El intenso reflejo del sol y un murmullo apagado de voces me traen de vuelta a la realidad. Despierto confusa en el amplio salón del sanatorio con una vaga conciencia de mi sueño. Espera ¿fue un sueño u ocurrió en realidad? ¡Oh no! Estoy empezando a dudar, pienso horrorizada y otra vez, la centelleante bestia de mi dolor de cabeza vuelve a torturarme, infringiéndome un dolor que le hubiese impedido al mismísimo Rambo huir de sus captores. Voy a morir en este lugar. Piensa, piensa. Une el rompecabezas, me digo una y otra vez, empapada en sudor, delirando. “No fue un sueño. Sí pasó, tú decidiste entrar al culto secreto” dice la voz. Me seco el sudor, ignorando a la voz y me sorprendo mirando cómo la baba que cae de la boca abierta de la señora Pierce, entreteje hilos y estambres multicolores y trato de unir las piezas del rompecabezas. Pienso que en realidad n
—la de Stela y la mía— latían en un cortocircuito silencioso de hostilidad. —¿Qué tal el formulario, Carena? Sencillo ¿no? —inquirió Judy y su sonrisa se ensanchó. —Sí, sobreviví —murmuré con falso entusiasmo. —Tampoco es que vamos a hacer un sacrificio contigo —bromeó—. Todo saldrá bien. Stela esbozaba una sonrisa fingida como si compartiera el chiste y yo los miraba alternativamente, bullendo de rabia y nerviosismo. —Lo hizo muy bien —comentó la víbora—. Ya tengo su formulario, Judy. Conversábamos un poco sobre... —Perfecto —interrumpió Judy—. Solo me queda invitarte el próximo fin de semana al primer retiro del año. Estaremos reunidos compartiendo experiencias sobre tradiciones y rituales antiguos con universitarios e intelectuales de todo el país. ¡Quizá termines de entusiasmarte con esta nueva aventura! —exclamó con ojos encendidos y se volvió para repetir el discurso a otros aspirantes—. John, por favor, dale los d
Fugazmente me pareció advertir dos hombres de traje en el asiento delantero del auto. Miré a John y sus facciones se veían pálidas y tensas, el sudor le chorreaba copiosamente por la sien. Empezaba a sentirme exhausta, empezaba a sentir un temor en John. Nuevamente echó otra mirada hacia atrás y al percatarse de que el auto estaba más cerca, su expresión fue de súbito terror. De la impresión, se me aceleró el corazón y una idea macabra iluminó cruelmente mi cerebro: Quieren capturarnos en este momento, en este lugar y aún con testigos, por las delictuosas relaciones que John mantiene con la ley. ¡Santo cielos! Pero aquellos hombres no eran de la policía, entonces: ¿Quiénes eran? ¿Por qué nos seguían?—John, por favor. ¿Qué pasa?—Sigue caminado, Carena.Llegamos al final de la calle d
Miré a John y sus facciones se veían pálidas y tensas, el sudor le chorreaba copiosamente por la sien. Empezaba a sentirme exhausta, empezaba a sentir un temor en John. Nuevamente echó otra mirada hacia atrás y al percatarse de que el auto estaba más cerca, su expresión fue de súbito terror. De la impresión, se me aceleró el corazón y una idea macabra iluminó cruelmente mi cerebro: Quieren capturarnos en este momento, en este lugar y aún con testigos, por las delictuosas relaciones que John mantiene con la ley. ¡Santo cielos! Pero aquellos hombres no eran de la policía, entonces: ¿Quiénes eran? ¿Por qué nos seguían? —John, por favor. ¿Qué pasa? —Sigue caminado, Carena. Llegamos al final de la calle donde iniciaban las transversales que conducían a mi casa. El auto se había estacionado unos metros atrás y la intersección hacia la primera transversal estaba repleta de personas a la espera del cambio del semáforo. Disfrazadas, sosteniendo carteles y ent
