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Por un instante me volví para mirarlo y en menos de dos segundos tres agentes lo rodearon. Rápidamente se precipitaron sobre él y su forma se hizo apenas visible. Me escondí inmóvil detrás de un pino, abatida e inmutada, observando cómo lo capturaban. Sabía que lo miraba. Él también me miraba. Mi vista se quedó siguiendo su recorrido nefasto y después, al final, ya no lo vi más. Su cuerpo se desdibujó como si nunca hubiese estado allí. ¡Señor, no tengo palabras para expresar el atroz sentimiento de desolación que me invadió el alma! Fue como si el último tren de la estación de mi vida partiera a lugares desconocidos, dejándome sola en ese absurdo universo que se derrumbaba a pedazos como en un gran cataclismo. Sentí que me desmayaba mientras esa sensación infernal de desesperanza, me iba aterrorizando en la idea de que

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