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Esperando mi traslado a la séptima sesión de lavado de cerebro, borrado de memorias o si se quiere, más ostentosamente, “reprogramación de la psique”, evoco con nostalgia aquella tarde de otoño desde la soledad de mi habitación. Las horas que pasamos juntos ese día son horas que jamás olvidaré. Fueron una dolorosa representación de lo John podía lograr en mí con tan solo una mirada. ¡Y es que ni siquiera todo el horror que se había atrevido a contarme aquella tarde pudo conmigo! Aun en contra de mis miedos, yo siempre caía postrada y abominablemente dominada por ese amor obsesivo que sentía por él. Pero no todo fue malo. Ese día logramos comunicarnos como no lo habíamos hecho jamás.

Cierro mis ojos y sobre la pantalla oscura del interior de mis párpados, veo el puerto bañado en la luz del expirante c

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