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Aquella idea me hacía sufrir enormemente. El no escucharlo, el no saber dónde estaba me aterraba. Aunque eso no significaba que estuviese muerto, la idea no me abandonaba. “¿John?”, susurraba en medio de la nada, sentada junto a la puerta abrazando mis piernas, inundada en un llanto desesperado. “Está muerto”. Mi ángel dorado, el adonis de mis sueños, el hombre del que me había enamorado, el que tantas veces me hizo estallar de placer mientras me hacía el amor y que durante una noche en su bote me juró amor eterno... el ser diabólico que me había llevado con estos maniáticos a un lugar recóndito, el hombre que me embaucó para involucrarme en el culto secreto. El hombre que ahora podía estar muerto.

—John...

—“¿Por qué susurras? John podría estar muerto”.

Creí escuchar un

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