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—¡Déjame! ¡Me haces daño! —grité, pero él seguía manoseándome, mordisqueando mis labios, mi cuello, mis senos, haciéndome daño y de súbito, alzó el puño como para golpearme y chilló con una voz de trueno:

—Abre las piernas o ¿quieres que lo haga yo mismo? ¡Vamos, perra!

—¡Nooo! ¡Suéltame!

Entonces, dejó de presionar mi cuerpo con sus piernas y maniobró con velocidad para acostarse sobre mí. En ese momento, pude sentir su tensa y pulsante erección sobre mi vientre. Judy pretendía violarme. Rápidamente metió una mano entre mis piernas para separarlas y pronto estuvo de rodillas entre ellas, convertido en un ocho salvaje, sujetándome con fuerza e intentando arrancarme el pantalón a tirones. Yo continuaba luchando y gritando en medio de lati

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