Aquella tarde de invierno viajábamos por la carretera 34 con dirección a las casas del prado. La carretera estaba despejada de nieve pese a que la bordeaba una gruesa capa de más de un metro. Los pinos espolvoreados de blanco contrastaban con el cielo azul, brillante y despiadado del invierno. Nos esperaba la molesta vigilia mensual, preparada minuciosamente con motivo de la víspera de la profecía y donde yo era la estrella central. Esas “veladas” se habían vuelto costumbre durante los últimos nueve meses de mi permanencia en el culto secreto, y aunque en ellas yo debía contar mis sueños sobre Arimarath, prefería no pensar en el asunto. A decir verdad, me esforzaba al máximo para convencerme a mí misma de que jamás había tenido esos espantosos sueños.
Lenny conducía el auto y John recorría las estaciones de radio en busca de alguna señal. De pronto, Janis Joplin: “y sentí tu amor como una bola y una cadena”. Una mirada fugaz por el retrovisor le impedía a Lisa percibir el mensaje que John me enviaba. Lenny insistía con su vanidad característica, que el estilo de Jimmy Hendrix era el mejor. John reía. Cantaba “yo solo quería amarte, amarte, amarte hasta el día que me muera” y otra mirada fugaz por el retrovisor se encontró con mi mirada cómplice, secretamente, entre el silencio y el alma.
—Algo no anda bien —advirtió Lisa con preocupación.
—¿Qué ves, Lisa? —preguntó John. Me quedé desconcertada ante aquella pregunta. ¿Qué tenía Lisa que ver? ¿Cómo realizaba tal afirmación? Mis sentidos se alertaron inmediatamente.
—Hay unos hombres más adelante —insistió—. No me gustan nada.
—Sabes qué, Lisa, ya no te creo nada —reprochó Lenny—. Desde hace un tiempo tu señal está fuera de servicio. No aportas nada de utilidad.
—¡Cállate idiota! —replicó Lisa en voz baja. Había captado el ligero reproche de Lenny y se quedó callada, pero mi desconcierto aumentaba.
—No es así —interrumpió John con tono apaciguante—. Si bien no hemos obtenido información últimamente, esto pudiera ser de interés. ¿Son de La Agencia, Lisa?
—No lo sé. Los bastardos parecen salidos de los Hombres de Negro.
Unos kilómetros más adelante, dos hombres aparentemente de la policía local, habían tendido un cordón de seguridad en el acceso próximo a las casas del prado. Dos autos de la policía y una furgoneta blanca se encontraban aparcados a un lado del camino. Lenny asumió la marcha de un cortejo fúnebre y las luces de freno del auto se encendieron. Inmediatamente un policía hizo señas a Lenny para que estacionara a la derecha. Era la primera vez que se materializaba ante mí la posible presencia de La Agencia. Todas las cosas terribles que alguna vez John me había contado, se agolparon en mi cabeza como traídas por una avalancha de nieve. Pronto comprendí la situación y el apuro en el que me había metido. Un terror absoluto y feroz creció repentinamente dentro de mí e hizo que mi corazón empezara a latir acelerado. Intuía que los policías del auto vendrían a buscarnos, ansiosos por capturarnos y llevarnos consigo a algún edificio secreto de La Agencia.
—Son dos policías jóvenes y escuálidos —musitó John mirando por el retrovisor en tanto los dos oficiales se acercaban al auto.
—Dos autos y una furgoneta, seguramente hay más de dos policías —agregó Lenny mirando de manera cautelosa alrededor—. Hay un tipo de traje al volante de la furgoneta. Son esos bastardos.
—¿Y si sospechan que somos del culto? ¡Tal vez intenten capturarnos ahora mismo! —exclamé alarmada.
—¡John, has algo! —clamó Lisa con voz impaciente.
—¡Cállense ya! —masculló John. Los oficiales se encontraban a escasos pasos del auto—. Intenten comportarse civilizadamente, demonios.
En seguida, miró sin ninguna curiosidad al oficial que se aproximó al lado derecho del auto.
