—En realidad no sé dónde he estado, John. No logro entender qué sucede. A veces dudo sobre lo que he visto, los lugares donde he estado y lo peor de todo es saber que nadie puede corroborarme esa información. ¡Nadie más lo ha visto, John! —comenté abatida, fijando mi mirada en el horizonte—. Y ¿si todo aquello es solo una construcción de mi cerebro? ¿Si no es real? —Él me escuchaba en silencio, como si dudara y después de una larga pausa, añadí—: Es como en Kashmir.
—¿Qué es Kashmir? —preguntó con una extraña expresión.
Le sonreí vagamente.
—Es una canción de Led Zeppelin, una de las obras maestras del grupo. Su melodía es tan hermosa y oscura a la vez, que te sumerge en un mar de sensaciones extrañas. Los sonidos de guitarra y los ritmos orientales te lleva
—Y para mí, la felicidad absoluta somos tú y yo. No sé si eres una especie de suerte que aparece algunas veces en la vida o si el destino realmente nos ha unido, John, pero yo seguiré aferrándome a este amor, en el abrazo de la oscuridad que entiende mi necesidad de escapar, manteniendo nuestra voz en susurros, compartiendo secretos en las noches hasta que la luz del día nos haga guardarlos, hasta que pase lo que tenga que pasar, hasta que se conviertan en recuerdos.Y con ojos ardientes y el cuchillo en la mano, realicé el corte sutilmente en su mano, abriendo de esta manera, la puerta al interior de nuestras almas que a través de la sangre tibia y espesa, pudieron unirse en el poderoso abrazo de nuestras manos.Recuerdo la pasión en su mirada y el hilo de sangre que corrió por nuestros antebrazos. Era mío porque quería, porque me quería y esa noche edificamo
¿Qué demonios es todo esto?, me pregunto nerviosa y asustada con una sensación de autoaborrecimiento que me crispa el corazón. Selecciona algunas de las fotografías del paquete y empieza a barajarlas sin un orden específico.—Han sido nueve sesiones, Carena. Deberías empezar a arrojar resultados satisfactorios —continúa con voz serena mientras toma una silla y se sienta a mi lado. Hace una breve señal al doctor Tyler, quien esboza una complaciente, pero tirante sonrisa y enseguida, me coloca las correas y conecta los malditos cables al infame aparato marrón—. Hoy es tu examen parcial —anuncia con una sonrisa pedante, cual maestro que disfruta intimidar al estudiante que no se preparó para el parcial. Una súbita sacudida de terror me acuchilla. Toma una de las fotografías y la acerca a mi rostro para que pueda verla. Bajo el foco enceguecedor de luz blanc
Ya mi memoria se niega a suministrar los detalles de aquellos dos últimos meses, que apasionadamente, viví junto a mi amado John. Cada día que pasaba se fundía en el terror insoportable a ser atrapada por La Agencia, en cada auto plateado y en cada extraño con traje que parecía seguirme como sombra a todos lados. Fuera de ello, luchaba por dominarme, por recobrar la cordura y empecé a controlar de manera satisfactoria los jodidos sueños. Supongo que lo que quería era asegurarme de que todo este asunto no era más que una especie de fantasía demencial o algo por el estilo. Aunque los sueños no se habían aplacado del todo, el terror extremo, los extraños sonidos y los impulsos irrazonables, dejaron de producirse y me sentía mucho mejor, tanto física como mentalmente. Era como si la luz de cada nuevo día marchitara aquellos sueños como a un viejo cartel expuesto
“¡Abre la jodida puerta, estúpida!” me gritó Stela con una furia que no sospeché nunca de ella y como si se tratara de un insulto supremo, repetí mi decisión con una ira enloquecida que solo me cegaba.Pero ¡ay, pobre Carena! Las llamas del infierno se sentían arder desde la puerta cuando Judy, cual policía de escuadrón SWAT, la abrió con violencia y caminó ágil hacia a mí, enloquecido, rugiendo de rabia con el más firme propósito de lastimarme horriblemente. Me acorraló en un rincón y me estrangulaba presionando con el antebrazo mi delicado cuello, en tanto yo trataba inútilmente de quitármelo de encima. Me gritaba: “¡Aquí no harás lo que se te antoje! Me estás faltando al respeto ¿Quieres morirte? ¿Eso quieres?” Y desfalleciendo bajo su brazo implacable, ech&ea
—Estábamos conversando, Judy —contestó John con tono nervioso. Sentí un escalofrío al confirmar que John le temía, le temía mucho.—No quieras engañarme y hacerme creer otra cosa, John. Será más difícil para ti si intentas engañarnos a todos —sugirió en tono amenazante en tanto escrutaba largamente a John, quien en seguida bajó la mirada—. Sería mejor que hablara con ella. Es la principal afectada ¿no? —añadió dirigiéndose a mí, ahora tan asustada como un conejo atrapado en una trampa y sin percatarme, en un violento arrebato, me sujetó la muñeca con fuerza.—No me gusta que se burlen de mí, mucho menos las mujeres. ¡Todas son una cualquiera! —masculló con desprecio.—¡Déjala, Judy! —exclamó John, indignado, pero temero
“Dios es el Sistema”.Sigue murmurando un aparato que trasmite frases estridentes de adoración al Sistema.“La traición es la mayor ofensa, el castigo es real”.Lamento engañar a mis profanadores de cerebro al demostrar un llanto de tormento ante tan espantoso ruido. Pero, ¡es que no puedo evitarlo al recordar aquel cataclismo!—“Todavía dudas de su culpabilidad ¿eh? —inquiere la voz en tono acusador—. Al cabo de todo este tiempo, sigues creyendo que no lo planificó y te echas toda la culpa. ¡Insólito!”—Ya está bien Araminta, ya no importa.—“Mira que eres ingenua, Carena”.—¡Cierra el pico! —replico—. Lloro porque quisiera volver a verlo. No pasa un minuto sin que mis pensamientos vuelen hacia él, sin que lo extrañe, sin que desee ver
Aquella idea me hacía sufrir enormemente. El no escucharlo, el no saber dónde estaba me aterraba. Aunque eso no significaba que estuviese muerto, la idea no me abandonaba. “¿John?”, susurraba en medio de la nada, sentada junto a la puerta abrazando mis piernas, inundada en un llanto desesperado. “Está muerto”. Mi ángel dorado, el adonis de mis sueños, el hombre del que me había enamorado, el que tantas veces me hizo estallar de placer mientras me hacía el amor y que durante una noche en su bote me juró amor eterno... el ser diabólico que me había llevado con estos maniáticos a un lugar recóndito, el hombre que me embaucó para involucrarme en el culto secreto. El hombre que ahora podía estar muerto.—John...—“¿Por qué susurras? John podría estar muerto”.Creí escuchar un
—¡Déjame! ¡Me haces daño! —grité, pero él seguía manoseándome, mordisqueando mis labios, mi cuello, mis senos, haciéndome daño y de súbito, alzó el puño como para golpearme y chilló con una voz de trueno:—Abre las piernas o ¿quieres que lo haga yo mismo? ¡Vamos, perra!—¡Nooo! ¡Suéltame!Entonces, dejó de presionar mi cuerpo con sus piernas y maniobró con velocidad para acostarse sobre mí. En ese momento, pude sentir su tensa y pulsante erección sobre mi vientre. Judy pretendía violarme. Rápidamente metió una mano entre mis piernas para separarlas y pronto estuvo de rodillas entre ellas, convertido en un ocho salvaje, sujetándome con fuerza e intentando arrancarme el pantalón a tirones. Yo continuaba luchando y gritando en medio de lati