Ahora los recuerdos discurren como sombras en la realidad. Recuerdo mis malas acciones, tantas adversidades, los rostros de la injusticia y la crueldad. Arrogantes de traje sin expresión. Aparente sumisión y respeto a la autoridad. Mensajes escritos en la clandestinidad. La insensatez. Cultos secretos y psicópatas. Insomnios demenciales. Sobresaltos angustiosos en las calles criminales. Los que nos metemos en problemas por enamorarnos de lo prohibido, de lo imposible. La propagación del miedo.
Y como un muro inmenso que se levanta ante mí, las sombras se detienen y dejan de fluir. Me incorporo y veo cómo surge de la puerta la figura de un viejo medio gordo con principios de calvicie y gafas de nerd. Un destello de indiferente conciencia me hace identificarlo como el doctor Tyler, el encargado de mi “caso”. Adelante su majestad...
Este tipo es muy famoso porque creó una cosa llamada “manejo psíquico”, algo así como borrado de memorias existentes y reprogramación de la psique. Lo llamo “profanador supremo de cerebros”. Presta sus servicios en un programa ultra secreto e ilegal para la experimentación del control mental en seres humanos, cuyo nombre en clave es “Proyecto 13”. Este programa ha sido diseñado y ejecutado por “La Agencia” o mejor dicho: La Agencia Anti Organización de Movimientos Conspirativos, una organización encargada de ejecutar controles totales y metódicos sobre los movimientos subversivos en el país. Ésta a su vez rinde cuentas a un pez mucho más grande: el Sistema, un régimen siniestro y autoritario, que investido de una peligrosa divinidad, ha impuesto una ideología única en todo el país y supervisa todos los aspectos materiales y espirituales de la sociedad.
—¿Cómo te sientes, Carena? —pregunta el profanador, mientras ojea la carpeta con mi historia clínica—. Bienvenida al “Sótano”. La Agencia decidió declararte candidata para el Proyecto 13. Necesitas ayuda y debes considerar esto como una oportunidad para rehacer tu vida. —Sonríe y continúa con una satisfacción repugnante—: Solo deseamos hacerte regresar al camino del bien y de obediencia absoluta al Sistema.
¡Claro! ¡Experimentando técnicas para el control mental en seres humanos! pienso aparentando una perfecta serenidad. De súbito, me veo bajo la luz cegadora de una cámara de TV sostenida por un muchacho que se enfoca sobre mi pálido y demacrado rostro, en tanto al otro extremo de mi cama, un reportero impecable con traje elegante y disimuladamente maquillado, anuncia con voz sensacionalista: “Estamos en vivo y directo con la esplendorosa candidata al Proyecto 13 auspiciado por La Agenciaaaa. ¡Cuéntenos! ¿Agradece usted esta magnífica oportunidad?”, pregunta acercando su rostro y dando una amplia sonrisa a la cámara. “¡Por supuesto!”, respondo, emocionada. “Siempre soñé con un relajante lavado de cerebro para olvidarme de todas las malditas cosas que viví, ¡cerdo asqueroso!”, ¡Basta ya!, pienso aplastando aquella estúpida imaginación y me atrevo a hacer la pregunta prohibida:
—¿Qué ocurrió con ellos?
—De aquellos sujetos no tengo conocimiento —responde, pero miente con descaro—. Tu deberías saberlo, Carena. Acerca del origen del culto no pudo descubrirse absolutamente nada, salvo por ciertas historias erráticas e increíbles que lograron sacar por la fuerza a algunos de tus compañeros, muy similares a las que tú nos contaste. —No le contesto, mi rostro permanece impasible, ocultando las mil voces que gritan y se retuercen de horror en mi interior—. ¡Qué barbaridad! No entiendo como La Agencia no intervino antes. Bueno, se trata de operaciones encubiertas. Información clasificada a la cual no tengo acceso—. Se acerca a mi rostro y dice con cautela—: Fueron muy astutos. No dejaron rastro alguno, pero no te preocupes ¡todo va a salir bien porque te vamos a curar! Solo serán unas pocas sesiones, doce para ser exactos.
