Ya mi memoria se niega a suministrar los detalles de aquellos dos últimos meses, que apasionadamente, viví junto a mi amado John. Cada día que pasaba se fundía en el terror insoportable a ser atrapada por La Agencia, en cada auto plateado y en cada extraño con traje que parecía seguirme como sombra a todos lados. Fuera de ello, luchaba por dominarme, por recobrar la cordura y empecé a controlar de manera satisfactoria los jodidos sueños. Supongo que lo que quería era asegurarme de que todo este asunto no era más que una especie de fantasía demencial o algo por el estilo. Aunque los sueños no se habían aplacado del todo, el terror extremo, los extraños sonidos y los impulsos irrazonables, dejaron de producirse y me sentía mucho mejor, tanto física como mentalmente. Era como si la luz de cada nuevo día marchitara aquellos sueños como a un viejo cartel expuesto
“¡Abre la jodida puerta, estúpida!” me gritó Stela con una furia que no sospeché nunca de ella y como si se tratara de un insulto supremo, repetí mi decisión con una ira enloquecida que solo me cegaba.Pero ¡ay, pobre Carena! Las llamas del infierno se sentían arder desde la puerta cuando Judy, cual policía de escuadrón SWAT, la abrió con violencia y caminó ágil hacia a mí, enloquecido, rugiendo de rabia con el más firme propósito de lastimarme horriblemente. Me acorraló en un rincón y me estrangulaba presionando con el antebrazo mi delicado cuello, en tanto yo trataba inútilmente de quitármelo de encima. Me gritaba: “¡Aquí no harás lo que se te antoje! Me estás faltando al respeto ¿Quieres morirte? ¿Eso quieres?” Y desfalleciendo bajo su brazo implacable, ech&ea
—Estábamos conversando, Judy —contestó John con tono nervioso. Sentí un escalofrío al confirmar que John le temía, le temía mucho.—No quieras engañarme y hacerme creer otra cosa, John. Será más difícil para ti si intentas engañarnos a todos —sugirió en tono amenazante en tanto escrutaba largamente a John, quien en seguida bajó la mirada—. Sería mejor que hablara con ella. Es la principal afectada ¿no? —añadió dirigiéndose a mí, ahora tan asustada como un conejo atrapado en una trampa y sin percatarme, en un violento arrebato, me sujetó la muñeca con fuerza.—No me gusta que se burlen de mí, mucho menos las mujeres. ¡Todas son una cualquiera! —masculló con desprecio.—¡Déjala, Judy! —exclamó John, indignado, pero temero
“Dios es el Sistema”.Sigue murmurando un aparato que trasmite frases estridentes de adoración al Sistema.“La traición es la mayor ofensa, el castigo es real”.Lamento engañar a mis profanadores de cerebro al demostrar un llanto de tormento ante tan espantoso ruido. Pero, ¡es que no puedo evitarlo al recordar aquel cataclismo!—“Todavía dudas de su culpabilidad ¿eh? —inquiere la voz en tono acusador—. Al cabo de todo este tiempo, sigues creyendo que no lo planificó y te echas toda la culpa. ¡Insólito!”—Ya está bien Araminta, ya no importa.—“Mira que eres ingenua, Carena”.—¡Cierra el pico! —replico—. Lloro porque quisiera volver a verlo. No pasa un minuto sin que mis pensamientos vuelen hacia él, sin que lo extrañe, sin que desee ver
Aquella idea me hacía sufrir enormemente. El no escucharlo, el no saber dónde estaba me aterraba. Aunque eso no significaba que estuviese muerto, la idea no me abandonaba. “¿John?”, susurraba en medio de la nada, sentada junto a la puerta abrazando mis piernas, inundada en un llanto desesperado. “Está muerto”. Mi ángel dorado, el adonis de mis sueños, el hombre del que me había enamorado, el que tantas veces me hizo estallar de placer mientras me hacía el amor y que durante una noche en su bote me juró amor eterno... el ser diabólico que me había llevado con estos maniáticos a un lugar recóndito, el hombre que me embaucó para involucrarme en el culto secreto. El hombre que ahora podía estar muerto.—John...—“¿Por qué susurras? John podría estar muerto”.Creí escuchar un
—¡Déjame! ¡Me haces daño! —grité, pero él seguía manoseándome, mordisqueando mis labios, mi cuello, mis senos, haciéndome daño y de súbito, alzó el puño como para golpearme y chilló con una voz de trueno:—Abre las piernas o ¿quieres que lo haga yo mismo? ¡Vamos, perra!—¡Nooo! ¡Suéltame!Entonces, dejó de presionar mi cuerpo con sus piernas y maniobró con velocidad para acostarse sobre mí. En ese momento, pude sentir su tensa y pulsante erección sobre mi vientre. Judy pretendía violarme. Rápidamente metió una mano entre mis piernas para separarlas y pronto estuvo de rodillas entre ellas, convertido en un ocho salvaje, sujetándome con fuerza e intentando arrancarme el pantalón a tirones. Yo continuaba luchando y gritando en medio de lati
Desperté en un violento sobresalto, sofocada y con el corazón latiéndome a una marcha superior. En seguida fui consciente de un dolor insoportable en mis brazos por mantenerlos atados en alto quién sabe por cuánto tiempo. Tenía una sensación de taponamiento en los oídos, como si mi cabeza hubiese estado sumergida, pero intentaba recobrar la calma y recordar el sueño. Aunque mis recuerdos eran muy confusos, la figura de aquel ente permanecía claramente en mi memoria. Percibía vagos recuerdos de los elementos comunes en mis sueños, como el risco rodeado de un abismo infinito y el ente que emergía de él, con la ligera, o mejor dicho, colosal diferencia, que esta vez me había alcanzado y transportado hacia el risco de una forma que desafiaba todas las leyes conocidas de la física y me había arrastrado al océano, a un mundo desconocido por mí, con seres y u
El silencioso cuarto de baño estaba tenuemente iluminado y un torrente de agua caliente provisto por Lisa, aplastaba mi cabello contra la cabeza y la espalda. Mi desolado cuerpo en una bañera, mi mirada perdida, mi rostro inexpresivo, mi estado de ánimo deprimido y nervioso. Mi existencia víctima de la traición. Tenía el sentido del tiempo tan alterado que me resultaba difícil determinar con precisión, cuánto tiempo había permanecido en aquella habitación oscura. Intentaba disolver el temor en mi interior para volver a ser dueña de mis actos y mis pensamientos, pero pensaba en John y su recuerdo me llenaba simultáneamente de rabia y dolor.—No tengo dudas, hoy es el día —comentaba Lisa con ojos soñadores—. Debes estar perfecta, Carena. Es un privilegio ser la elegida por nuestra deidad. Yo hubiese querido serlo.No le respondí
Por un instante, sentí el deseo de hablarle y pedirle que cuidara y atesorara su libertad, pero sabía que no me escucharía. Llevaba puesto un vestido corto y usaba tacones que la torturaban con cada paso. Se encontraría con su novio Adriel, su primer amor, en el Bar del Oro. Aquella noche, Araminta y otras chicas discutían entre copas, cómo una de ellas se había follado al bombón del amigo de su hermano. Aquel aún era un tema tabú para la Carena feliz. Pronto estaría confrontando dicho “tabú” en el asiento trasero de un auto, bajo una creciente e incontrolable excitación.Seguramente no sospechó que aquel vestido le facilitaría las cosas para que, por primera vez, sintiera un orgasmo a manos de un hombre. Y así, en medio de susurros seductores e inquietas y cuidadosas manos que se introducían curiosas por doquier, la Carena feliz se