—¿Este es el lugar que querías mostrarme? —pregunté observando la fachada solitaria de la tienda de repuestos para embarcaciones. Era una noche negra y húmeda de primavera, hacía frío y la calle estaba muy silenciosa. La mayoría de las casas cercanas tenían las luces apagadas y la única criatura viviente que encontramos en el camino, fue un joven con paso apurado—. Es tu lugar de trabajo, John, sé que trabajas aquí. Bueno, comprendo, esto es importante para ti —añadí sonriendo y tratando de distinguir un par de ojos brillantes que me miraban desde el suelo. Eran los de un perro grande de pelaje gris, perezosamente echado sobre la acera.
—No, no es esto. —Rió con ganas—. Lo interesante no está a la vista. Ven conmigo —agregó emocionado. Lo miré con ojos entornados, como preguntando “¿qué estás tramando?”.
Me tomó de la mano y tiró suavemente de mí para ingresar al interior de la tienda. Una vez dentro, todo estaba oscuro y silencioso. No podía distingui
...hacia las familias y hacia la sociedad en general. Se refugió en una mujer africana de avanzada edad y cocinera en el internado, a quien años después llamaría “madre”. Esta mujer, originaria de las islas de Seychelles, le otorgó a Judy un regalo maravilloso: las inscripciones de una antigua tradición ostentada por sus antepasados, una tradición proveniente de épocas anteriores a la creación de nuestro mundo y cuyos rituales, debían ser heredados en forma de un culto secreto. Nadie era capaz de leer aquellas inscripciones, por lo que esta mujer le transmitió la información a viva voz. Tiempo después falleció, convirtiéndolo en el único poseedor de las antiguas inscripciones. A partir de ese momento, Judy se autoproclamó como el elegido para mantener con vida al culto secreto y dedicó gran parte de su vida a estudiar acerca del mundo cósmi
El intenso reflejo del sol y un murmullo apagado de voces me traen de vuelta a la realidad. Despierto confusa en el amplio salón del sanatorio con una vaga conciencia de mi sueño. Espera ¿fue un sueño u ocurrió en realidad? ¡Oh no! Estoy empezando a dudar, pienso horrorizada y otra vez, la centelleante bestia de mi dolor de cabeza vuelve a torturarme, infringiéndome un dolor que le hubiese impedido al mismísimo Rambo huir de sus captores. Voy a morir en este lugar. Piensa, piensa. Une el rompecabezas, me digo una y otra vez, empapada en sudor, delirando. “No fue un sueño. Sí pasó, tú decidiste entrar al culto secreto” dice la voz. Me seco el sudor, ignorando a la voz y me sorprendo mirando cómo la baba que cae de la boca abierta de la señora Pierce, entreteje hilos y estambres multicolores y trato de unir las piezas del rompecabezas. Pienso que en realidad n
—la de Stela y la mía— latían en un cortocircuito silencioso de hostilidad. —¿Qué tal el formulario, Carena? Sencillo ¿no? —inquirió Judy y su sonrisa se ensanchó. —Sí, sobreviví —murmuré con falso entusiasmo. —Tampoco es que vamos a hacer un sacrificio contigo —bromeó—. Todo saldrá bien. Stela esbozaba una sonrisa fingida como si compartiera el chiste y yo los miraba alternativamente, bullendo de rabia y nerviosismo. —Lo hizo muy bien —comentó la víbora—. Ya tengo su formulario, Judy. Conversábamos un poco sobre... —Perfecto —interrumpió Judy—. Solo me queda invitarte el próximo fin de semana al primer retiro del año. Estaremos reunidos compartiendo experiencias sobre tradiciones y rituales antiguos con universitarios e intelectuales de todo el país. ¡Quizá termines de entusiasmarte con esta nueva aventura! —exclamó con ojos encendidos y se volvió para repetir el discurso a otros aspirantes—. John, por favor, dale los d
