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“¡Abre la jodida puerta, estúpida!” me gritó Stela con una furia que no sospeché nunca de ella y como si se tratara de un insulto supremo, repetí mi decisión con una ira enloquecida que solo me cegaba.

Pero ¡ay, pobre Carena! Las llamas del infierno se sentían arder desde la puerta cuando Judy, cual policía de escuadrón SWAT, la abrió con violencia y caminó ágil hacia a mí, enloquecido, rugiendo de rabia con el más firme propósito de lastimarme horriblemente. Me acorraló en un rincón y me estrangulaba presionando con el antebrazo mi delicado cuello, en tanto yo trataba inútilmente de quitármelo de encima. Me gritaba: “¡Aquí no harás lo que se te antoje! Me estás faltando al respeto ¿Quieres morirte? ¿Eso quieres?” Y desfalleciendo bajo su brazo implacable, ech&ea

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