En la soledad de mi habitación del sanatorio, puedo escuchar mis propios llantos y lamentos de dolor luego de mi primera sesión de lavado de cerebro. El cruel verdugo de mi desgracia ejecuta mi sentencia en algún aparato de tortura de la Inquisición. Tenían razón, duele y mucho, supera por demás el infierno de los interrogatorios. Eh, ¿hay alguien ahí?, pregunto débil y tumefacta a la voz. “Pareces muñeca quemada, torturada por algún niño cruel”, responde con voz chillona. Su fanfarronería me confirma que todavía sigue con vida, pero yo, muriendo y clamando interiormente, trato de recordar lo sucedido aquella noche.
Luego del apagón aquella noche en el bar, me disculpé con Judy por mi comportamiento paranoico. Araminta y Adriel me buscaban desesperados y al verme con él se tornaron muy serios. Poco antes de irme lo vi
Estar cerca de ese hombre era una experiencia abrumadora. A partir de ese momento, empecé a verlo con más frecuencia y me lo encontraba en todos lados: cuando llegaba a la universidad alrededor de las siete de la mañana, mientras desayunaba en el cafetín después de mi primera clase o en la parada del transporte, a las cinco de la tarde, sin falta. Ahora recuerdo que en aquel tiempo fui objeto de una constante persecución, aunque en esos días lo ignoraba. Todo inició una fría tarde de invierno cuando llegué a la parada del transporte en la universidad. Aquel día mi capacidad mental estaba al borde. Había estado sometida a demasiada presión por la elaboración del ensayo, incluso obtuve la prórroga para entregarlo el lunes próximo. Por más que le dedicara las tardes en la biblioteca, mis esfuerzos por terminarlo habían sido infructuosos y eso me frustraba. D
Su voz seductora replica en mi cabeza: John. Voces en mi cabeza. Voces en una habitación. Voces en la habitación de la tortura.—Nos volvemos a ver, Carena.Y otra vez, el angustioso olor de las cámaras mortuorias. El aroma funerario de las flores inexistentes que cubren mi cuerpo más muerto que vivo. El humo pestilente de sus cigarrillos que se desparrama en la habitación de la tortura y se infiltra en mis pulmones. Escucho su voz cavernosa, pero la luz intensa sobre mi rostro me impide distinguirlo. Estoy inmovilizada de nuevo en la camilla y no tengo la certeza de cómo llegué aquí, ni por cuánto tiempo he estado soñando o recordando. El eco de sus pasos se acerca hacia mí, entrecierro los ojos. ¿Es el hijo de puta de Barker? Pienso. Acerca el rostro para que pueda verlo y esboza una sonrisa sarcástica.—Has sido elegida&hellip
“Me llamo John”, el nombre de la perdición, sí. No tardé mucho tiempo en involucrarme en un futuro catastrófico. Mis recuerdos vuelven a la biblioteca en aquella tarde de invierno...—Disculpa “John” —dije titubeante—. He estado consultando ese libro durante toda la semana, debo entregar un ensayo el lunes. Quizá tú puedas...—¿Lo necesitas? —interrumpió impaciente. Subí mi mano hasta la barbilla y asentí con la cabeza—. Yo también lo necesito —agregó ignorando mi petición y dirigió su mirada al libro.—¿Y en qué estás trabajando? —pregunté de inmediato en un intento por mantener con vida la conversación. Levantó una ceja, pensativo, dando vueltas a las páginas sin un orden específico.—Un aná
—Quizá lo que necesites es un poco de inspiración. Un pequeño empujón —añadió sosteniéndome la mirada. Sonreí desconcertada y lo miré de reojo. Su rostro era hermoso, pero parecía tener algo extraño. Físicamente no aparentaba más de treinta años. Lo detallaba: piel dorada, cabello castaño largo y recogido sobre el fuerte cuello, barba incipiente, nariz perfilada, mirada enigmática, boca pequeña, suéter negro y holgado, pulsera de cuero marrón en la mano derecha. Sin embargo, había algo en él, como una especie de misterio que emanaba de su aura, de sus gestos, de su voz, no podía definirlo. Era como si sus ojos despidieran un destello malicioso—. ¿Dónde vives? —interrumpió al fin y encendió un cigarrillo.—Vivo en el centro de la ciudad, pero nací en Vancouver.<
Veía en John a un hombre con un apasionado sentido de lo rebelde, combinado con una intensa fuerza espiritual e intelectual. Sentí que el tipo de amor que yo había estado esperando durante años de soledad, podría encontrarlo en él. Pero, ¿qué tonterías estoy pensando? Me sentía bastante tonta mientras recorría el camino de la parada hasta mi edificio. Era curioso, pero empezaba a ser consciente de mi entorno, no me molestaba la gente aglomerada en las intercepciones. Pensaba en el amor y en su poder de transformación en tanto tarareaba un vieja canción de Queen: “Esta cosa llamada amor, no puedo manejarla... ella me vuelve loco, me provoca fiebre y escalofríos...”. Al menos, transitoriamente, miraba al mundo con simpatía. De ninguna manera esa era mi forma de ser. Quiere verme otra vez. ¿Podría estar interesado en mí? Mi
—¡Vaya! —comenté asombrada—. Hablas con mucha pasión, John. ¿Por qué dices todo eso? —pregunté con creciente curiosidad, intentando descifrar lo que pensaba.—En primer lugar porque conozco lo que hacen y es más fácil detestar con mayor razón lo que conoces. —Sonrió—. En segundo lugar porque... es muy personal... Ni te imaginas lo que este Sistema de mierda puede llegar a hacerle a una familia. Pronto llegará su fin, Carena. Y mientras ese momento llega, seguiremos expresando nuestro rechazo al actual estado de las cosas, intentando, al menos, sabotear el orden impuesto.Aunque sus palabras me sorprendían, sentía que podía comprenderlo. En el fondo sabía que su posición coincidía ocultamente con esa sutil aversión que yo sentía por el Sistema, ese régimen violento y absurdo contra el que ven
Angustiantes sentimientos y sombrías ideas daban vueltas en mi cabeza como un remolino de hojas al viento que siseaba su hermosa voz: “Vive, Carena, vive”. Sentí que un oscuro, pero vasto camino se abría ante mí. Un camino que me disponía a transitar bajo una especie de encantamiento producido por sus miradas intensas y sus palabras seductoras.Finalmente, decidí transitar aquel camino. En los días sucesivos mi relación con John era un hecho. Pas&aacu
—Sí, podría conocerlos si así lo deseas —explicaba poco entusiasta. En realidad, mi interés buscaba encauzar la conversación hacia otros asuntos.—A propósito, quiero invitarte a un lugar importante para mí —dijo y se quedó callado por unos segundos—. Carena, yo no soy una persona común. Como sabes, tengo mis manías y vivo en mi propio mundo. En realidad no me gusta invertir mi tiempo en cosas banales y no es que pretenda arrastrarte a mi mundo tan rápido, pero pienso que deberías conocerlo mejor. ¿Aceptarías mi invitación de conocer ese lugar?—preguntó y sus ojos brillaban—. ¿Qué dices?—¡Vaya! —¿Conocerlo mejor?, pensaba contemplándolo, dándome cuenta que esa extraña manera de pensar era lo que lo hacía realmente especial—. ¡Clar