Había amanecido por completo y después de ducharme, me dirigí al camarote contiguo. Al igual que la habitación, se trataba de un espacio reducido. Paredes blancas, interrumpidas por dos ventanas similares a las de la habitación. Un sofá de color azul marino y una pequeña mesa de madera llenaban el espacio de la sala de estar. Sobre ella, el retrato del abuelo de John —maravillosos genes, maravillosa descendencia—. Al lado izquierdo, un mesón con dos pequeñas sillas de bar dividía la cocina de la sala de estar. Una cocina bastante pequeña cuyo orden y limpieza, me sugería que John no la utilizaba con frecuencia. Un espacio para el refrigerador, un fregadero, dos cocinillas y dos alacenas en la parte superior.
Abrí la puerta de las alacenas y espié en su interior casi desierto: Dos sopas instantáneas, tres latas de guisos de carne y un envase de caf
No quisiera rememorar en detalle todo lo sucedido durante ese tiempo tan maravilloso y horrible a la vez, pero cuando evoco aquellos recuerdos, los veo claramente divididos en una zona soleada y una zona oscura. Los recuerdos de la zona soleada, pertenecen a los días felices de mi relación con John y los recuerdos de la zona oscura, a la terrible experiencia que viví en el culto secreto. Durante el tiempo que duró nuestra relación vivimos en secreto. Asumimos que así debía ser nuestra historia. Una historia que no podía ser contada, una historia con un fin previsible. Desde los primeros días, supimos que un futuro en común no era viable, de modo que nunca hablamos del tema. Era una criminal, una subversiva perseguida por La Agencia y no podía darme el lujo de olvidarlo. Era además una adúltera que violaba las reglas del culto secreto, eso tampoco podía olvidarlo. Sabía con esp&ia
Me asomé a medias en la ventana de la habitación que compartía con Lisa y pude verlos apostados fuera del auto, conversando con cierto aire de preocupación. Judy alzó la mirada y me hizo una seña para que me acercara. Esto no es bueno, pensé, pero salí pesadamente de la casa número dos y me dirigí hacia ellos.—Hola, Carena —dijo Judy.—Acompáñanos —agregó Lenny—. Vamos a dar una vuelta.Sonreí estúpidamente, pero por dentro el terror me apuñaló.—¿A dónde?—Acompáñanos, eso es todo —sentenció John.Lo miré con las facciones perplejas.Lenny abrió teatralmente la puerta trasera del auto y me subí seguida por John. Judy estaba en el asiento del copiloto. Pronto, Lenny puso en marcha el motor en
Fue el beso más agónico y arriesgado que pude recibir en mi vida, sin embargo, aunque estaba al borde del pánico, pude controlar visualmente a nuestro seguidor. El joven se volvió al vernos y sacó un teléfono celular y en seguida, empezó a hablar y a escuchar, meciéndose ligeramente entre risitas y pasos cortos.—Hazlo ahora que ha virado —me ordenó John rápidamente una vez subimos las escaleras a la estación. La entrada se encontraba casi desierta. Aún en esas condiciones no me atrevía a hacerlo.—No, no puedo hacerlo —balbuceé asustada, a punto de sollozar.—El tipo que nos sigue podría ser de La Agencia, Carena. ¿No lo ves? No se va a tragar el cuento por mucho tiempo.Necesitaba tiempo para pensar y no lo tenía. Era simple, solo debía dejar el bolso disimuladamente en la entrada de la
Judy se aproximó a Lenny, quien le entregó el cuchillo en medio de una reverencia y cesó el cántico.—El sacrificio de animales es un ritual de regocijo para nuestra deidad —manifestó Judy—. Es una ofrenda que se realiza desde tiempos inmemoriales y hoy nos brindará la fuerza y el valor necesario para luchar y resistir.En seguida empecé a sospechar con creciente angustia sus intenciones.—Carena, acércate —me ordenó. Yo lo miré sin poder ocultar mi sorpresa y me quedé inmóvil—. Eres el miembro más reciente de nuestra sociedad. Te concederemos el honor.Todos me miraban en un silencio expectante mientras me abría paso para dirigirme hacia Judy, temblorosa, sintiendo un temor premonitorio oprimirme el pecho. Judy me entregó el cuchillo y dijo fríamente: “Sabes lo que debes hace
—¡¿En qué demonios estás metida, Carena?! —exclamó papá, furioso.—Ya te lo he dicho, papá —protesté fastidiada.—¿Por qué te quedas tanto tiempo fuera de casa? Ni siquiera tienes la amabilidad de contestar tu celular —bramó—. ¿Estás saliendo con alguien?—Por favor, papá.—¿Por favor qué?—¿Por qué todo ha de tener respuesta? —objeté.—Porque vives en mi casa, Carena —enfatizó con tono de vieja regañona y por algunos segundos, se tornó pensativo—. Esto ni siquiera puede estar relacionado con un amorío...—¿Y qué importancia tiene eso, papá?—Sueños insensatos, sonambulismo, alucinaciones. ¡Pareces alejarte de la realidad cada vez que te sient
Una tarde me encontraba sentada en la plaza central de universidad, sin ser consciente de la intensidad con la que los rayos del sol me quemaban la piel. Miraba fijamente un cartel donde aparecía uno de los líderes del Sistema, sonriendo y siendo abrazado por un grupo de mujeres que derrochaban un júbilo casi doloroso. Me sentía inevitablemente atraída por él, cuando de pronto, una voz cavernosa se dirigió a mí:—¿Sabes en lo que te estás metiendo?—¿Qué? —respondí de inmediato, desconcertada.—Estás en problemas, Carena —advirtió la voz totalmente serena. Rápidamente levanté la vista para ver quién me hablaba, sintiendo una brutal opresión en el pecho. Aunque no podía ver su rostro, se trataba de un hombre sentado en un banco cercano. Leía el diario local, cuyas hojas eran
Recuerdo que una tarde de octubre intentaba ponerme al corriente con la universidad y escuchaba mis clásicos favoritos de The Beatles, cuando de pronto, el sonido del timbre en mi apartamento me sobresaltó. Agucé el oído para curiosear quien podría ser y reconocí de inmediato aquella voz grave y ronca. Era la voz de John. La voz del mismísimo demonio dispuesto a arrastrarme nuevamente al infierno. El corazón me saltó en el pecho y contemplé mi rostro pálido y tenso en el espejo y escuché.—Buenas tardes. Busco a Carena. Soy un amigo de la Universidad.—Buenas tardes —dijo papá con voz sonora—. ¿Y cuál es su nombre?—John. John Martell —respondió con naturalidad—. Disculpe mi atrevimiento, no quisiera incomodarlo, pero debo consultarle algo a Carena.—Pase por favor. Tome asie
Esperando mi traslado a la séptima sesión de lavado de cerebro, borrado de memorias o si se quiere, más ostentosamente, “reprogramación de la psique”, evoco con nostalgia aquella tarde de otoño desde la soledad de mi habitación. Las horas que pasamos juntos ese día son horas que jamás olvidaré. Fueron una dolorosa representación de lo John podía lograr en mí con tan solo una mirada. ¡Y es que ni siquiera todo el horror que se había atrevido a contarme aquella tarde pudo conmigo! Aun en contra de mis miedos, yo siempre caía postrada y abominablemente dominada por ese amor obsesivo que sentía por él. Pero no todo fue malo. Ese día logramos comunicarnos como no lo habíamos hecho jamás.Cierro mis ojos y sobre la pantalla oscura del interior de mis párpados, veo el puerto bañado en la luz del expirante c