“Me llamo John”, el nombre de la perdición, sí. No tardé mucho tiempo en involucrarme en un futuro catastrófico. Mis recuerdos vuelven a la biblioteca en aquella tarde de invierno...
—Disculpa “John” —dije titubeante—. He estado consultando ese libro durante toda la semana, debo entregar un ensayo el lunes. Quizá tú puedas...
—¿Lo necesitas? —interrumpió impaciente. Subí mi mano hasta la barbilla y asentí con la cabeza—. Yo también lo necesito —agregó ignorando mi petición y dirigió su mirada al libro.
—¿Y en qué estás trabajando? —pregunté de inmediato en un intento por mantener con vida la conversación. Levantó una ceja, pensativo, dando vueltas a las páginas sin un orden específico.
—Un aná
—Quizá lo que necesites es un poco de inspiración. Un pequeño empujón —añadió sosteniéndome la mirada. Sonreí desconcertada y lo miré de reojo. Su rostro era hermoso, pero parecía tener algo extraño. Físicamente no aparentaba más de treinta años. Lo detallaba: piel dorada, cabello castaño largo y recogido sobre el fuerte cuello, barba incipiente, nariz perfilada, mirada enigmática, boca pequeña, suéter negro y holgado, pulsera de cuero marrón en la mano derecha. Sin embargo, había algo en él, como una especie de misterio que emanaba de su aura, de sus gestos, de su voz, no podía definirlo. Era como si sus ojos despidieran un destello malicioso—. ¿Dónde vives? —interrumpió al fin y encendió un cigarrillo.—Vivo en el centro de la ciudad, pero nací en Vancouver.<
Veía en John a un hombre con un apasionado sentido de lo rebelde, combinado con una intensa fuerza espiritual e intelectual. Sentí que el tipo de amor que yo había estado esperando durante años de soledad, podría encontrarlo en él. Pero, ¿qué tonterías estoy pensando? Me sentía bastante tonta mientras recorría el camino de la parada hasta mi edificio. Era curioso, pero empezaba a ser consciente de mi entorno, no me molestaba la gente aglomerada en las intercepciones. Pensaba en el amor y en su poder de transformación en tanto tarareaba un vieja canción de Queen: “Esta cosa llamada amor, no puedo manejarla... ella me vuelve loco, me provoca fiebre y escalofríos...”. Al menos, transitoriamente, miraba al mundo con simpatía. De ninguna manera esa era mi forma de ser. Quiere verme otra vez. ¿Podría estar interesado en mí? Mi
—¡Vaya! —comenté asombrada—. Hablas con mucha pasión, John. ¿Por qué dices todo eso? —pregunté con creciente curiosidad, intentando descifrar lo que pensaba.—En primer lugar porque conozco lo que hacen y es más fácil detestar con mayor razón lo que conoces. —Sonrió—. En segundo lugar porque... es muy personal... Ni te imaginas lo que este Sistema de mierda puede llegar a hacerle a una familia. Pronto llegará su fin, Carena. Y mientras ese momento llega, seguiremos expresando nuestro rechazo al actual estado de las cosas, intentando, al menos, sabotear el orden impuesto.Aunque sus palabras me sorprendían, sentía que podía comprenderlo. En el fondo sabía que su posición coincidía ocultamente con esa sutil aversión que yo sentía por el Sistema, ese régimen violento y absurdo contra el que ven
Angustiantes sentimientos y sombrías ideas daban vueltas en mi cabeza como un remolino de hojas al viento que siseaba su hermosa voz: “Vive, Carena, vive”. Sentí que un oscuro, pero vasto camino se abría ante mí. Un camino que me disponía a transitar bajo una especie de encantamiento producido por sus miradas intensas y sus palabras seductoras.Finalmente, decidí transitar aquel camino. En los días sucesivos mi relación con John era un hecho. Pas&aacu
—Sí, podría conocerlos si así lo deseas —explicaba poco entusiasta. En realidad, mi interés buscaba encauzar la conversación hacia otros asuntos.—A propósito, quiero invitarte a un lugar importante para mí —dijo y se quedó callado por unos segundos—. Carena, yo no soy una persona común. Como sabes, tengo mis manías y vivo en mi propio mundo. En realidad no me gusta invertir mi tiempo en cosas banales y no es que pretenda arrastrarte a mi mundo tan rápido, pero pienso que deberías conocerlo mejor. ¿Aceptarías mi invitación de conocer ese lugar?—preguntó y sus ojos brillaban—. ¿Qué dices?—¡Vaya! —¿Conocerlo mejor?, pensaba contemplándolo, dándome cuenta que esa extraña manera de pensar era lo que lo hacía realmente especial—. ¡Clar
—¿Este es el lugar que querías mostrarme? —pregunté observando la fachada solitaria de la tienda de repuestos para embarcaciones. Era una noche negra y húmeda de primavera, hacía frío y la calle estaba muy silenciosa. La mayoría de las casas cercanas tenían las luces apagadas y la única criatura viviente que encontramos en el camino, fue un joven con paso apurado—. Es tu lugar de trabajo, John, sé que trabajas aquí. Bueno, comprendo, esto es importante para ti —añadí sonriendo y tratando de distinguir un par de ojos brillantes que me miraban desde el suelo. Eran los de un perro grande de pelaje gris, perezosamente echado sobre la acera. —No, no es esto. —Rió con ganas—. Lo interesante no está a la vista. Ven conmigo —agregó emocionado. Lo miré con ojos entornados, como preguntando “¿qué estás tramando?”. Me tomó de la mano y tiró suavemente de mí para ingresar al interior de la tienda. Una vez dentro, todo estaba oscuro y silencioso. No podía distingui
...hacia las familias y hacia la sociedad en general. Se refugió en una mujer africana de avanzada edad y cocinera en el internado, a quien años después llamaría “madre”. Esta mujer, originaria de las islas de Seychelles, le otorgó a Judy un regalo maravilloso: las inscripciones de una antigua tradición ostentada por sus antepasados, una tradición proveniente de épocas anteriores a la creación de nuestro mundo y cuyos rituales, debían ser heredados en forma de un culto secreto. Nadie era capaz de leer aquellas inscripciones, por lo que esta mujer le transmitió la información a viva voz. Tiempo después falleció, convirtiéndolo en el único poseedor de las antiguas inscripciones. A partir de ese momento, Judy se autoproclamó como el elegido para mantener con vida al culto secreto y dedicó gran parte de su vida a estudiar acerca del mundo cósmi
El intenso reflejo del sol y un murmullo apagado de voces me traen de vuelta a la realidad. Despierto confusa en el amplio salón del sanatorio con una vaga conciencia de mi sueño. Espera ¿fue un sueño u ocurrió en realidad? ¡Oh no! Estoy empezando a dudar, pienso horrorizada y otra vez, la centelleante bestia de mi dolor de cabeza vuelve a torturarme, infringiéndome un dolor que le hubiese impedido al mismísimo Rambo huir de sus captores. Voy a morir en este lugar. Piensa, piensa. Une el rompecabezas, me digo una y otra vez, empapada en sudor, delirando. “No fue un sueño. Sí pasó, tú decidiste entrar al culto secreto” dice la voz. Me seco el sudor, ignorando a la voz y me sorprendo mirando cómo la baba que cae de la boca abierta de la señora Pierce, entreteje hilos y estambres multicolores y trato de unir las piezas del rompecabezas. Pienso que en realidad n