Una ola de terror crece dentro de mí al escuchar esas palabras. Mi mirada perdida y ausente se fija en algún punto del suelo. No hay nada que yo pueda hacer, desde hace un tiempo acepté mi destino. Estos degenerados van a aplicar su tecnología para el borrado de la memoria en mí. Ya lo había escuchado, aquí mismo en el sanatorio. La Agencia ha invertido millones de dólares en este programa secreto a fin de desarrollar métodos para inducir amnesia sobre las personas que han decidido creer en algo diferente al Sistema —sobre los conspiradores, los traidores— para recrearlas y hacerlas obedientes.
Hubiese preferido que me capturara la policía. Al menos cuando la policía te echa el guante, no te conviertes automáticamente en alguien que no ha existido jamás. No creo que el ciudadano común conozca sobre las operaciones de La Agencia. Nadie conoce el paradero de los que alguna vez se atrevieron a conspirar contra el Sistema y que de pronto, desaparecieron. Nadie sabe qué hacen con ellos, simplemente se esfuman, dejan de existir. Nadie habla de esas cosas, aunque creo tener la certeza de que nadie las ignora.
Ahora yo lo sé...
Yo soy una de ellos. Fui miembro de un culto secreto y no sé cómo aún sigo con vida. He pasado por torturas e interrogatorios de todos los colores y sabores, y aunque conozco sobre el origen, integrantes y actividades de esa sociedad secreta, sé muy bien que nada de eso puede revelarse, nada de aquellos terribles secretos. Ni la tortura ha sido capaz de sacarme tal información. Ahora, como no han podido obtener la información “coherente” ¡me van a lavar el cerebro! ¿Drogas?, ¿Terapia electroconvulsiva?, ¿Hipnosis?, ¿Qué viene ahora? La Agencia ha exigido que me sean borrados aquellos recuerdos vinculados a la conspiración. Demonios, no sé cómo lo harán, pero todo apunta a que duele y mucho. He escuchado que estos bárbaros usan la terapia electroconvulsiva 40 o 50 veces mayor que la dosis de electricidad recomendada. ¡Señor! No quiero olvidar. No quiero olvidar a John, pero él está irremediablemente vinculado a todos esos recuerdos.
—“¡Al menos no te van a borrar toda la memoria!” —habla inoportunamente la voz ahora en su fase arrogante, propia de su ridículo trastorno de bipolaridad.
—No puedo hacer nada, Araminta. Nada funcionó. Espero que no desaparezcas después de esto y puedas recordarme los momentos mágicos que quiero conservar.
—“No prometo nada —replica en tono brusco—. Piensa en el lado positivo, Carena. Ya no tendrás que preocuparte por este asunto ni seguir pagando esta condena. Adiós Agencia, adiós culto secreto, adiós horrorosos sueños, adiós John...”
—¿Entonces no me ayudarás? —pregunto, horrorizada—. ¿No guardarás mis recuerdos?
—“¡Ahora resulta que eres la víctima! ¡Carena, la mártir! —replica soltando una carcajada saturada de maldad—. ¡Tú lo querías! ¿Por qué no lo reconoces de una vez?”
—¡Cállate, ya! —exclamo, llevándome las manos a la cabeza, como queriendo escapar de esa maldita voz.
Aturdida, febril, notándome angustiada, me pregunto cómo hace para pasar de un estado sorprendentemente melancólico y amable a uno salvajemente irritante. En tanto, un enfermero me traslada por un largo y penumbroso pasillo. Me mira con incomodidad mientras trato de reunir el valor necesario para superar el pánico por mi lavado de cerebro. Ahora estoy en una habitación oscura a la cual cariñosamente, empezaré a llamar “la habitación de la tortura”. Una vez recostada sobre una camilla, un frío penetrante y un terror abominable se apoderan de mi cuerpo. Las correas que sujetan mis muñecas y tobillos están realmente ajustadas. Más apretada está la correa que sujeta mi cabeza. La inmoviliza por completo y la conecta a una maraña de cables indescifrables que van a dar hasta un extraño aparato marrón. Me tortura intensamente una luz blanca sobre mi rostro y una sensación nauseabunda en el estómago, amenaza con hacerme vomitar. No quiero olvidar. No quiero olvidar, me digo temblando de miedo.
