Por un instante, sentí el deseo de hablarle y pedirle que cuidara y atesorara su libertad, pero sabía que no me escucharía. Llevaba puesto un vestido corto y usaba tacones que la torturaban con cada paso. Se encontraría con su novio Adriel, su primer amor, en el Bar del Oro. Aquella noche, Araminta y otras chicas discutían entre copas, cómo una de ellas se había follado al bombón del amigo de su hermano. Aquel aún era un tema tabú para la Carena feliz. Pronto estaría confrontando dicho “tabú” en el asiento trasero de un auto, bajo una creciente e incontrolable excitación.
Seguramente no sospechó que aquel vestido le facilitaría las cosas para que, por primera vez, sintiera un orgasmo a manos de un hombre. Y así, en medio de susurros seductores e inquietas y cuidadosas manos que se introducían curiosas por doquier, la Carena feliz se
Los miembros del culto me seguían empuñando antorchas y astiles con el estandarte de la estrella de mar, por los caminos flanqueados de nieve y entremezclados con las raíces negras y deformes que brotaban del suelo, y que hacían de mi caminata una odisea agónica con cada paso. Los grandes pinos, escasamente iluminados por la luz de la luna, exhibían los colores más muertos y tristes que hubiese apreciado jamás, y la oscuridad parecía vomitar las más espeluznantes y horrendas visiones. Animales pavorosos se atravesaban a mi paso, pero no me infundían temor alguno, a mí solo me importaba avanzar hacia el mar para rendir en él, mi última batalla. Finalmente, el Océano Pacífico se abría majestuoso ante mis ojos y un altísimo risco me indicaba el fin del camino.Como si se tratara de un festín, los desquiciados encendieron una hoguera y
—¡No te acerques a mí, psicópata maldito! —gritó John en tono agudo, apuntándolo con el arma. Su boca se movía frenéticamente—. No más abusos, Judy. ¡Se acabó!—John, por favor. No hagas esto, estás confundido —replicó Judy—. Tengo dinero, John —continuó rápidamente, señalando una llave que llevaba colgada al cuello—. El capital de la Fundación. Sabes que es mucho dinero. Todo está aquí.—¡Cállate! Me encerraste en aquella habitación oscura y pensaste que ese sería mi final —exclamó John con una sonrisa macabra—. Pero no, para mí fue el comienzo. Créeme, tuve mucho tiempo para pensar y lo que parecían ser ideas confusas e inquietantes, se develaron en algo tan básico y tan evidente, Judy, que estás loco, ¡com
—¡Alto, alto! ¡No se muevan! ¡Todos al suelo! —exclamaban los agentes en medio de un confuso torbellino de personas que corrían como gallinas en todas direcciones, llorando y lanzando alaridos demenciales.Los agentes corrían disparando tras los miembros del culto. Algunos eran atrapados y sometidos en el suelo, inmovilizados por rodillas sobre sus cuellos, otros se arrojaban del risco implorando compasión a Arimarath —Lisa fue una de las primeras—, otros se echaban a andar hacia el bosque de pinos y otros caían al suelo, heridos por disparos en las extremidades. La sangre chorreaba roja y espesa por sus hasta ese momento, impecables túnicas beige, mientras se apretaban las heridas con fuerza, en medio de horrorosos chillidos de dolor. Yo contemplaba alelada aquella escena, como si se tratara de una película en slow motion proyectada en una siniestra función: el c
Por un instante me volví para mirarlo y en menos de dos segundos tres agentes lo rodearon. Rápidamente se precipitaron sobre él y su forma se hizo apenas visible. Me escondí inmóvil detrás de un pino, abatida e inmutada, observando cómo lo capturaban. Sabía que lo miraba. Él también me miraba. Mi vista se quedó siguiendo su recorrido nefasto y después, al final, ya no lo vi más. Su cuerpo se desdibujó como si nunca hubiese estado allí. ¡Señor, no tengo palabras para expresar el atroz sentimiento de desolación que me invadió el alma! Fue como si el último tren de la estación de mi vida partiera a lugares desconocidos, dejándome sola en ese absurdo universo que se derrumbaba a pedazos como en un gran cataclismo. Sentí que me desmayaba mientras esa sensación infernal de desesperanza, me iba aterrorizando en la idea de que
No había luz natural, lo que me impedía tener una idea del tiempo que llevaba allí. Sentía frío, sed, hambre, sueño, pero aquello no superaba mi temor. Estaba demasiado preocupada por nuestra captura, por la desaparición de John. Una sensación de terror me apuñalaba el estómago al imaginar lo que pudieran estarle haciendo en ese momento, las cosas que podrían hacerme. Sabía que vendría una tortura insoportable. Mis pensamientos giraban vertiginosamente: la tortura, el dolor, John, el lavado de cerebro, la figura de mis sueños.Entre el ruido y la angustia, nadie se atrevía a hablar entre sí, parecían tener un miedo atroz a comunicarse, aun así podía oír palabras murmuradas precipitadamente sobre la regla número cuatro. No puedes develar ningún tipo de información sobre las actividades del culto secreto, insis
Corría despavorida a través del oscuro y neblinoso bosque de pinos, tambaleante, con una sensación de atontamiento producto de las innumerables drogas que me suministraban. El viento soplaba con fuerza y aquella inefable figura me pisaba los talones. Había logrado escapar aquella vez, pero ahora me perseguía. Tenía la sensación que estaba a lo inmediatamente detrás de mí, oía su respiración en mi cuello y sabía que en cualquier momento, alargaría su garra monstruosa, fría y húmeda y la sentiría cerrarse alrededor de mi garganta. Tropecé, rodé y caí al suelo. Chillé del impacto recibido, alcé la vista y allí estaba, su inmensa figura monstruosa con la luna a sus espaldas, sus múltiples ojos verdes y brillantes clavados en mí, su intento de sonrisa deformada que se difuminaba para transformarse en una expresión d
Cuando se desmorona la vida, la realidad, el mundo tal como lo conocías, una tiene que aferrarse a algo, aun en contra de su voluntad, antes de ceder a la aniquilación total. Así que decidí familiarizarme con aquella voz y me dispuse a seguir su consejo en un intento por adaptarme a la vida que ahora tenía, y apartar de mi mente aquellos recuerdos que me atormentaban, de lo contrario, no tardaría en contemplar nuevamente los rojos, pavorosos y estúpidos ojos de mi locura. Intentaba mantenerme cuerda aferrándome a aquella voz, sin embargo, casi de manera imperceptible, los recuerdos volvían y no dejaba de pensar en ellos y cuando empezaba, era imposible dejarlo.—“Tal vez es lo que te mereces —espetó de pronto la voz—. Quizá s&i
—¿Qué es eso? —pregunté esforzándome por conservar un tono sereno.—Borrado de memorias, linda —dijo en tono perfectamente racional—. Realizan crueles experimentos con estas personas para reformarlos, volverlos dóciles, para que hagan o digan lo que ellos desean. Utilizan drogas, hasta lavados de cerebro con electroshock a más de 40 o 50 veces mayor de la dosis permitida. Todos aquí saben que se realizan ese tipo de prácticas.—Oh... —musité débilmente—. Qué barbaridad...—Forma parte del procedimiento para conservar el orden impuesto —añadió—. Así que no importa que una minoría sufra indecibles atrocidades con tal de que, los millones de personas que habitan este país, puedan seguir alienados y controlados. ¿Lo comprendes?—Sí.—Sería una p