—¡Déjame! ¡Me haces daño! —grité, pero él seguía manoseándome, mordisqueando mis labios, mi cuello, mis senos, haciéndome daño y de súbito, alzó el puño como para golpearme y chilló con una voz de trueno:
—Abre las piernas o ¿quieres que lo haga yo mismo? ¡Vamos, perra!
—¡Nooo! ¡Suéltame!
Entonces, dejó de presionar mi cuerpo con sus piernas y maniobró con velocidad para acostarse sobre mí. En ese momento, pude sentir su tensa y pulsante erección sobre mi vientre. Judy pretendía violarme. Rápidamente metió una mano entre mis piernas para separarlas y pronto estuvo de rodillas entre ellas, convertido en un ocho salvaje, sujetándome con fuerza e intentando arrancarme el pantalón a tirones. Yo continuaba luchando y gritando en medio de lati
Desperté en un violento sobresalto, sofocada y con el corazón latiéndome a una marcha superior. En seguida fui consciente de un dolor insoportable en mis brazos por mantenerlos atados en alto quién sabe por cuánto tiempo. Tenía una sensación de taponamiento en los oídos, como si mi cabeza hubiese estado sumergida, pero intentaba recobrar la calma y recordar el sueño. Aunque mis recuerdos eran muy confusos, la figura de aquel ente permanecía claramente en mi memoria. Percibía vagos recuerdos de los elementos comunes en mis sueños, como el risco rodeado de un abismo infinito y el ente que emergía de él, con la ligera, o mejor dicho, colosal diferencia, que esta vez me había alcanzado y transportado hacia el risco de una forma que desafiaba todas las leyes conocidas de la física y me había arrastrado al océano, a un mundo desconocido por mí, con seres y u
El silencioso cuarto de baño estaba tenuemente iluminado y un torrente de agua caliente provisto por Lisa, aplastaba mi cabello contra la cabeza y la espalda. Mi desolado cuerpo en una bañera, mi mirada perdida, mi rostro inexpresivo, mi estado de ánimo deprimido y nervioso. Mi existencia víctima de la traición. Tenía el sentido del tiempo tan alterado que me resultaba difícil determinar con precisión, cuánto tiempo había permanecido en aquella habitación oscura. Intentaba disolver el temor en mi interior para volver a ser dueña de mis actos y mis pensamientos, pero pensaba en John y su recuerdo me llenaba simultáneamente de rabia y dolor.—No tengo dudas, hoy es el día —comentaba Lisa con ojos soñadores—. Debes estar perfecta, Carena. Es un privilegio ser la elegida por nuestra deidad. Yo hubiese querido serlo.No le respondí
Por un instante, sentí el deseo de hablarle y pedirle que cuidara y atesorara su libertad, pero sabía que no me escucharía. Llevaba puesto un vestido corto y usaba tacones que la torturaban con cada paso. Se encontraría con su novio Adriel, su primer amor, en el Bar del Oro. Aquella noche, Araminta y otras chicas discutían entre copas, cómo una de ellas se había follado al bombón del amigo de su hermano. Aquel aún era un tema tabú para la Carena feliz. Pronto estaría confrontando dicho “tabú” en el asiento trasero de un auto, bajo una creciente e incontrolable excitación.Seguramente no sospechó que aquel vestido le facilitaría las cosas para que, por primera vez, sintiera un orgasmo a manos de un hombre. Y así, en medio de susurros seductores e inquietas y cuidadosas manos que se introducían curiosas por doquier, la Carena feliz se
Los miembros del culto me seguían empuñando antorchas y astiles con el estandarte de la estrella de mar, por los caminos flanqueados de nieve y entremezclados con las raíces negras y deformes que brotaban del suelo, y que hacían de mi caminata una odisea agónica con cada paso. Los grandes pinos, escasamente iluminados por la luz de la luna, exhibían los colores más muertos y tristes que hubiese apreciado jamás, y la oscuridad parecía vomitar las más espeluznantes y horrendas visiones. Animales pavorosos se atravesaban a mi paso, pero no me infundían temor alguno, a mí solo me importaba avanzar hacia el mar para rendir en él, mi última batalla. Finalmente, el Océano Pacífico se abría majestuoso ante mis ojos y un altísimo risco me indicaba el fin del camino.Como si se tratara de un festín, los desquiciados encendieron una hoguera y
—¡No te acerques a mí, psicópata maldito! —gritó John en tono agudo, apuntándolo con el arma. Su boca se movía frenéticamente—. No más abusos, Judy. ¡Se acabó!—John, por favor. No hagas esto, estás confundido —replicó Judy—. Tengo dinero, John —continuó rápidamente, señalando una llave que llevaba colgada al cuello—. El capital de la Fundación. Sabes que es mucho dinero. Todo está aquí.—¡Cállate! Me encerraste en aquella habitación oscura y pensaste que ese sería mi final —exclamó John con una sonrisa macabra—. Pero no, para mí fue el comienzo. Créeme, tuve mucho tiempo para pensar y lo que parecían ser ideas confusas e inquietantes, se develaron en algo tan básico y tan evidente, Judy, que estás loco, ¡com
—¡Alto, alto! ¡No se muevan! ¡Todos al suelo! —exclamaban los agentes en medio de un confuso torbellino de personas que corrían como gallinas en todas direcciones, llorando y lanzando alaridos demenciales.Los agentes corrían disparando tras los miembros del culto. Algunos eran atrapados y sometidos en el suelo, inmovilizados por rodillas sobre sus cuellos, otros se arrojaban del risco implorando compasión a Arimarath —Lisa fue una de las primeras—, otros se echaban a andar hacia el bosque de pinos y otros caían al suelo, heridos por disparos en las extremidades. La sangre chorreaba roja y espesa por sus hasta ese momento, impecables túnicas beige, mientras se apretaban las heridas con fuerza, en medio de horrorosos chillidos de dolor. Yo contemplaba alelada aquella escena, como si se tratara de una película en slow motion proyectada en una siniestra función: el c
Por un instante me volví para mirarlo y en menos de dos segundos tres agentes lo rodearon. Rápidamente se precipitaron sobre él y su forma se hizo apenas visible. Me escondí inmóvil detrás de un pino, abatida e inmutada, observando cómo lo capturaban. Sabía que lo miraba. Él también me miraba. Mi vista se quedó siguiendo su recorrido nefasto y después, al final, ya no lo vi más. Su cuerpo se desdibujó como si nunca hubiese estado allí. ¡Señor, no tengo palabras para expresar el atroz sentimiento de desolación que me invadió el alma! Fue como si el último tren de la estación de mi vida partiera a lugares desconocidos, dejándome sola en ese absurdo universo que se derrumbaba a pedazos como en un gran cataclismo. Sentí que me desmayaba mientras esa sensación infernal de desesperanza, me iba aterrorizando en la idea de que
No había luz natural, lo que me impedía tener una idea del tiempo que llevaba allí. Sentía frío, sed, hambre, sueño, pero aquello no superaba mi temor. Estaba demasiado preocupada por nuestra captura, por la desaparición de John. Una sensación de terror me apuñalaba el estómago al imaginar lo que pudieran estarle haciendo en ese momento, las cosas que podrían hacerme. Sabía que vendría una tortura insoportable. Mis pensamientos giraban vertiginosamente: la tortura, el dolor, John, el lavado de cerebro, la figura de mis sueños.Entre el ruido y la angustia, nadie se atrevía a hablar entre sí, parecían tener un miedo atroz a comunicarse, aun así podía oír palabras murmuradas precipitadamente sobre la regla número cuatro. No puedes develar ningún tipo de información sobre las actividades del culto secreto, insis