—Buenas tardes. ¿Hacia dónde se dirigen? —preguntó con voz resonante el oficial que se ubicó en la ventana izquierda.
—Buenas tardes, oficial —respondió Lenny despreocupadamente—. Vamos a visitar a mi abuela, está muy enferma. —¡Santos cielos! ¿Una abuela? Pensaba.
—Una tormenta de nieve obstruyó el camino. Me temo que no podrán continuar —sentenció el oficial recorriendo el auto con la mirada, intentando abarcarlo todo con sus ojos fríos y escrutadores.
—Verá, oficial, mi abuela dedicó años de su vida a dar albergue a niños en situación de abandono. Todos fuimos criados por ella —continuó Lenny—. Somos como hermanos.
Ya Lenny se había internado en la ficción total. John asentía con la cabeza y una sonrisa fingida amoldándose al papel, cuando el oficial de la derecha se volvió hacia mí y preguntó:
—¿Todo bien por aquí?
Estaba paralizada por el miedo y me resultaba difícil pensar. Miré a Lisa y estaba muy pálida. Una tibia película de sudor brotaba entre mi espalda y mi ropa, pero asentí con la cabeza. Sin embargo, el oficial no parecía convencido. Observé fugazmente cuando los oficiales se miraron y me pareció advertir un relámpago intencionado en sus ojos. De inmediato, ambos desenfundaron sus armas con gran pericia y apuntaron hacia nosotros.
—¡Todos fuera del auto! —ordenó hoscamente el oficial de la derecha. Me replegué a mi asiento y dejé escapar un gemido trémulo y después de un momento de silencio, procedimos a bajarnos. Temblaba, temerosa y casi despavorida—. ¡Con las manos visibles!
—Excúseme, oficial —intervino John afablemente con las manos en frente—. ¿Por qué tenemos que hacer esto? ¿Hemos cometido alguna infracción?
No hubo ninguna respuesta.
Era curioso, pero no transitaba ningún auto en el camino, todo indicaba que habían cerrado los accesos solo para capturarnos. De súbito, cinco hombres con trajes negros se mostraron de cuerpo completo. Todos eran iguales: impasiblemente arrogantes y amables. Se habían bajado muy rápido de la furgoneta y avanzaron amenazantes hacia nosotros, con las manos debajo de las chaquetas, preparados para desenfundar sus armas en cualquier momento.
—Apártense inmediatamente del auto y coloquen las manos sobre la cabeza. ¡Rápido! —ordenó el oficial de la derecha—. Todos delante del auto, a un mismo lugar. ¡Muévanse! — Y lograron cercarnos a menos de metro y medio. Mi corazón latía más acelerado cuando el sudor chorreó copiosamente por mi espalda. De pronto, Lenny le dirigió una mirada de advertencia a John quien dio un paso adelante, mostrando las manos para convencer a los hombres que no tenía nada en ellas.
—Somos una familia que va a visitar a su abuela. Ustedes nos dejarán ir. Ni siquiera nos recordarán —dijo esto cordialmente, pero de manera contundente. Su voz no parecía reflejar angustia o pánico. En seguida los hombres retrocedieron unos pasos y enfundaron sus armas. Se mostraron condescendientes y el oficial de la derecha hizo una seña para que continuáramos. Parecían confundidos, como si ni siquiera notaran nuestra presencia—. ¡Vámonos ya! —ordenó John rápida e impulsivamente. Su mirada parecía perdida, se veía muy pálido y débil. Yo estaba impresionada y confundida a la vez. Di una última mirada y los hombres conversaban como si nada. Inmediatamente un torrente de adrenalina se expandió por mi organismo, activando mi respuesta emocional de huida y caminé deprisa, casi corriendo. En eso, John se inclinó con la mano en su estómago, justo al lado de la puerta derecha del auto. Estaba a punto de colapsar cuando vomitó.
—¡Súbete John, súbete ya! —gritó Lenny mientras encendía el motor. John se subió casi a rastras y se recostó en el asiento. Experimenté una sensación abrumadora de terror al no entender nada de lo que estaba ocurriendo. Bruscamente, Lenny arrancó el auto y volvió a mirar por el retrovisor y los hombres seguían ahí como si nada hubiese ocurrido—. ¡Sí, tomen un poco de esto, cerdos!