—la de Stela y la mía— latían en un cortocircuito silencioso de hostilidad.—¿Qué tal el formulario, Carena? Sencillo ¿no? —inquirió Judy y su sonrisa se ensanchó.—Sí, sobreviví —murmuré con falso entusiasmo.—Tampoco es que vamos a hacer un sacrificio contigo —bromeó—. Todo saldrá bien.Stela esbozaba una sonrisa fingida como si compartiera el chiste y yo los miraba alternativamente, bullendo de rabia y nerviosismo.—Lo hizo muy bien —comentó la muy víbora—. Ya tengo su formulario, Judy. Conversábamos un poco sobre...—Perfecto —interrumpió Judy—. Solo me queda invitarte el próximo fin de semana al primer retiro del año. Estaremos reunidos compartiendo experiencias sobre tradiciones y rituales antiguos con univers
Después de varios kilómetros de carreteras serpenteantes, emplazadas sobre altísimos acantilados que rompían directamente al mar, bosques milenarios, rocas prehistóricas y coloreadas aldeas de pescadores; al fin se divisaban desde la carretera principal, siete hermosas casas de verano típicas de un paisaje costero. Todas se levantaban una al lado de la otra frente al sereno mar del norte de la isla Victoria. Estaban separadas entre sí por un extenso prado de tonalidades verdes, doradas y rojizas, cruzado a su vez por sinuosos senderos que se unían con la carretera principal. A un costado de las mismas se alzaba un imponente bosque de coníferas, el cual contrastaba espléndidamente con el inmaculado color blanco de sus paredes y sus tejas grises. Sus amplias ventanas panorámicas, reflejaban los vivos rayos del sol como un espejo tembloroso.¡Vaya! ¡Qué hermoso paisa
El sol se encontraba en el punto más alto del cielo, cuando me dirigí puntual al lugar donde se llevaría a cabo el almuerzo en compañía de mis nuevas “amigas” hippies: Lili, Katrina y Jenny. “Deben permanecer juntas en todo momento. Bueno, mientras dure el retiro”. Recordaba las palabras y la sonrisita estúpida de Lisa minutos antes de marcharse de la habitación. No sé por qué demonios nuestra condición de aspirantes requería que permaneceríamos juntas. ¡Qué emoción! Me decía hastiada. Infinitas mesas alargadas, cubiertas por brillantes y vaporosos manteles blancos, albergaban el almuerzo. Captó particularmente mi atención la cantidad excesiva de carnes rojas. En seguida pude apreciar cómo las locas hippies parecían sensiblemente afectadas por ello, pero a mí no me importaba, lo úni
El bosque estaba cada vez más frío y oscuro, pero yo continuaba avanzando atraída hacia el origen de aquel misterioso susurro que me estremecía una y otra vez. Ascendía sujetándome de viejos troncos y transitando traicioneros caminos cubiertos de agujas de pino, cuando de súbito, me pareció haber aumentado unos diez kilos. No estoy bien. Pensaba con el corazón latiéndome con fuerza y la respiración pesada, sin poder resistirme al terror generado por las inmensas posibilidades fantasmagóricas ofrecidas por mi imaginación. Repentinamente, tuve la certeza irrefutable de que algo reptaba y reptaba imparable hacia a mí y me quedé paralizada en el medio del bosque. Mis ojos se dilataron y mis facciones se tensaron de terror cuando ese “algo” empezó a manifestarse. Rápidamente cubrí mis ojos con las manos y sentí la necesidad de gritar pa
Y de pronto, el fuego cálido de aquella noche de primavera trasmuta a la luz blanca y fría de mi triste tumba. Abro mis ojos después de la sexta sesión en la habitación de la tortura. Vuelvo a cerrarlos para protegerme de la intensa luz de la lámpara sobre mi rostro. Retiran las correas que sujetan mis muñecas, mis tobillos, mi cabeza y en un sobresalto defensivo, un silbido ensordecedor se intensifica progresivamente en mi cabeza, perforándola. Me incorporo. Trato de analizar a través de una nube de dolor, el estremecimiento de terror que recorrió por mi mente cuando empecé a escribir aquel diario, cuando empecé a atar cabos.Luego de salir “aparentemente” airosos del incidente en la convivencia, decidí continuar con mi vida. Necesitaba dejar de pensar. Necesitaba dejar de lado, al menos por el momento, todas esas sombras negras y silenciosas que se moví