—Carena, hoy es tu primera sesión —dice el doctor Tyler, acercándome su irónico rostro—. Despreocúpate, estás en buenas manos. Vas a sentir pequeños choques de electricidad recorriendo tu cuerpo, y aunque lo haremos sin anestesia, te aseguro que no dolerá.
Sonríe casi como un padre protector y se traslada a una esquina de la penumbrosa habitación. Mis ojos desorbitados miran en todas direcciones, sin poder moverme, sin poder escapar.
¡Carena, víctima de los profanadores de cerebro!
Un gigantesco ramalazo de dolor me recorre el cuerpo cuando el doctor Tyler activa aquel infame aparato. Me retuerzo sobre la camilla en medio de un grito ahogado. Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos. ¡¿Qué diablos es esto?! Si mi destino es ir al infierno ahora estoy justamente allí. Un dolor centelleante va y viene en el momento que cesa el choque. “¡Vaya! Vas a quedar como un aparato eléctrico quemado, muerta o con los sesos inservibles” exclama la voz sin ocultar su sorpresa. Respiro, pero fugazmente deseo morir. ¡Mis huesos se derriten en las mismísimas llamas del infierno! Dolor, luces destellantes, calor. Las lágrimas corren hasta mis sienes y se funden con las gotas de sudor. Entonces, la Carena desgarrada y andrajosa se refugia como niña asustada en algún lugar de mi memoria y proyecta desesperadamente una videocinta. Veo el rostro de John. John Martell, el ser demoníaco que me metió en esto.
La nieve lo cubría todo. “No hay paso por la carretera, el autobús tardará”. Se escuchaba en la parada del transporte. Era una tarde de invierno del año 2000 en la isla Victoria. Cursaba el cuarto año de Literatura en la escuela de Bellas Artes. Puse los ojos en blanco y me resigné mirando alrededor para ubicar un lugar donde refugiarme. La nieve ocupaba todos los espacios comunes de la sobria e imponente Universidad de Victoria y un grupo de estudiantes con expresión preocupada, leían y tomaban notas de un vistoso cartel que anunciaba las próximas fechas para el examen ideológico:“El Sistema te exige que compartas sus principios. ¿Quieres ejercer? ¡Presenta el examen ideológico! Inscríbete en las oficinas generales de tu universidad. ¡Unicidad ideológica para la transformación de la sociedad!”.&i
—Tranquilízate... —murmuré, deseando ser una bomba sexy para atrapar a aquel ángel.Lamento decirlo, pero yo no era una mujer excepcionalmente bella. Nunca me había considerado especial como para resaltar entre la multitud y tampoco me importaba. De hecho, había algo en mí, un aire más bien sombrío y receloso, propio de aquello que se debe ocultar. Solía mirar a la gente con antipatía, sobre todo a la gente aglomerada. Evitaba por todos los medios socializar. En general, la humanidad me parecía despreciable, sobre todo aquellos atributos asociados a la arrogancia y la estupidez de las personas, la política y la falsa moralidad. Yo vivía en mi propio mundo, un mundo repleto de libros y rock and roll y solo a dos personas amaba verdaderamente, a mi padre y Araminta, con quienes me mostraba como realmente era: alegre, inocente y encantadora. De los demás me
El Bar del Oro era un antro del bajo mundo donde los libertinos de la universidad se dirigían a satisfacer sus más bajos instintos asociados al rock, alcohol, drogas o sexo ocasional. No obstante, tomé el riesgo. Quizá Araminta tenga razón. Al menos entregué el trabajo sobre Poe y ubiqué en la biblioteca el único ejemplar del Setenario. Estará disponible para mí a partir de mañana, pensé en un intento por convencerme de que hacía lo correcto, dándome el valor para enfrentarme a aquel lugar. ¡Todo está bajo control!, me dije en tono victorioso mientras me ponía unos pantalones negros ajustados y me pintaba los labios muy rojos, con la esperanza de pescar algo aquella noche. “¿You talkin' to me?” Le pregunté a mi reflejo en el espejo y sonreí divertida, detallando la buena pinta de Carena, la libertina.&n
