—¿Qué es eso? —pregunté esforzándome por conservar un tono sereno.
—Borrado de memorias, linda —dijo en tono perfectamente racional—. Realizan crueles experimentos con estas personas para reformarlos, volverlos dóciles, para que hagan o digan lo que ellos desean. Utilizan drogas, hasta lavados de cerebro con electroshock a más de 40 o 50 veces mayor de la dosis permitida. Todos aquí saben que se realizan ese tipo de prácticas.
—Oh... —musité débilmente—. Qué barbaridad...
—Forma parte del procedimiento para conservar el orden impuesto —añadió—. Así que no importa que una minoría sufra indecibles atrocidades con tal de que, los millones de personas que habitan este país, puedan seguir alienados y controlados. ¿Lo comprendes?
—Sí.
—Sería una p
—Es tu última sesión, Carena —anuncia Barker al entrar en la habitación de la tortura, emanando, como siempre, aquel olor desagradable e inconfundible de su cigarrillo encendido—. ¿Cómo has estado? —agrega con cierta amabilidad en la voz, ocultando toda su perversidad bajo ella. —Bien, supongo —respondo experimentando mi temor habitual, atada a la fría camilla y con la luz cegadora sobre mi rostro. Sí, finalmente he aceptado a Barker como mi divino redentor y salvador. Aunque es la peor maldición viviente sobre la Tierra, solo él puede facilitarme el doloroso camino hacia la libertad. ¿Qué debo contestar hoy? No lo sé exactamente. La idea de esta última sesión, lejos de tranquilizarme, solo me ha traído nuevas dudas y aterradores escenarios que han ido envolviéndolo todo, como una enredadera en el bosque monstruoso de mi vida. No hay en mi cabeza más que lagunas, lugares vacíos desprovistos de cuerpos o cuerpos desprovistos de rostros. Los ros
—Debes cooperar, Carena —agrega en voz baja, casi seductora, en tanto se acomoda el traje—. Estás aquí porque debes doblegarte ante el Sistema para poder redimirte. Te estamos otorgando la cordura necesaria para que puedas ver la realidad, nuestra realidad. ¿Todavia no lo puedes entender? Solo la verdad te hará libre, Carena.Lo miro aterrada, aturdida, deseando que solo termine con esta tortura.—A ver. ¡Recapitulemos! —dice con energía renovada—. ¿Cuál es tu nombre?—Carena Weisz —respondo cansadamente, con lágrimas en los ojos.—¿Por qué estás aquí?—Porque estoy enferma.—¿Cuál es tu padecimiento?—Delirios y alucinaciones.—Esa figura monstruosa que te sigue desde el fondo del océano ¿es real?—No es real. Solo es pro
—“¡Te digo que esta vez sí va a funcionar!”—¿Estás segura de lo que estás diciendo?—“Completamente. Lo vi en una de esas patéticas películas que ruedan en las tardes. No recuerdo su nombre… el tipo se llamaba James Coles o algo así y estaba más loco que tú”.—12 monos, querrás decir —agrego, fastidiada.—“¡Esa! ¡Sí! Después de que el James Cole de la película escapa del hospital psiquiátrico donde lo encerraron, deja un mensaje de voz en un número monitoreado por los científicos del futuro, luego de llegar a Baltimore en 1990 y no en 1996 como estaba previsto”.—Sabías que no resultó ¿verdad? ¡Esto es una estupidez!—“¡No! ¡Claro que no! Escucha con atención: Est
De pronto, en algún lugar de mi cerebro se enciende una radio pirata y se sintoniza la emisora de rock. Una vieja canción de Talking Heads: Psycho killer empieza a amenizar mi perturbador plan. Lentamente, como quien no quiere la cosa, levanto mi patético trasero y empiezo a balancearme al ritmo de la música, tarareando y chasqueando los dedos dispuesta a iniciar el motín.Oigo la voz de David Byrne: “No puedo hacerle frente a los hechos... estoy tenso y nervioso y no me puedo relajar”.“Pues vas a tener que relajarte, cariño —me ordena la voz—. ¡Ahora ve!”Sin previo aviso, arrojo la mesita frente a mí y las piezas de ajedrez saltan en todas direcciones, en un estallido como de película. Inmediatamente, un alarido estridente retumba en el salón. Al alarido sigue un llanto quejumbroso y después, un clamor espantoso.
