrañas podían sentirlos.

Nunca había sentido tanta impotencia, nunca se había sentido tan atado como ahora, pero antes de que generara cualquier otro pensamiento en cuanto a cómo iba a actuar, su teléfono se encendió, y el contacto de Naim titiló en la pantalla.

Lo tomó en su mano, y se levantó para salir de la habitación.

—Hermano…

—Kereem… ¿Cómo van? El asistente me informó de tu salida repentina. ¿Está todo bien?

La diferencia de hora podía responder a por qué lo estaba llamando a esta hora.

—Nada bien.

—¿Qué pasó? ¿Se quedarán más tiempo?

—En lo absoluto… —Él se fue a la terraza y sintió el aire frío del ambiente—. Un
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