Traté de disolver los restos de pánico que me paralizaban, y aunque todavía quedaba temor en mí, volví a ser dueña de mis pensamientos. En seguida comprendí que algo muy malo había pasado y que John lo había provocado. Inhalé una bocanada de aire, atónita, mirando como John se retorcía por un aparente dolor abdominal. Lenny enrumbó el auto a gran velocidad hasta la salida siguiente. De alguna manera habíamos burlado los planes de La Agencia. Eso no estuvo bien. Después de eso, nada volvió a estar bien...
Sacudida en la bruma de mis sueños, despierto nuevamente en mi habitación del sanatorio. Han encendido las luces y se ha extinguido el invierno. Lentamente el espacio se va haciendo visible y más nítido. Todo tiene un color pálido y enfermo, y a la luz del reflejo cegador de las lámparas —o de mis lágrimas—, puedo leer en un cartel:
“Reformemos hasta al último de los conspiradores del Sistema, para que con su sangre, dolor y sufrimiento, puedan firmar el documento de su propia redención”.
Ahora los recuerdos discurren como sombras en la realidad. Recuerdo mis malas acciones, tantas adversidades, los rostros de la injusticia y la crueldad. Arrogantes de traje sin expresión. Aparente sumisión y respeto a la autoridad. Mensajes escritos en la clandestinidad. La insensatez. Cultos secretos y psicópatas. Insomnios demenciales. Sobresaltos angustiosos en las calles criminales. Los que nos metemos en problemas por enamorarnos de lo prohibido, de lo imposible. La propagación del miedo.Y como un muro inmenso que se levanta ante mí, las sombras se detienen y dejan de fluir. Me incorporo y veo cómo surge de la puerta la figura de un viejo medio gordo con principios de calvicie y gafas de nerd. Un destello de indiferente conciencia me hace identificarlo como el doctor Tyler, el encargado de mi “caso”. Adelante su majestad...Este tipo es muy famoso porque creó una cosa lla
La nieve lo cubría todo. “No hay paso por la carretera, el autobús tardará”. Se escuchaba en la parada del transporte. Era una tarde de invierno del año 2000 en la isla Victoria. Cursaba el cuarto año de Literatura en la escuela de Bellas Artes. Puse los ojos en blanco y me resigné mirando alrededor para ubicar un lugar donde refugiarme. La nieve ocupaba todos los espacios comunes de la sobria e imponente Universidad de Victoria y un grupo de estudiantes con expresión preocupada, leían y tomaban notas de un vistoso cartel que anunciaba las próximas fechas para el examen ideológico:“El Sistema te exige que compartas sus principios. ¿Quieres ejercer? ¡Presenta el examen ideológico! Inscríbete en las oficinas generales de tu universidad. ¡Unicidad ideológica para la transformación de la sociedad!”.&i
—Tranquilízate... —murmuré, deseando ser una bomba sexy para atrapar a aquel ángel.Lamento decirlo, pero yo no era una mujer excepcionalmente bella. Nunca me había considerado especial como para resaltar entre la multitud y tampoco me importaba. De hecho, había algo en mí, un aire más bien sombrío y receloso, propio de aquello que se debe ocultar. Solía mirar a la gente con antipatía, sobre todo a la gente aglomerada. Evitaba por todos los medios socializar. En general, la humanidad me parecía despreciable, sobre todo aquellos atributos asociados a la arrogancia y la estupidez de las personas, la política y la falsa moralidad. Yo vivía en mi propio mundo, un mundo repleto de libros y rock and roll y solo a dos personas amaba verdaderamente, a mi padre y Araminta, con quienes me mostraba como realmente era: alegre, inocente y encantadora. De los demás me