Aquella tarde de invierno viajábamos por la carretera 34 con dirección a las casas del prado. La carretera estaba despejada de nieve pese a que la bordeaba una gruesa capa de más de un metro. Los pinos espolvoreados de blanco contrastaban con el cielo azul, brillante y despiadado del invierno. Nos esperaba la molesta vigilia mensual, preparada minuciosamente con motivo de la víspera de la profecía y donde yo era la estrella central. Esas “veladas” se habían vuelto costumbre durante los últimos nueve meses de mi permanencia en el culto secreto, y aunque en ellas yo debía contar mis sueños sobre Arimarath, prefería no pensar en el asunto. A decir verdad, me esforzaba al máximo para convencerme a mí misma de que jamás había tenido esos espantosos sueños.Lenny conducía el auto y John recorría las estaciones de radio en busca de alguna s
Ahora los recuerdos discurren como sombras en la realidad. Recuerdo mis malas acciones, tantas adversidades, los rostros de la injusticia y la crueldad. Arrogantes de traje sin expresión. Aparente sumisión y respeto a la autoridad. Mensajes escritos en la clandestinidad. La insensatez. Cultos secretos y psicópatas. Insomnios demenciales. Sobresaltos angustiosos en las calles criminales. Los que nos metemos en problemas por enamorarnos de lo prohibido, de lo imposible. La propagación del miedo.Y como un muro inmenso que se levanta ante mí, las sombras se detienen y dejan de fluir. Me incorporo y veo cómo surge de la puerta la figura de un viejo medio gordo con principios de calvicie y gafas de nerd. Un destello de indiferente conciencia me hace identificarlo como el doctor Tyler, el encargado de mi “caso”. Adelante su majestad...Este tipo es muy famoso porque creó una cosa lla
La nieve lo cubría todo. “No hay paso por la carretera, el autobús tardará”. Se escuchaba en la parada del transporte. Era una tarde de invierno del año 2000 en la isla Victoria. Cursaba el cuarto año de Literatura en la escuela de Bellas Artes. Puse los ojos en blanco y me resigné mirando alrededor para ubicar un lugar donde refugiarme. La nieve ocupaba todos los espacios comunes de la sobria e imponente Universidad de Victoria y un grupo de estudiantes con expresión preocupada, leían y tomaban notas de un vistoso cartel que anunciaba las próximas fechas para el examen ideológico:“El Sistema te exige que compartas sus principios. ¿Quieres ejercer? ¡Presenta el examen ideológico! Inscríbete en las oficinas generales de tu universidad. ¡Unicidad ideológica para la transformación de la sociedad!”.&i
—Tranquilízate... —murmuré, deseando ser una bomba sexy para atrapar a aquel ángel.Lamento decirlo, pero yo no era una mujer excepcionalmente bella. Nunca me había considerado especial como para resaltar entre la multitud y tampoco me importaba. De hecho, había algo en mí, un aire más bien sombrío y receloso, propio de aquello que se debe ocultar. Solía mirar a la gente con antipatía, sobre todo a la gente aglomerada. Evitaba por todos los medios socializar. En general, la humanidad me parecía despreciable, sobre todo aquellos atributos asociados a la arrogancia y la estupidez de las personas, la política y la falsa moralidad. Yo vivía en mi propio mundo, un mundo repleto de libros y rock and roll y solo a dos personas amaba verdaderamente, a mi padre y Araminta, con quienes me mostraba como realmente era: alegre, inocente y encantadora. De los demás me