Fugazmente me pareció advertir dos hombres de traje en el asiento delantero del auto. Miré a John y sus facciones se veían pálidas y tensas, el sudor le chorreaba copiosamente por la sien. Empezaba a sentirme exhausta, empezaba a sentir un temor en John. Nuevamente echó otra mirada hacia atrás y al percatarse de que el auto estaba más cerca, su expresión fue de súbito terror. De la impresión, se me aceleró el corazón y una idea macabra iluminó cruelmente mi cerebro: Quieren capturarnos en este momento, en este lugar y aún con testigos, por las delictuosas relaciones que John mantiene con la ley. ¡Santo cielos! Pero aquellos hombres no eran de la policía, entonces: ¿Quiénes eran? ¿Por qué nos seguían?—John, por favor. ¿Qué pasa?—Sigue caminado, Carena.Llegamos al final de la calle d
Miré a John y sus facciones se veían pálidas y tensas, el sudor le chorreaba copiosamente por la sien. Empezaba a sentirme exhausta, empezaba a sentir un temor en John. Nuevamente echó otra mirada hacia atrás y al percatarse de que el auto estaba más cerca, su expresión fue de súbito terror. De la impresión, se me aceleró el corazón y una idea macabra iluminó cruelmente mi cerebro: Quieren capturarnos en este momento, en este lugar y aún con testigos, por las delictuosas relaciones que John mantiene con la ley. ¡Santo cielos! Pero aquellos hombres no eran de la policía, entonces: ¿Quiénes eran? ¿Por qué nos seguían? —John, por favor. ¿Qué pasa? —Sigue caminado, Carena. Llegamos al final de la calle donde iniciaban las transversales que conducían a mi casa. El auto se había estacionado unos metros atrás y la intersección hacia la primera transversal estaba repleta de personas a la espera del cambio del semáforo. Disfrazadas, sosteniendo carteles y ent
—la de Stela y la mía— latían en un cortocircuito silencioso de hostilidad.—¿Qué tal el formulario, Carena? Sencillo ¿no? —inquirió Judy y su sonrisa se ensanchó.—Sí, sobreviví —murmuré con falso entusiasmo.—Tampoco es que vamos a hacer un sacrificio contigo —bromeó—. Todo saldrá bien.Stela esbozaba una sonrisa fingida como si compartiera el chiste y yo los miraba alternativamente, bullendo de rabia y nerviosismo.—Lo hizo muy bien —comentó la muy víbora—. Ya tengo su formulario, Judy. Conversábamos un poco sobre...—Perfecto —interrumpió Judy—. Solo me queda invitarte el próximo fin de semana al primer retiro del año. Estaremos reunidos compartiendo experiencias sobre tradiciones y rituales antiguos con univers
Después de varios kilómetros de carreteras serpenteantes, emplazadas sobre altísimos acantilados que rompían directamente al mar, bosques milenarios, rocas prehistóricas y coloreadas aldeas de pescadores; al fin se divisaban desde la carretera principal, siete hermosas casas de verano típicas de un paisaje costero. Todas se levantaban una al lado de la otra frente al sereno mar del norte de la isla Victoria. Estaban separadas entre sí por un extenso prado de tonalidades verdes, doradas y rojizas, cruzado a su vez por sinuosos senderos que se unían con la carretera principal. A un costado de las mismas se alzaba un imponente bosque de coníferas, el cual contrastaba espléndidamente con el inmaculado color blanco de sus paredes y sus tejas grises. Sus amplias ventanas panorámicas, reflejaban los vivos rayos del sol como un espejo tembloroso.¡Vaya! ¡Qué hermoso paisa
El sol se encontraba en el punto más alto del cielo, cuando me dirigí puntual al lugar donde se llevaría a cabo el almuerzo en compañía de mis nuevas “amigas” hippies: Lili, Katrina y Jenny. “Deben permanecer juntas en todo momento. Bueno, mientras dure el retiro”. Recordaba las palabras y la sonrisita estúpida de Lisa minutos antes de marcharse de la habitación. No sé por qué demonios nuestra condición de aspirantes requería que permaneceríamos juntas. ¡Qué emoción! Me decía hastiada. Infinitas mesas alargadas, cubiertas por brillantes y vaporosos manteles blancos, albergaban el almuerzo. Captó particularmente mi atención la cantidad excesiva de carnes rojas. En seguida pude apreciar cómo las locas hippies parecían sensiblemente afectadas por ello, pero a mí no me importaba, lo úni