En la soledad de mi habitación del sanatorio, puedo escuchar mis propios llantos y lamentos de dolor luego de mi primera sesión de lavado de cerebro. El cruel verdugo de mi desgracia ejecuta mi sentencia en algún aparato de tortura de la Inquisición. Tenían razón, duele y mucho, supera por demás el infierno de los interrogatorios. Eh, ¿hay alguien ahí?, pregunto débil y tumefacta a la voz. “Pareces muñeca quemada, torturada por algún niño cruel”, responde con voz chillona. Su fanfarronería me confirma que todavía sigue con vida, pero yo, muriendo y clamando interiormente, trato de recordar lo sucedido aquella noche.Luego del apagón aquella noche en el bar, me disculpé con Judy por mi comportamiento paranoico. Araminta y Adriel me buscaban desesperados y al verme con él se tornaron muy serios. Poco antes de irme lo vi
Estar cerca de ese hombre era una experiencia abrumadora. A partir de ese momento, empecé a verlo con más frecuencia y me lo encontraba en todos lados: cuando llegaba a la universidad alrededor de las siete de la mañana, mientras desayunaba en el cafetín después de mi primera clase o en la parada del transporte, a las cinco de la tarde, sin falta. Ahora recuerdo que en aquel tiempo fui objeto de una constante persecución, aunque en esos días lo ignoraba. Todo inició una fría tarde de invierno cuando llegué a la parada del transporte en la universidad. Aquel día mi capacidad mental estaba al borde. Había estado sometida a demasiada presión por la elaboración del ensayo, incluso obtuve la prórroga para entregarlo el lunes próximo. Por más que le dedicara las tardes en la biblioteca, mis esfuerzos por terminarlo habían sido infructuosos y eso me frustraba. D
Su voz seductora replica en mi cabeza: John. Voces en mi cabeza. Voces en una habitación. Voces en la habitación de la tortura.—Nos volvemos a ver, Carena.Y otra vez, el angustioso olor de las cámaras mortuorias. El aroma funerario de las flores inexistentes que cubren mi cuerpo más muerto que vivo. El humo pestilente de sus cigarrillos que se desparrama en la habitación de la tortura y se infiltra en mis pulmones. Escucho su voz cavernosa, pero la luz intensa sobre mi rostro me impide distinguirlo. Estoy inmovilizada de nuevo en la camilla y no tengo la certeza de cómo llegué aquí, ni por cuánto tiempo he estado soñando o recordando. El eco de sus pasos se acerca hacia mí, entrecierro los ojos. ¿Es el hijo de puta de Barker? Pienso. Acerca el rostro para que pueda verlo y esboza una sonrisa sarcástica.—Has sido elegida&hellip
“Me llamo John”, el nombre de la perdición, sí. No tardé mucho tiempo en involucrarme en un futuro catastrófico. Mis recuerdos vuelven a la biblioteca en aquella tarde de invierno...—Disculpa “John” —dije titubeante—. He estado consultando ese libro durante toda la semana, debo entregar un ensayo el lunes. Quizá tú puedas...—¿Lo necesitas? —interrumpió impaciente. Subí mi mano hasta la barbilla y asentí con la cabeza—. Yo también lo necesito —agregó ignorando mi petición y dirigió su mirada al libro.—¿Y en qué estás trabajando? —pregunté de inmediato en un intento por mantener con vida la conversación. Levantó una ceja, pensativo, dando vueltas a las páginas sin un orden específico.—Un aná
—Quizá lo que necesites es un poco de inspiración. Un pequeño empujón —añadió sosteniéndome la mirada. Sonreí desconcertada y lo miré de reojo. Su rostro era hermoso, pero parecía tener algo extraño. Físicamente no aparentaba más de treinta años. Lo detallaba: piel dorada, cabello castaño largo y recogido sobre el fuerte cuello, barba incipiente, nariz perfilada, mirada enigmática, boca pequeña, suéter negro y holgado, pulsera de cuero marrón en la mano derecha. Sin embargo, había algo en él, como una especie de misterio que emanaba de su aura, de sus gestos, de su voz, no podía definirlo. Era como si sus ojos despidieran un destello malicioso—. ¿Dónde vives? —interrumpió al fin y encendió un cigarrillo.—Vivo en el centro de la ciudad, pero nací en Vancouver.<