El Bar del Oro era un antro del bajo mundo donde los libertinos de la universidad se dirigían a satisfacer sus más bajos instintos asociados al rock, alcohol, drogas o sexo ocasional. No obstante, tomé el riesgo. Quizá Araminta tenga razón. Al menos entregué el trabajo sobre Poe y ubiqué en la biblioteca el único ejemplar del Setenario. Estará disponible para mí a partir de mañana, pensé en un intento por convencerme de que hacía lo correcto, dándome el valor para enfrentarme a aquel lugar. ¡Todo está bajo control!, me dije en tono victorioso mientras me ponía unos pantalones negros ajustados y me pintaba los labios muy rojos, con la esperanza de pescar algo aquella noche. “¿You talkin' to me?” Le pregunté a mi reflejo en el espejo y sonreí divertida, detallando la buena pinta de Carena, la libertina.&n
En la soledad de mi habitación del sanatorio, puedo escuchar mis propios llantos y lamentos de dolor luego de mi primera sesión de lavado de cerebro. El cruel verdugo de mi desgracia ejecuta mi sentencia en algún aparato de tortura de la Inquisición. Tenían razón, duele y mucho, supera por demás el infierno de los interrogatorios. Eh, ¿hay alguien ahí?, pregunto débil y tumefacta a la voz. “Pareces muñeca quemada, torturada por algún niño cruel”, responde con voz chillona. Su fanfarronería me confirma que todavía sigue con vida, pero yo, muriendo y clamando interiormente, trato de recordar lo sucedido aquella noche.Luego del apagón aquella noche en el bar, me disculpé con Judy por mi comportamiento paranoico. Araminta y Adriel me buscaban desesperados y al verme con él se tornaron muy serios. Poco antes de irme lo vi
Estar cerca de ese hombre era una experiencia abrumadora. A partir de ese momento, empecé a verlo con más frecuencia y me lo encontraba en todos lados: cuando llegaba a la universidad alrededor de las siete de la mañana, mientras desayunaba en el cafetín después de mi primera clase o en la parada del transporte, a las cinco de la tarde, sin falta. Ahora recuerdo que en aquel tiempo fui objeto de una constante persecución, aunque en esos días lo ignoraba. Todo inició una fría tarde de invierno cuando llegué a la parada del transporte en la universidad. Aquel día mi capacidad mental estaba al borde. Había estado sometida a demasiada presión por la elaboración del ensayo, incluso obtuve la prórroga para entregarlo el lunes próximo. Por más que le dedicara las tardes en la biblioteca, mis esfuerzos por terminarlo habían sido infructuosos y eso me frustraba. D
Su voz seductora replica en mi cabeza: John. Voces en mi cabeza. Voces en una habitación. Voces en la habitación de la tortura.—Nos volvemos a ver, Carena.Y otra vez, el angustioso olor de las cámaras mortuorias. El aroma funerario de las flores inexistentes que cubren mi cuerpo más muerto que vivo. El humo pestilente de sus cigarrillos que se desparrama en la habitación de la tortura y se infiltra en mis pulmones. Escucho su voz cavernosa, pero la luz intensa sobre mi rostro me impide distinguirlo. Estoy inmovilizada de nuevo en la camilla y no tengo la certeza de cómo llegué aquí, ni por cuánto tiempo he estado soñando o recordando. El eco de sus pasos se acerca hacia mí, entrecierro los ojos. ¿Es el hijo de puta de Barker? Pienso. Acerca el rostro para que pueda verlo y esboza una sonrisa sarcástica.—Has sido elegida&hellip
“Me llamo John”, el nombre de la perdición, sí. No tardé mucho tiempo en involucrarme en un futuro catastrófico. Mis recuerdos vuelven a la biblioteca en aquella tarde de invierno...—Disculpa “John” —dije titubeante—. He estado consultando ese libro durante toda la semana, debo entregar un ensayo el lunes. Quizá tú puedas...—¿Lo necesitas? —interrumpió impaciente. Subí mi mano hasta la barbilla y asentí con la cabeza—. Yo también lo necesito —agregó ignorando mi petición y dirigió su mirada al libro.—¿Y en qué estás trabajando? —pregunté de inmediato en un intento por mantener con vida la conversación. Levantó una ceja, pensativo, dando vueltas a las páginas sin un orden específico.—Un aná